¿Qué hay detrás de "este amor" de esposos?, ¿cómo se diferencia del amor por los hijos o por uno mismo?
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El Confidencial |
Vivimos en una
época en la que vemos cada vez más divorcios, y con más jóvenes que ya no creen
posible un amor para toda la vida. Una cultura en la que, palabras como
“compromiso”, “sacrificio”, son casi reliquias, que se encuentran en
diccionarios o en el Catecismo de la Iglesia católica.
¿Cómo entendemos el matrimonio?
Lo primero, se
trata de comprender el camino del matrimonio como una vocación. Es decir, la
pareja está llamada por Dios a vivir ese amor “hasta que la muerte los separe”.
Es más, haberse encontrado, no es fruto del azar, ni obra del destino.
Al hablar de
“vocación” o “llamado”, naturalmente pensamos en los sacerdotes o consagrados,
cuando, en realidad, el matrimonio es tan vocación, como el sacerdocio. Es en
ese sentido, la felicidad a la cual me creó Dios, y que está profundamente
ligada a ese amor matrimonial.
Si entendemos
el matrimonio como un llamado de Dios, es fundamental, estar abiertos al amor
de Dios. Es más, ese amor del Padre tiene que nutrir el amor de pareja,
pidiendo su bendición, por lo que Dios tiene que tener un “espacio” en esa
relación. Al no permitir que haga parte de la vida matrimonial es, incluso,
cerrarse a una dimensión esencial del matrimonio.
Amarse a sí mismo
La única forma
de relación entre los esposos, que está a la altura de nuestra dignidad, es el amor personal, que
aprendemos del mismo Señor Jesús. Sobre esto podríamos hablar tanto… ese amor
personal significa aprender una entrega total y sin condiciones a mi pareja.
Los dos están llamados a ser “una sola carne”. No hay un límite, no hay
requisitos previos. Así como Jesús entregó toda su vida por nosotros, deben
entregarse totalmente al otro. Y eso significa desde lo corporal, hasta lo
espiritual. Por eso, si la relación se restringe a lo sexual, obviamente, está
destinada a morir.
El amor a la familia
El amor de
pareja tiene que estar antes que la relación con los hijos. Es difícil entender
que no podemos supeditar el amor matrimonial por el de los hijos. No se trata
de decir que uno es más o mejor que el otro, porque son diferentes. Creo que es
claro, por ejemplo, para los papás, cómo los hijos se dan cuenta si la relación
entre los dos no está bien. Si queremos una buena y sana educación para ellos,
el amor de los padres debe ser un ejemplo. La unidad matrimonial es, además,
una fuente de seguridad y muchos otros valores fundamentales para el niño.
Termino estas
reflexiones, con algo que está implícito en todo lo ya dicho, pero vale la pena
recordarlo con claridad y es: la comunicación. Muchas veces no sabemos cómo
vivirla y es fuente de peleas o discusiones. Se trata de buscar lo que es mejor
para los dos, no que cada uno, simplemente respete la postura o ideas del otro.
Obviamente, es necesario ese respeto. Pero, siempre buscando el bien de la
pareja, y no, solamente, como un “acuerdo” para que los dos estén “tranquilos”.
Por: Pablo
Augusto Perazzo
Fuente: Revista
Vive!