Gino Bartali hizo todo en silencio, fiel a su convicción de que «las obras de caridad se hacen, pero no se habla de ellas». Solo después de su muerte, en el año 2000, y con la aparición de documentos en 2003, se supo la verdad
![]() |
Bartali se dedicó al ciclismo desde los años treinta. Dominio público |
Su infancia transcurrió en el
seno de una familia humilde, trabajadora, marcada por la sencillez y la fe cristiana.
La tragedia llegó pronto, con la muerte de su hermano Giulio en
un accidente de bicicleta, lo que sumió a su madre en un profundo dolor. A
pesar de las dificultades, Gino encontró refugio en la oración y más tarde en
la Tercera Orden del Carmelo Descalzo.
'Ginettaccio': fuerza, carácter y humildad
Conocido entre los aficionados
como Ginettaccio por su carácter fuerte y tenacidad, Bartali
descubrió la bicicleta gracias a su primer empleo como mecánico en un taller.
El dueño, al ver su pasión, le regaló su primera bicicleta. Las colinas
toscanas se convirtieron en su primer escenario de entrenamiento, y pronto
comenzó a destacar en las competiciones.
Llegó a ganar tres Giros de
Italia (1936, 1937, 1947) y dos Tours de
Francia (1938, 1948), el último en un momento clave
para la estabilidad social de Italia. Sus triunfos calmaron tensiones en un
país al borde del caos, pero para Bartali, las verdaderas medallas no eran de
oro.
Gino
llevaba su fe como eje vital. Su relación con los Carmelitas Descalzos nació en
silencio, buscando consuelo entre los muros del convento de San Paolino, en
Florencia. Allí conoció al padre Mauro
Tabarelli, quien se convirtió en su director espiritual. La
profundidad de la vida interior de Bartali se reflejaba en sus actos: colaboró
activamente con los Carmelitas, ayudando a construir escuelas y respaldando
iniciativas para niños pobres y huérfanos.
Lo hacía en silencio, fiel a su
convicción de que «las obras de caridad se
hacen, pero no se habla de ellas». Para Bartali, como explicaba, las
medallas de mayor valor no eran las que colgaban de una camiseta, sino las que
se llevaban en el alma.
La grandeza de lo escondido
Mientras Italia ardía en guerra,
Bartali recorría en bicicleta las colinas de Toscana como parte de su
entrenamiento. Lo que pocos sabían —y él nunca reveló en vida— es que bajo el
sillín y en el interior del cuadro de su bicicleta escondía documentos falsos
para salvar a judíos perseguidos por los nazis. Su
imagen pública como campeón le permitía cruzar puestos de control sin sospechas.
Era el mensajero perfecto.
Durante los años 1943 y 1944,
realizó recorridos de hasta 200
kilómetros en un solo día, desde Florencia hasta Asís, como parte de una
red clandestina organizada. Se calcula que gracias a su labor se evitaron al
menos 800 deportaciones.
Nunca se lo contó a nadie. Solo
después de su muerte, en 2000, y con la aparición de documentos en 2003, se
supo la verdad. Su hijo Andrea lo recordaba así: «Mi
padre era un católico ferviente. Casi nunca nos hablaba de lo que hizo
durante la guerra. Simplemente decía que en la vida, estas cosas se hacen y ya
está».
El alma del campeón
Gino
Bartali murió el 5 de mayo del año 2000, rodeado
de paz. Había pedido que lo enterraran solo con el manto blanco de los
Terciarios Carmelitas, sin fotos ni epitafios. En su tumba, apenas una línea:
Gino Bartali 1914-2000.
En 2013, el Estado de Israel le
otorgó el título de 'Justo entre las Naciones'. Pero él nunca quiso ser
recordado como un héroe: «No, no, quiero que me recuerden por mis éxitos
deportivos. Los verdaderos héroes son
los demás, los que sufren en el alma, en el corazón, en el espíritu y
en la mente, por sus seres queridos. Esos son los verdaderos héroes. Yo solo
soy un ciclista».
Hay personas que recuerdan
inevitablemente a la parábola de los talentos: esa en la que Jesús entrega
dones a sus siervos y espera que los hagan fructificar. Gino Bartali recibió el
talento de saber montar en bicicleta y no lo usó solo para ganar campeonatos,
sino para algo mucho más grande: salvar
vidas. Como en la parábola, no enterró lo que se le dio, sino que lo
multiplicó con coraje, fe y silencio.
María Rabell García
Fuente: El Debate