CUANDO LA ORACIÓN INSISTENTE SE CONVIERTE EN UNA OBSESIÓN

Hemos leído, en el Evangelio, que debemos pedir a Dios con insistencia, pero cuando la oración pierde ciertos atributos, se convierte en una obsesión nada saludable

Thx4Stock team

"Pidan y se les dará", leemos en el santo Evangelio. Jesús quiere que seamos persistentes al pedir una gracia en la oración, pero ¿será posible que la insistencia pueda convertirse en una obsesión? Veamos.

Insistan a Dios

Jesús enseñó a sus discípulos a orar cuando ellos se lo pidieron y su respuesta fue la oración del Padre nuestro (Mt 6, 9-13).

El Señor Jesús les hace ver que "El Padre que está en el cielo sabe bien lo que ustedes necesitan" (Mt 6, 32), para que no se preocupen demasiado sino que se ocupen en buscar el reino de Dios.

Esto no es una contradicción, nada de eso. Quien ora frecuentemente y ruega a Dios por lo que requiere será escuchado.

Otro ejemplo nos da la certeza. En el Evangelio de Lucas encontramos esta parábola:

"En una ciudad había un juez que no temía a Dios ni le importaban los hombres; y en la misma ciudad vivía una viuda que recurría a él, diciéndole: 'Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario'. Durante mucho tiempo el juez se negó, pero después dijo: 'Yo no temo a Dios ni me importan los hombres, pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme'" (Lc 18, 5).

Cristo el Señor les asegura que Dios les hará justicia aunque los haga esperar.

¿Oración u obsesión?

Entonces, ¿cuándo la oración se convierte en una obsesión? En primer lugar, cuando queremos que Dios se ajuste a nuestras pretensiones. Puede ser que lo que queremos no nos convenga y por eso el Señor no nos lo otorga. Recordemos que Dios no es un genio que concede deseos ni un abuelito que cumple caprichos.

Asimismo, cuando oramos y terminamos con un “hecho está” o “decretado”, esperando que Dios nos obedezca y hasta con enojo si no obtenemos lo solicitado, perdemos de vista que orar es una manera de unirnos a nuestro Padre, de sentirnos arropados por su amor y no para obligarlo a que nos escuche.

Por otra parte, la oración debe ser humilde y confiada, no exigente, como el publicano que se humillaba y rogaba que Dios lo perdonara porque era un pecador (Lc 18, 13-14).

Y además, tenemos a Jesús como mediador, Él mismo nos dice que debemos pedir con fe, creyendo que ya tenemos aquello por lo que hemos orado, (Mc 11, 24) y en su nombre porque Él lo hará (Jn 14, 13).

Reflexionemos sobre cómo ha sido nuestra oración y sabremos si hemos pedido con fe y humildad o con una obsesión nada agradable a Dios ni recomendable para nuestra salud espiritual.

Mónica Muñoz

Fuente: Aleteia