La Iglesia Católica conmemora este año el 1700° aniversario del Primer Concilio de Nicea, el primer sínodo ecuménico en la historia de la Iglesia, convocado por el emperador Constantino, donde hoy está la ciudad de Iznik, en Turquía.
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Crédito: Fotografía: Giovanni Guerra (1544-1618), Cesare Nebbia (1534-1614) Dominio público/Wikimedia Commons |
Sin embargo, una vez legalizado el cristianismo, el costo de
creer y proclamar el Evangelio se redujo considerablemente. Entonces,
concepciones teológicas que a menudo habían permanecido ocultas pudieron
expandirse.
En Alejandría, Egipto, una de las capitales intelectuales del
mundo antiguo, un sacerdote llamado Arrio comenzó a cuestionar la naturaleza
divina de Jesús, su origen y su relación con Dios Padre. Argumentó que
Jesucristo no era realmente divino —increado, eterno y de la misma naturaleza
que Dios Padre—, sino creado por el Padre antes del tiempo, lo que socavaba no
sólo la comprensión cristiana del Hijo de Dios, sino también la de la Trinidad.
La confusión arriana comenzó a extenderse rápidamente. El
patriarca Alejandro de Alejandría intentó, sin éxito, suprimir los errores de
Arrio y el daño que causaban a la fe de multitudes. Constantino, intentando
remediar la inestabilidad política y la división derivadas de la disputa,
escribió cartas y envió un emisario para intentar resolver la disputa, pero
Arrio perseveró. Así pues, Constantino convocó el primer concilio universal,
reuniendo a 318 obispos para resolver la controversia y restablecer el
orden.
El principal resultado del Concilio fue la condena de las ideas
de Arrio y la formulación del Credo de Nicea.
En su sección sobre Cristo, el
“Símbolo” (Credo) se convirtió en una respuesta directa a las ideas arrianas,
confesando a Jesús como “Señor”, “Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero”
y “consustancial (homoousios) con el Padre”.
El Credo de Nicea se ampliaría en el segundo concilio ecuménico,
celebrado en Constantinopla en 381, para incluir una sección sobre el Espíritu
Santo, la “Iglesia una, santa, católica y apostólica” y otras enseñanzas
cristianas que habían sido ocasionalmente cuestionadas en el ínterin, como la
resurrección de la carne, la naturaleza de la vida eterna y la importancia del
bautismo para el perdón de los pecados.
Celebrar el 1700 aniversario del Concilio de Nicea es, ante
todo, celebrar a Jesucristo, el Hijo eterno de Dios, que por obra del Espíritu
Santo asumió nuestra naturaleza humana y nació de María Virgen.
Todavía existen muchas ideas falsas sobre Jesús hoy en día. El
Papa El Papa León XIV señaló en su primera homilía que es esencial, no sólo
para él, como sucesor de Pedro, sino para toda la Iglesia Católica, proclamar
con Pedro que Jesús es el “Mesías e Hijo de Dios vivo”.
Lo hacemos objetivamente cada vez que proclamamos el Credo. Pero
debemos hacerlo “subjetivamente”, y por eso la Iglesia nos pide que lo
proclamemos no en primera persona del plural, sino del singular. Cada uno de
nosotros está llamado a apostar su vida por lo que profesa, tal como lo
hicieron los primeros cristianos.
Me gustaría dar algunas sugerencias sobre cómo podríamos
celebrar apropiadamente este hito.
1. La forma en la que profesamos la fe los
domingos
León XIV habló de ellas en su primera homilía en la
Capilla Sixtina al día siguiente de su elección.
“Hoy también son muchos los contextos en los que la fe cristiana
se retiene un absurdo, algo para personas débiles y poco inteligentes” y “esto
no sólo entre los no creyentes, sino incluso entre muchos bautizados, que de
ese modo terminan viviendo, en este ámbito, un ateísmo de hecho”, dijo el Papa
León.
En la vida cotidiana, indicó el Santo Padre, los cristianos a
menudo no viven como si creyeran en la divinidad de Jesús y en que él, Dios con
nosotros, sigue estando muy presente. Como dijo en una famosa broma C. S.
Lewis, Jesús es o el Señor —quien dice ser realmente— o un lunático que se
creyó locamente Dios, o un mentiroso que, de forma mendaz y deliberada, afirmó
ser Dios.
En muchas parroquias, proclamar nuestras creencias se ha vuelto
rutinario y monótono. Muchos pronuncian o murmuran las palabras
automáticamente, no solo sin rezarlas, sino sin siquiera pensar en lo que
dicen.
Qué maravilloso sería para nosotros tomarnos un respiro y
profesar, con alegría, gratitud y entusiasmo, cada uno de los doce artículos
del Credo como quienes estarían dispuestos a dar su vida por ellos y por el
Dios Trinitario en quien creemos. Quizás también sea el año para empezar a
cantar el Credo, como lo han hecho siglos de cristianos, adornando sus palabras
con gran belleza.
2. Estudiar el Credo
Esto para comprender con mayor precisión qué proclamamos y por
qué es importante. El Credo de Nicea se formuló en respuesta a desafíos
antiguos. No todo lo que creemos como católicos está ahí —como, por ejemplo,
seis de los sacramentos, la importancia de la oración y todo el tesoro moral de
la Iglesia—, pero lo que contiene importa y constituye el fundamento crucial de
toda la fe de la Iglesia.
Un buen punto de partida sería la
primera sección del Catecismo de la Iglesia Católica, dedicada a profundizar en
lo que profesamos en el Credo. Quienes deseen más información pueden consultar
el documento del 3 de abril de la Comisión Teológica Internacional, “Jesucristo,
Hijo de Dios, Salvador: El 1700.º aniversario del Concilio Ecuménico de Nicea
(325-2025)”.
3. Hablar con claridad sobre el Creado y
tratar de ayudar a comprenderlo mejor
Podemos darle un nuevo enfoque en la educación religiosa de
nuestras parroquias, con niños, adolescentes y adultos, jóvenes y mayores, y
hablar de ello con hijos, nietos y ahijados. Podemos hablar del aniversario y
su importancia con colegas y amigos en el trabajo, la escuela y otros lugares,
con la esperanza de que esto despierte el interés de otros.
El Papa Francisco dijo en 2024 que el anuncio
de esta fe es “la tarea fundamental de la Iglesia”; y este importante
aniversario, con la ayuda del Espíritu Santo, puede generar una nueva fase de
misión y evangelización.
4. Vivir el Credo
Esto significa vivir en la comunión de la Santísima Trinidad,
conscientes del amor de Dios Padre, de la permanencia del Hijo de Dios con
nosotros en la Sagrada Eucaristía, y de la guía del Espíritu Santo, llevándonos
a la vida y procurando hacernos profetas por medio de quienes habla. Significa
luchar por la unidad en la Iglesia y por la santidad, y comprender que —por ser
la Iglesia católica y apostólica— hemos sido enviados, al igual que los
apóstoles, a intentar ayudar a todos a llegar al conocimiento del Dios Trino y
a ser uno con nosotros, creciendo a imagen y semejanza de Dios, que es santo,
santo, santo.
Es vivir plenamente el significado de nuestro bautismo. Es
considerar nuestros cuerpos como templos de Dios destinados a ser resucitados
para siempre. Es vivir con esperanza, a la espera de una vida eterna de amorosa
comunión con Dios en la Comunión de los Santos.
5. Celebrar este aniversario con reuniones
y festejos
De esa forma nos decimos a nosotros mismos y a todos que el 1700
aniversario no es sólo una nota histórica, sino algo que tomamos en serio y
consideramos con alegría y gratitud.
¿Por qué no celebrar fiestas sobre “Nicea 1700” en nuestras
parroquias, casas y patios?
Podemos invitar no solo a nuestros hermanos católicos, sino
también a nuestros hermanos ortodoxos y protestantes, la mayoría de los cuales
profesan el Credo Niceno-Constantinopolitano el domingo. Incluso podemos
invitar a los no cristianos a esta celebración para que conozcan algo de
aquello a lo que los cristianos decimos "Amén" y sobre lo que nos
comprometemos a construir nuestras vidas, como sugiere el verbo hebreo.
¡Feliz 1700 aniversario!
Traducido y adaptado por el
equipo de ACI Prensa. Publicado originalmente en el National Catholic Register
Por Mons. Roger Landry
Fuente: ACI