Nueve
de cada diez diáconos permanentes en España sintieron la llamada dentro del
matrimonio, circunstancia que refuerza ambos sacramentos, pese a las
dificultades de conciliar vida laboral, familiar y diaconal
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Javier Villalba (derecha) con otros dos diáconos y el secretario
de la Comisión Episcopal del Clero, Juan Carlos Mateos (izq.).
Foto: Javier Villalba
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La clave para afrontarlas está en poner el foco en la identidad del
ministro ordenado, no tanto en la tarea que desempeña, aseguran participantes
en el Encuentro Nacional del Diaconado Permanente celebrado el pasado fin de
semana en Toledo. El objetivo es hacer presente a Dios en medio de la sociedad
actual.
La figura del
diácono permanente es cada vez más conocida desde que el Concilio Vaticano II
lo restaurase –también para hombres casados– hace más de 50 años y lo
propusiese como un grado ministerial más.
Ha ayudado a su visibilidad que haya
en España, según los últimos datos de la Conferencia Episcopal correspondientes
al año 2017, un total de 447 diáconos permanentes, una clasificación que
lideran las diócesis de Sevilla (60), Barcelona (43), Madrid (31) y Valencia
(20). Sin embargo, todavía hay 22 sedes episcopales que no cuentan con ninguno.
En cualquier
caso, a pesar del crecimiento de la presencia de estos diáconos en los últimos
años, lo cierto es que su figura todavía no ha sido comprendida por una gran
mayoría de fieles, que los siguen viendo como una solución a la escasez de
vocaciones sacerdotales, un sacerdote con menos funciones o como una especie de
laico clericalizado.
Pero como
explica Javier Villalba, diácono permanente en la parroquia de la Santísima
Trinidad de Collado Villalba (Madrid), este grado del orden «tiene su propia
identidad». Y añade, en conversación con este semanario: «El diácono permanente
encarna el servicio dentro de la Iglesia. Por eso es bueno que en la Iglesia
haya estas personas que llevan la estola cruzada y que nos recuerdan a todos
que somos servidores».
Jesús, eje
central
Pedro Jara,
diácono permanente y autor del libro El diácono, pobre y fiel en lo
poco, prologado por el cardenal Carlos Osoro, coincide en que lo importante
es la configuración del ministro con Jesús, es decir, hacerle presente en medio
del mundo. «Se trata de que Jesucristo, el eje central, aparezca a través de
las cosas que hacemos. Es un servicio en las cosas pequeñas y olvidadas»,
explica. De hecho, tiene gran importancia en el ministerio diaconal el ser
servidor, sobre todo, en el ámbito de la caridad. No es raro que los diáconos
permanentes trabajen en las fronteras de la pastoral penitenciaria, la pastoral
de la salud o la pastoral social.
Jara presentó
su libro en el Encuentro Nacional del Diaconado Permanente que, organizado por
la Conferencia Episcopal, abordó la semana pasada en Toledo la relación entre
el diaconado y la familia. En él también intervinieron Javier Villalba y su
mujer, Belén Santos, que hablaron de la conciliación –no solo a nivel práctico,
que también– entre estas dos dimensiones que ellos viven en primera persona.
Javier se
ordenó hace ocho años, aunque el proceso comenzó mucho antes, con el
discernimiento junto con su mujer y luego con la formación. Habla ahora Belén
Santos: «Entendimos los dos que teníamos que confiar en esa llamada que nos
hacía Dios. Todo el proceso nos llevó a hablar mucho y significó también un
compromiso del uno con el otro y de ambos con los demás. En este sentido, se
incorpora a la familia como un proyecto».
Creen que si
hubieran tenido más modelos en los que reflejarse, probablemente habría sido
más sencillo, pero también son conscientes de que están viviendo momentos
históricos. Por eso valoran especialmente los encuentros entre diáconos y sus
esposas, lo que han llamado fraternidad diaconal. Y lanzan esta propuesta: una
pastoral vocacional específica para el diaconado permanente, que dé a conocer
esta figura «que para muchos es una novedad y que tiene unas peculiaridades que
conviene que sean conocidas».
Esta opción
significa asumir una serie de tareas a distintos niveles: el de la Palabra, el
litúrgico y el caritativo. Así, Villalba desarrolla su ministerio en Cáritas,
en el Centro de Orientación Familiar de la parroquia que, además, acaba de
poner en marcha un centro de escucha; en la pastoral familiar, en la
preparación de novios o del Bautismo de niños, en el trabajo con jóvenes; y en
la predicación. «Somos ministros ordenados presentes en medio del mundo, en lo
cotidiano. En la universidad, en el mundo laboral, en las distintas tareas de
nuestra vida. Creo que este figura es importante en un mundo que pierde a Dios
aparezca una figura cualitativamente distinta en representación de la Iglesia.
Es bueno para la Iglesia poner el rostro de un ministro [diácono permanente]
allá donde no llegan otros ministros [sacerdotes].
La conciliación
Conjugar todo
esto a nivel práctico no es sencillo, pues a la dificultad en la conciliación
de la vida familiar con la laboral –Javier es pediatra y Belén trabaja en un
centro educativo– hay que unir esta vida diaconal. «Hacemos encaje de bolillos
en un difícil equilibro de todas las parcelas. Para ser sinceros, hacemos lo
que podemos y esto conlleva renuncias y a tener prioridades.
En la familia
tenemos asumido que Javier dedica mucho tiempo durante el fin de semana a las
tareas pastorales y yo le acompaño cuando puedo», reconoce Belén. Javier añade
que la clave es poner a Dios y al Espíritu en medio de la vida, pues da «mucha
paz interior». «Son diferentes frentes y hay que vivirlos con alegría y no con
el agobio de una tarea que consume. Solo la vida espiritual intensa con tu
mujer es lo que hace que se puedan llevar las cosas con paz y vivir ese
equilibro. Porque en realidad se trata de ser signo», sigue.
Por su parte,
Pedro Jara señala que el primer servicio se da en la familia, que es la primera
vocación a la que uno es llamado: «La vocación al diaconado permanente no
interrumpe la del matrimonio. Si lo hiciese no sería una llamada de Dios. Es
complicado conjugarlo todo, pero no se trata tanto de lo que haces sino de cómo
lo haces. En realidad, el diácono tiene que desaparecer para que aparezca
Jesús».
Los hijos
Otra cuestión
importante es cómo abordar este ministerio con los hijos. Tanto Pedro Jara como
Javier Villalba tienen familias numerosas con tres y cuatro hijos,
respectivamente. En el caso de Javier, sus hijos lo han integrado
perfectamente, aunque les haya impactado ver a su padre revestido las primeras
veces. «El proceso, que fue lento, les ayudó a asimilarlo. Haberlo vivido en
familia ha permitido que lo entiendan y lo vayan contando con sus palabras a
sus iguales. Hoy, en la parroquia, parece que llevemos con un diácono toda la
vida», afirma Belén.
En su opinión,
ve bien que en la actualidad haya diáconos permanentes con niños pequeños, pues
hasta hace poco la mayoría eran mayores y estaban en otros momentos vitales,
como si el ministerio diaconal solo fuese accesible cuando no tienes
obligaciones familiares. «Eso no es así, Dios llama cuando llama. Además, es
muy interesante hacer ese camino con nuestros hijos y tener la ocasión de
explicárselo, de hablarles y de contar con ellos», continúa.
Pero el impacto
no se produce solo en el entorno familia o en la parroquia, pues estar inserto
en la sociedad, en el mercado laboral y ser a la vez un ministro ordenado
interpela a los demás. Al menos, a los amigos de Javier les sorprendió verle
predicar revestido en el funeral de su padre el año pasado: «Entonces entienden
lo que les has venido contando y cómo lo vives. De este modo, el diácono es el
rostro de la Iglesia en mitad de las circunstancias del mundo».
Obispos,
sacerdotes y diáconos como ministros ordenados junto a los laicos son los
encargados hoy de llevar la palabra de Dios al mundo de hoy y «todos somos
necesarios», apunta Javier. «Todos formamos un único pueblo, pero sí es verdad
que al restaurar el diaconado permanente se hace mucho más visible los grados
de la jerarquía de la Iglesia y es algo muy bonito y enriquecedor», concluye.
Fran Otero
Fuente: Alfa y
Omega