Durante
esta última semana, a caballo entre julio y agosto, miles de jóvenes están
invadiendo las calles de Roma, celebrando el Jubileo de los Jóvenes de este año jubilar de la Esperanza. Entre ellos se encontraba
también esta madrileña, de nombre María
Cobo. Una joven de 20 años,
a la que Dios había tocado de modo especial durante los últimos cuatro años.
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María Cobo, en un alto en los Alpes, camino de Roma, junto a su párroco: murió tras ganar el jubileo. Dominio público |
Y esa mano de Dios,
ese regalo, no fue un camino de rosas; fue una dura
enfermedad que, y ella lo sabía, la estaba acercando a pasos
agigantados hacia la muerte.
Durante estos últimos cuatro años conoció
más y mejor a Dios, en compañía de su comunidad, sus compañeros de la
parroquia de Nuestra Señora de la Paz,
y en un camino muy concreto: su enfermedad. María misma reconoce que los
primeros meses pedía a Dios la gracia de recuperar
la salud. Pero poco a poco ganó terreno una oración más profunda: que se haga tu voluntad. Un itinerario que
culminó en su último mensaje de Instagram: "Es curioso. Estoy muy tranquila porque el plan de Dios es
perfecto y no defrauda nunca".
Su gran ilusión era
poder peregrinar a Roma junto
con sus compañeros de la parroquia, sus amigos, y el cuidado cercano de los
sacerdotes de la parroquia, y por supuesto de su familia.
De camino a Roma, dos días antes de su fallecimiento, quiso parar en los Alpes, en lo alto de la montaña. Una
esforzada subida, símbolo de su vida, ascenso
espiritual, pero no menos real.
Cruzó la Puerta Santa, ganó el jubileo.
Aunque Dios no quiso que terminase el jubileo de los jóvenes en Roma. La llamó
a su presencia pocos días antes, el 30
de julio, y seguro que, en su compañía, habrá disfrutado en primera fila de
la vigilia de jóvenes en Tor Vergata y de la Misa conclusiva del jubileo de los
jóvenes
Pocos días antes María había escrito unas bellas palabras, casi a modo de "testamento espiritual juvenil". Es
decir, unos mensajes de WhatsApp y un mensaje de instagram.
"Estos días me volvía a preguntar, ¿por
qué a mí y así, Señor? Me iba a la capilla y lo entendía TODO. Si algo he
aprendido durante este proceso es que en el
sufrimiento es donde más nos encontramos con Cristo, y nos compadecemos con
Él. Él murió por nosotros, para que pudiéramos encontrar su consuelo en la
cruz, para entender que todo sufrimiento
ofrecido tiene un GRAN propósito y para que nunca lo viviéramos solos,
siempre cargando juntos la cruz. Él está detrás de mí para abrazarme, conmigo
para acompañarme y delante de mí para protegerme. Al principio pedía la salud,
pero llegó un momento en que entendí que lo más importante era que se cumpla su
voluntad".
En ese camino interior, de la mano de Dios y de su querido grupo
parroquial, María encontró el verdadero centro de su vida.
"Si se me preguntara si volvería a repetir estos últimos cuatro años,
no dudaría en decir que SÍ. He conocido
verdaderamente el amor de Dios, he entendido el porqué de cada cosa, he
aprendido a valorar absolutamente TODO lo que me rodea, pero, sobre todo, me he
dado cuenta de que si Cristo, que es
quien más me ama, permite esto, es porque lo que está en sus manos es enorme,
su propósito es magnífico".
Parece más la frase de un gran santo que la de una joven de 20 años. Pero
la santidad, la experiencia de Dios, no tiene edad. Y en este Jubileo de la
Esperanza Dios también nos enseña que también
en los jóvenes hay motivo de esperanza. Esta joven vivió una gran
experiencia espiritual, pero a la vez una experiencia humana, concreta, real.
Reconoce que a veces le seguía costando confiar, "cuando no hay ganas ni
fuerza ni esperanza".
Pero su decisión estaba clara: "Que
se cumpla siempre tu voluntad, sin necesidad de yo controlar nada". Y
recuerda la frase de San Pablo sobre
las tentaciones, pero con un estilo más directo, más concreto: "Él nunca me va a poner una cruz incapaz de
cargar, ni a mí ni a nadie". El apóstol de los gentiles había dicho a
los Corintios, unos dos mil años antes: "Dios es fiel y no permitirá que
seáis puestos a prueba más allá de vuestras fuerzas;"
Hay vidas que no necesitan demasiadas palabras, que son parábolas
vivientes, en palabras de Paul Claudel.
Vidas que, por su forma de estar y de partir, dejan un rastro que otros pueden
seguir. María fue una de esas vidas.
José Francisco Vaquero
Fuente:
ReL