Pensar en el pobre nos conduce a la cuestión material, pero Jesús nos enseña, en el Evangelio, que se trata de una condición que acerca a las personas a Dios
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Estamos tan
imbuidos en las cuestiones mundanas que, cuando escuchamos la palabra
"pobre", creemos que se trata de alguien que carece de bienes
materiales. Sin embargo, el Señor Jesús le da otro sentido y lo relaciona con
la cercanía con Dios:
"Bienaventurados
los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos"
(Mt 5,3-12).
Entonces, ¿de
qué se trata la pobreza de la que habla Jesús?
La pobreza
espiritual
En el
Evangelio, nuestro Señor Jesucristo enseña en varias ocasiones que a los ricos
les será muy complicado entrar al Reino de los cielos (Mt 19,
24). También los invita a regalar sus posesiones para seguirlo (Mc 10,
21). Y habla de ganarse amigos con el dinero que los reciban en el cielo (Lc 16,
9).
Ciertamente, el
dinero no es malo, lo que Cristo el Señor pide es la pobreza espiritual, es
decir, poner a Dios por encima de la riqueza. El Catecismo de la Iglesia
católica lo explica así al hablar de la bienaventuranza:
"La
bienaventuranza prometida nos coloca ante opciones morales decisivas. Nos
invita a purificar nuestro corazón de sus malvados instintos y a buscar el amor
de Dios por encima de todo. Nos enseña que la verdadera dicha no reside ni en
la riqueza o el bienestar, ni en la gloria humana o el poder, ni en ninguna
obra humana, por útil que sea, como las ciencias, las técnicas y las artes, ni
en ninguna criatura, sino solo en Dios, fuente de todo bien y de todo
amor".
(CEC 1723)
Despojarse
de lo que estorba
A Jesús le
importa que entendamos que las posesiones son solamente un medio para subsistir
y no el objetivo para el cual vivimos. Desea que pongamos en el centro de
nuestra mente y corazón a Dios, porque fuera de Él, nada es valioso, noble ni
bueno.
Así como lo
leemos en el Catecismo:
"La
bienaventuranza del cielo determina los criterios de discernimiento en el uso
de los bienes terrenos en conformidad a la Ley de Dios".
(CEC 1729).
Porque,
finalmente, el amor al dinero solamente es un estorbo. Por él se cometen
injusticias, asesinatos y se generan divisiones entre los seres humanos que
olvidan que la meta es llegar al cielo. Y también, que no lograrán salvarse si
confían únicamente en sus fuerzas y limitadas capacidades.
Por eso, la
pobreza espiritual reside en entender que, aunque uno sea millonario, su mirada
y su vida entera debe estar fija en Dios y amarlo sobre todas las cosas. En que
sin Él nada es posible, en que Dios es el único que puede llenar todos los
vacíos existenciales y que sin Él, estamos perdidos.
Entonces, el
que llegue a este punto sabrá que su vida depende absolutamente de Dios. Y
efectivamente, será pobre de espíritu porque nada de lo que tenga valdrá la
pena, solamente su amor y entrega total al Creador, por el que debe luchar cada
día contra sus pecados e imperfecciones para ser digno de merecer el Reino de
los cielos.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia