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Dominio público |
Lo primero parece claro. Si hay un Dios que nos ha
creado y ha hecho alianza con nosotros, esto debe implicar todo el corazón.
Pero lo segundo es más complejo. No dice amar a “todos”, sino amar al
“prójimo”. Entonces la pregunta cobra toda su fuerza: ¿Quién es mi prójimo?
Según el diccionario, prójimo es una «persona
respecto de otra, consideradas bajo el concepto de la solidaridad humana». En
esta definición encuentro dos aspectos que pueden ayudarnos a responder la
pregunta. En primer lugar, nos dice que es un concepto relacional: «una persona
respecto a otra». Esto explica un elemento fundamental de la pregunta. En ella,
se dice quién es mi prójimo. Y, por lo tanto, según esta pregunta, se
deja entender que mi prójimo no tiene por qué ser el mismo que el
prójimo de mi vecino o de alguien extraño a mí. El ser prójimo es una cualidad
que afecta a la relación.
El segundo
elemento es el que define esta relación. Es la considerada “bajo el aspecto de
la solidaridad humana”. Esto queda aún más definido si leemos los sinónimos que
el diccionario señala para esta acepción: semejante, allegado, hermano. Las
tres palabras tienen algo en común: el aspecto de cercanía. Según esta
acepción, por lo tanto, para descubrir quién es mi prójimo, debo buscar una semejanza
objetiva en la otra persona, una cercanía. Así, prójimos serían los que viven
en la misma nación, ciudad o barrio, los que son del mismo equipo de fútbol,
los que tienen unas mismas ideas políticas o religiosas…
Volviendo a la escena del diálogo de Jesús con el
maestro de la ley, podríamos pensar que el escriba sabía que Jesús se había
acercado a los pecadores, a los extranjeros, a las prostitutas y publicanos, a
los endemoniados. ¿Estos eran los “prójimos”? ¿Qué encontraba de semejante en
ellos? Hoy tampoco consideramos prójimo a aquel que está herido por el mal, que
es extraño o que lleva una vida vergonzante para nuestros estándares culturales.
No vemos nada semejante en ellos, no estamos lejos de aquel escriba.
Jesús, sin embargo, en su respuesta da la vuelta
al significado de prójimo con un giro inaudito. En lugar de responder desde la
ley, Jesús cuenta la historia de un hombre que baja de Jerusalén a Jericó y es
apaleado y robado por unos bandidos. Aparecen luego tres personajes: un
sacerdote, un levita y un samaritano. El primero y el segundo pasan de largo,
mientras que el tercero se para, cura al hombre herido y lo lleva a una posada
para que pueda acabar allí de curarse. ¿Quién es entonces el prójimo de aquel
que cayó en manos de los bandidos? La respuesta del escriba muestra un cambio
de mirada. Ya no es aquel de su misma región, raza o religión. De hecho, Jesús
no ha dado ninguno de estos datos del hombre caído, que tal vez fuera judío,
levita o sacerdote. Por lo tanto, desde esta perspectiva no sabríamos decir
quién es su prójimo. Solo ha dicho que es un hombre y que está herido.
Prójimo, responde el escriba, es «aquel que practicó
la misericordia con él». El prójimo queda, por tanto, definido por una acción
del sujeto. Esta es una relectura de la definición: ser prójimo requiere
cercanía, pero no de raza, nación, ideas o religión, sino cercanía física. No
puedo amar realmente a quien no veo, pero estoy llamado a amar a todo el que
tengo delante. La práctica de la misericordia no requiere del otro una
semejanza previa, sino el reconocimiento de una necesidad en el otro, de algo
que el otro necesita y en lo que yo le puedo ayudar. Y, en esto, me hago
semejante. Aquel hombre, tal vez pensó que podría haber sido él el apaleado por
los ladrones.
No serán los “cordones sanitarios” respecto a las
personas los que nos libren del mal, sino la transformación de la mirada que
nos permite ver en el necesitado alguien a quien acercarnos, un prójimo al que
dar la mano.
+ Jesús Vidal