ID A JOSÉ
II. Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal y sobre cada uno de
nosotros. Acudir a él en las necesidades.
III. Ite ad Ioseph... Id a José.
“En aquel tiempo, Jesús,
llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus
inmundos y curar toda enfermedad y dolencia.
Éstos son los nombres de los doce
apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo,
y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el
Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó. A estos
doce los envió Jesús con estas instrucciones: -«No vayáis a tierra de gentiles,
ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de
Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca»” (Mateo
10,1-7).
I. Muchos cristianos a lo
largo de los siglos, conscientes de la misión excepcional de San José en la
vida de Jesús y de María, han buscado en la historia del pueblo hebreo hechos e
imágenes que prefiguran al esposo virginal de María, pues el Antiguo Testamento
anuncia al Nuevo. Numerosos Padres de la Iglesia han visto un anuncio profético
en el personaje del mismo nombre, hijo del Patriarca Jacob. El Papa Pío IX, al
proclamar a San José patrono de la Iglesia universal, recogía estos testimonios
antiguos. También la Liturgia muestra este mismo paralelismo. No sólo tenían el
mismo nombre, sino que también es posible encontrar en ellos virtudes y
actitudes, en una vida entretejida de pruebas y alegrías, de grandes
coincidencias.
José,
hijo de Jacob, y el esposo virginal de María, por una serie de circunstancias
providenciales, fueron a Egipto: el primero, perseguido por sus hermanos y
entregado por envidia que prefigura la traición que se habría de cometer con
Cristo; el segundo, huyendo de Herodes para salvar a Aquel que traía la
salvación al mundo.
José,
hijo de Jacob, recibió de Dios el don de interpretar los sueños del faraón,
siendo advertido así de lo que sucedería más tarde. El nuevo José recibió
también en sueños los mensajes de Dios. A aquél -señala San Bernardo- le fue
dada la inteligencia de los misterios de los sueños; éste mereció conocer y
participar de los misterios soberanos.
Parece
como si los sueños del primero, aunque verificados en su persona, hubieran
tenido su plena realización en el segundo. Tuvo también José un sueño que contó
a sus hermanos... Díjoles... Estábamos nosotros en el campo atando gavillas y
vi que se levantaba mi gavilla y se tenía de pie, y las vuestras la rodeaban y
se inclinaban ante la mía, adorándola... Tuvo José otro sueño, que contó
también a sus hermanos, diciendo: ... He visto que el sol, la luna y once
estrellas me adoraban... Estos sueños se cumplieron cuando Jacob, su padre, se
trasladó a Egipto con toda su familia y se prosternó efectivamente ante José,
convertido en virrey del país. Pero, a la vez, podemos pensar que su sueño
prefiguraba el misterio de la casa de Nazaret, en la que Jesús, Sol de
justicia, y María, alabada en la Liturgia como una brillante Luna blanca y
bella, se someterían a la autoridad del jefe de familia, y cuando tantos
cristianos acudiesen a él con devoción a solicitar toda clase de ayudas.
El
primer José obtuvo la confianza y el favor del faraón y se convirtió en
intendente de los graneros de Egipto, y cuando el hambre asolaba los pueblos
vecinos y acudían al faraón en demanda de trigo para subsistir, éste les decía:
Id a José y haced lo que él os diga. Cuando el hambre cubrió toda la tierra,
José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios... Y de todos los
países venían a comprar a José, porque el hambre arreciaba en todas partes. Y
ahora que también el hambre asola la tierra -hambre principalmente de doctrina,
de piedad, de amor-, la Iglesia nos recomienda: Id a José. Ante tantas
necesidades que personalmente padecemos, nos dice: acudid al Santo Patriarca de
Nazaret.
Tenemos
en nuestra vida momentos de grandes indecisiones, de incertidumbres, de
necesidades urgentes. ¡Id a José!, nos dice Jesús: el que en la vida tuvo la
misión tan grande de cuidar de Mí y de mi Madre en nuestras necesidades
corporales, el que amparó nuestras vidas en tantos momentos difíciles,
continuará cuidando de Mí en mis miembros, que son todos los hombres
necesitados. Id a José, él os dará todo cuanto os sea necesario.
II. Éste es el criado fiel
y solícito a quien el Señor ha puesto al frente de su familia. Son palabras que
la Liturgia aplica a San José: padre fiel y solícito, que atiende con prontitud
las necesidades de esa gran familia del Señor, que es la Iglesia.
A
Jesús le es muy grato que tratemos y pidamos ayuda al que tanto amó Él en la
tierra y ahora en el Cielo, del que tantas cosas aprendió, con quien conversó
desde que pudo pronunciar las primeras palabras.
José
gobernó la casa de Nazaret con autoridad de padre, y la Sagrada Familia no sólo
simboliza la Iglesia sino que en cierto modo la contenía, como la semilla al
árbol, como la fuente al río. La santa casa de Nazaret llevaba las premisas de
la Iglesia naciente. Es ésta la razón por la que el santo Patriarca «considera
particularmente confiada a sí la multitud de los cristianos que componen la
Iglesia, es decir, esta inmensa familia esparcida por toda la tierra, sobre la
que -por ser Esposo de María y Padre de Jesucristo- posee, por así decir, una
autoridad de padre. Por tanto, es cosa natural y dignísima del bienaventurado
José que, así como una vez sostuvo todas las necesidades de la familia de
Nazaret y la rodeó santamente de su protección, así ahora cubra con su
celestial protección y defensa a la Iglesia de Jesucristo».
Este
patrocinio del santo Patriarca sobre la Iglesia universal es principalmente de
orden espiritual; pero se extiende también al orden temporal, como la del otro
José, hijo de Jacob, llamado por el rey de Egipto «salvador del mundo».
A
él han acudido los santos y los buenos cristianos de todos los tiempos. Santa
Teresa relata la gran devoción que tenía a San José y la experiencia de su
patrocinio: «No me acuerdo hasta ahora haberle suplicado cosa que la haya
dejado de hacer. Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios
por medio de este bienaventurado santo, de los peligros que me ha librado, ansí
del cuerpo como de alma; que a otros santos parece les dio el Señor gracia para
socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre
en todas y que quiere el Señor darnos a entender que ansí como le fue sujeto en
tierra -que como tenía nombre de padre siendo ayo, le podía mandar- ansí en el
cielo hace cuanto le pide (... ).
»Si
fuera persona que tuviera autoridad de escribir, de buena gana me alargara en
decir muy por menudo las mercedes que ha hecho este glorioso santo a mí y a
otras personas (... ). Sólo pido, por amor de Dios, que lo pruebe quien no me
creyere, y verá por experiencia el gran bien que es encomendarse a este
glorioso Patriarca y tenerle devoción; en especial personas de oración siempre
le habían de ser aficionadas, que no sé cómo se puede pensar en la Reina de los
Ángeles, en el tiempo que tanto pasó con el Niño Jesús, que no den gracias a
San José por lo bien que les ayudó en ellos».
III. A San José debemos
acudir pidiendo que ampare y proteja a la Iglesia, pues es su defensor y
protector. Le pedimos su ayuda en las necesidades de la familia, en las
espirituales y en las materiales: Sancte Ioseph, ora pro eis, ora pro me...
Ruega por ellos, ruega por mí.
Para
los hombres y mujeres de nuestro tiempo, como para los de cualquier época,
constituye San José una figura entrañable, venerable, cuya vocación y dignidad
admiramos, y cuya fidelidad en servicio de Jesús y de María agradecemos; «por
San José vamos directamente a María, y por María, a la fuente de toda santidad,
Jesucristo». Él nos enseña a tratar a Jesús con piedad, con respeto y amor: Oh,
feliz varón, bienaventurado José -le decimos con una antigua oración de la
Iglesia-, a quien fue dado no sólo ver y oír al Dios, a quien muchos reyes
quisieron ver y no vieron, oír y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo,
vestirlo y custodiarlo..., enséñanos a recibirlo con amor y reverencia en la
Sagrada Comunión, danos una mayor finura de alma. «San José, Padre y Señor
nuestro, castísimo, limpísimo, que has merecido llevar a Jesús Niño en tus
brazos, y lavarle y abrazarle: enséñanos a tratar a nuestro Dios, a ser
limpios, dignos de ser otros Cristos.
»Y
ayúdanos a hacer y a enseñar, como Cristo, los caminos divinos -ocultos y
luminosos-, diciendo a los hombres que pueden, en la tierra, tener de continuo
una eficacia espiritual extraordinaria».
San
José nos proporciona, además, un modelo, cuya enseñanza callada podemos y
debemos empeñarnos en seguir. «José ha sido, en lo humano, maestro de Jesús; le
ha tratado diariamente, con cariño delicado, y ha cuidado de Él con abnegación
alegre. ¿No será ésta una buena razón para que consideremos a este varón justo,
a este Santo Patriarca en quien culmina la fe de la Antigua Alianza, como
Maestro de vida interior? La vida interior no es otra cosa que el trato asiduo
e íntimo con Cristo, para identificarnos con Él. Y José sabrá decirnos muchas
cosas sobre Jesús. Por eso, no dejéis nunca su devoción, ite ad Ioseph, como ha
dicho la tradición cristiana con una frase tomada del Antiguo Testamento (Gen
41, 55).
»Maestro
de vida interior, trabajador empeñado en su tarea, servidor fiel de Dios en
relación continua con Jesús: éste es José. Ite ad Ioseph. Con San José, el
cristiano aprende lo que es ser de Dios y estar plenamente entre los hombres,
santificando el mundo. Tratad a José y encontraréis a Jesús. Tratad a José y
encontraréis a María, que llenó siempre de paz el amable taller de Nazaret».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org