EL CARMELITA QUE GANÓ DOS TOURS Y TRES GIROS Y SALVÓ A 800 JUDÍOS ESCONDIENDO DOCUMENTOS EN SU BICICLETA

Gino Bartali hizo todo en silencio, fiel a su convicción de que «las obras de caridad se hacen, pero no se habla de ellas». Solo después de su muerte, en el año 2000, y con la aparición de documentos en 2003, se supo la verdad

Bartali se dedicó al ciclismo desde los años treinta. Dominio público
En la localidad florentina de Ponte Ema nació, el 18 de julio de 1914, un niño destinado a convertirse en uno de los grandes mitos del ciclismo italiano: Gino Bartali. Su historia parece sacada de una película, y no tanto por sus victorias deportivas, sino por esos miles de kilómetros que nadie vio, recorridos en silencio, guiados por una fe firme y un corazón generoso y que salvaron cientos de vidas.

Su infancia transcurrió en el seno de una familia humilde, trabajadora, marcada por la sencillez y la fe cristiana. La tragedia llegó pronto, con la muerte de su hermano Giulio en un accidente de bicicleta, lo que sumió a su madre en un profundo dolor. A pesar de las dificultades, Gino encontró refugio en la oración y más tarde en la Tercera Orden del Carmelo Descalzo.

'Ginettaccio': fuerza, carácter y humildad

Conocido entre los aficionados como Ginettaccio por su carácter fuerte y tenacidad, Bartali descubrió la bicicleta gracias a su primer empleo como mecánico en un taller. El dueño, al ver su pasión, le regaló su primera bicicleta. Las colinas toscanas se convirtieron en su primer escenario de entrenamiento, y pronto comenzó a destacar en las competiciones.

Llegó a ganar tres Giros de Italia (1936, 1937, 1947) y dos Tours de Francia (1938, 1948), el último en un momento clave para la estabilidad social de Italia. Sus triunfos calmaron tensiones en un país al borde del caos, pero para Bartali, las verdaderas medallas no eran de oro.

Gino llevaba su fe como eje vital. Su relación con los Carmelitas Descalzos nació en silencio, buscando consuelo entre los muros del convento de San Paolino, en Florencia. Allí conoció al padre Mauro Tabarelli, quien se convirtió en su director espiritual. La profundidad de la vida interior de Bartali se reflejaba en sus actos: colaboró activamente con los Carmelitas, ayudando a construir escuelas y respaldando iniciativas para niños pobres y huérfanos.

Lo hacía en silencio, fiel a su convicción de que «las obras de caridad se hacen, pero no se habla de ellas». Para Bartali, como explicaba, las medallas de mayor valor no eran las que colgaban de una camiseta, sino las que se llevaban en el alma.

La grandeza de lo escondido

Mientras Italia ardía en guerra, Bartali recorría en bicicleta las colinas de Toscana como parte de su entrenamiento. Lo que pocos sabían —y él nunca reveló en vida— es que bajo el sillín y en el interior del cuadro de su bicicleta escondía documentos falsos para salvar a judíos perseguidos por los nazis. Su imagen pública como campeón le permitía cruzar puestos de control sin sospechas. Era el mensajero perfecto.

Durante los años 1943 y 1944, realizó recorridos de hasta 200 kilómetros en un solo día, desde Florencia hasta Asís, como parte de una red clandestina organizada. Se calcula que gracias a su labor se evitaron al menos 800 deportaciones.

Nunca se lo contó a nadie. Solo después de su muerte, en 2000, y con la aparición de documentos en 2003, se supo la verdad. Su hijo Andrea lo recordaba así: «Mi padre era un católico ferviente. Casi nunca nos hablaba de lo que hizo durante la guerra. Simplemente decía que en la vida, estas cosas se hacen y ya está».

El alma del campeón

Gino Bartali murió el 5 de mayo del año 2000, rodeado de paz. Había pedido que lo enterraran solo con el manto blanco de los Terciarios Carmelitas, sin fotos ni epitafios. En su tumba, apenas una línea: Gino Bartali 1914-2000.

En 2013, el Estado de Israel le otorgó el título de 'Justo entre las Naciones'. Pero él nunca quiso ser recordado como un héroe: «No, no, quiero que me recuerden por mis éxitos deportivos. Los verdaderos héroes son los demás, los que sufren en el alma, en el corazón, en el espíritu y en la mente, por sus seres queridos. Esos son los verdaderos héroes. Yo solo soy un ciclista».

Hay personas que recuerdan inevitablemente a la parábola de los talentos: esa en la que Jesús entrega dones a sus siervos y espera que los hagan fructificar. Gino Bartali recibió el talento de saber montar en bicicleta y no lo usó solo para ganar campeonatos, sino para algo mucho más grande: salvar vidas. Como en la parábola, no enterró lo que se le dio, sino que lo multiplicó con coraje, fe y silencio.

María Rabell García

Fuente: El Debate