Si no perdonamos, le atamos las manos a Dios para
que nos pueda perdonar
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Dominio público |
Muchas personas me
contactaron por privado para consultar sobre este punto porque, «les cuesta
mucho», «no pueden perdonar» o «están atrapados en un círculo de rencor».
¡Es que el
perdón no es fácil! Pedir perdón no es fácil porque somos orgullosos.
Y perdonar tampoco es fácil, porque estamos heridos. Así puede pasar que no nos
pidamos perdón y esa falta de pedir y dar perdón se acumule en resentimiento.
El resentimiento es tomar veneno y esperar que el otro se muera. Y si no es fácil lidiar con el perdón cuando estamos bien, con resentimiento es muchísimo más difícil.
El resentimiento es tomar veneno y esperar que el otro se muera. Y si no es fácil lidiar con el perdón cuando estamos bien, con resentimiento es muchísimo más difícil.
Pero tenemos
que perdonar. No hay opción. Jesús nos dice que seamos «misericordiosos
como nuestro Padre Celestial es misericordioso. Y también lo decimos
constantemente en el Padre Nuestro: «Perdónanos nuestras ofensas como también
nosotros perdonamos a los que nos ofenden». Si nosotros no perdonamos, ¡Dios no
nos puede perdonar!
Si tenemos que
ser misericordiosos como el Padre, lo mejor que podemos hacer es ver cómo nos
perdona Dios para comprender cómo debemos perdonar nosotros.
Para ello vamos a seguir a nuestro querido Papa Francisco, que es un
«misericordiólogo» de primer orden.
1. Dios está ansioso de perdonarnos
En la parábola
del Padre Misericordioso, como la llama el Papa Francisco, más conocida como la
del hijo pródigo, hay un rasgo tiernísimo del Padre que muchas veces
pasamos por alto: «Estando él todavía lejos, le vió su padre y, conmovido,
corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente». (Lc 15, 20). ¡El Padre lo
estaba esperando! ¡Fue corriendo a su encuentro! ¡Y el hijo todavía no le había
pedido disculpas! En nuestras relaciones personales, tenemos
que estar dispuestos a salir corriendo al encuentro de nuestros hermanos que
nos hirieron, sin dudarlo y sabiendo que así es el perdón de Dios.
Tenemos que estar ansiosos esperando la reconciliación. Y cuando nuestro
hermano que nos hirió nos pide disculpas, correr a su encuentro y manifestar la
alegría del reencuentro.
El papa
Francisco dijo en su sermón del domingo 6 de marzo pasado:
«Él es el
Padre misericordioso que en Jesús nos ama más allá de toda medida, espera
siempre nuestra conversión cada vez que nos equivocamos, espera a nuestro
regreso cada vez que nos alejamos de Él».
2. Dios perdona de inmediato
En la parábola
el Padre casi ni permite que su hijo le diga todas las palabras de
arrepentimiento que tenía preparadas: lo manda levantar y manda a sus criados
que lo vistan y le pongan anillos. Jesús, estando en la cruz, mira a aquellos
que lo estaban torturando y a punto de matar y dice algo increíblemente
desconcertante: «Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen» (Lc 23, 34).
¿Se puede perdonar a alguien que nos hiere, sobre todo a aquellas personas que
son más cercanas? ¡Por supuesto que sí! Tenemos que tener en cuenta que, como
dice Nuestro Señor «no sabían lo que hacían».
Tal vez
creemos que esa persona nos hiere porque es mala, o porque nos odia. Pero,
generalmente, la explicación es mucho más sencilla: no saben. El pecado, para
ser pecado debe ser «cometido con pleno conocimiento y deliberado
consentimiento» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1857). Y esas condiciones no
siempre están presentes. Muchas veces nos herimos sin saber, sin querer, sin
poder evitarlo. Por eso nuestra disposición a perdonar debe ser siempre
generosa y abierta. Tanto si nos piden disculpas como si no nos
piden disculpas, teniendo en cuenta que la persona que nos ofendió puede no
saber que nos ofendió. Debemos evitar la tentación de decir: «yo eso no lo
puedo perdonar» o «jamás te perdonaré». Si no perdonamos, le atamos las manos a
Dios para que nos pueda perdonar.
3. El perdón de Dios es una fiesta
El padre,
inmediatamente después de rehabilitar a su hijo a su plena dignidad ¡Les pide a
los sirvientes que organicen una fiesta! ¿Olvidó la ofensa? ¿Se olvidó de todo lo que su hijo le había hecho? No.
La respuesta se la da al hijo que protesta del trato que le dio el Padre
Misericordioso al hijo descarriado: «este hermano tuyo estaba muerto, y ha
vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado». ¿Cómo no
alegrarnos si la paz ha vuelto a nuestra vida? ¿Cómo no alegrarnos si podemos
dejar atrás nuestras diferencias?
El Papa
Francisco, en una catequesis sobre esta parábola, el 13 de Enero de 2016 dijo:
«[El padre,
después]… va también a llamar al hijo mayor, que está indignado y no quiere
hacer fiesta, el hijo que ha permanecido siempre en la casa, pero viviendo como
un siervo más que como un hijo, y también sobre él el padre se inclina, lo
invita a entrar, busca abrir su corazón al amor, para que ninguno quede
excluído de la fiesta de la misericordia, la misericordia es una fiesta».
Si Dios se
alegra y arma una fiesta cuando le pedimos perdón, ¿por qué a veces nosotros
perdonamos y seguimos con mala cara durante un tiempo? ¡Per donemos con
alegría, sabiendo que Dios nos va a perdonar de igual modo!
4. No es Dios quien nos acusa
En el episodio
de la mujer adúltera, luego de confundir a los acusadores, hay un hermoso
diálogo entre Nuestro Señor y la mujer: «”Mujer, ¿dónde están los que te
acusaban? ¿Nadie te ha condenado?” Ella respondió: “Nadie, Señor.” Jesús le
dijo: “Tampoco yo te condeno”». (Jn 8, 10-11) ¿Por qué cuando estamos enojados
acusamos constantemente a quien nos hirió? ¿Por qué buscamos pelea? ¿Estamos tan
libres de pecado que creemos que podemos acusar a quien nos hirió?
¿Creemos que vamos a conseguir la benevolencia del otro repitiéndole mil veces
las cosas que nos hizo? Yo creo que no. Más bien es una táctica espantosa si
queremos la paz.
El Papa
Francisco dijo en la homilía en la Casa Santa Marta el 3 de junio de 2014:
«¿Quién es el
acusador? En la Biblia se llama “acusador” al demonio, Satanás. Jesús juzgará,
sí: al final del mundo, pero mientras tanto intercede, defiende. [Quien juzga]
es un imitador del príncipe de este mundo que siempre va detrás de las personas
para acusarlas ante el Padre».
Si acusamos no
nos parecemos a Jesús, ¡nos parecemos al diablo! ¿A quién nos queremos parecer?
¿Al Príncipe de la Paz o al príncipe de este mundo?
5. El perdón de Dios requiere una transformación
Pero eso no
significa necesariamente que nunca más lo vamos a volver a hacer. Luego de ese
hermoso diálogo con la mujer, Jesús le dice: «en adelante no peques más» (Jn
8,11). Y esa es la parte que a veces más nos cuesta cuando hemos sido nosotros
los que ofendimos. A veces caemos en la rutina de pecar «porque la
misericordia de Dios es infinita», y no ponemos los medios para producir esa
conversión, esa transformación interior que es nuestro deber
hacer para agradecer el perdón misericordioso de Dios. Cuando nuestro
«Perdóname» a quien ofendimos se vuelve rutinario, o cuando vamos a la
confesión sacramental sin propósito de enmienda, el poder del perdón se diluye.
Tenemos que
agradecer constantemente la misericordia de Dios y de nuestros hermanos y poner
todos los medios para esa transformación interior. ¿Y si caemos de nuevo? ¡De nuevo
nos levantamos! Pedimos perdón sincero y volvemos a poner todos los medios para
no volver a caer. ¿Cuántas veces debemos perdonar a quienes nos hieren?
¡Setenta veces siete!
El Papa
Francisco dijo a Andrea Tornielli en el libro «El Nombre de Dios es Misericordia»:
«Hay muchas
personas humildes que confiesan sus recaídas. Lo importante, en la vida de cada
hombre y de cada mujer, no es no volver a caer jamás por el camino. Lo
importante es levantarse siempre, no quedarse en el suelo lamiéndose las heridas.
El Señor de la misericordia me perdona siempre, de manera que me ofrece la
posibilidad de volver a empezar siempre».
6. Dios perdona completamente
Dios perdona
completamente. Jesús le dice al buen ladrón: «Hoy estarás conmigo en el
Paraíso» (Lc 23, 43). ¿Cómo perdonamos? El perdón no significa que tenga que
olvidar la ofensa recibida.El perdón no tiene que ver con tu memoria. El perdón
tampoco tiene nada que ver con los sentimientos. ¡Jesús pidió perdón por sus
torturadores desde la Cruz! Tal vez, si la ofensa fue muy grave, nos vamos a
acordar de la ofensa que nos hicieron hasta el último momento de nuestras
vidas. Perdonar significa «seguir dando». Perdonar significa «donarse otra
vez». Cristo le da su perdón a alguien que manifiestamente no
lo merece. Tan buen ladrón fue que a último momento «se robó el Cielo». Cuando
perdonamos, no podemos seguir con «cara de víctimas», mucho menos con «actitud
de víctimas». Si el perdón es real y completo, no volveremos a hablar del tema
nunca más, ni con el ofensor, ni con nadie, exceptuando con nuestro confesor.
Eso significa perdonar: dejar atrás una ofensa y hacerlo de una vez y para
siempre.
7. Es Dios quien perdona
El perdón no
puede limitarse a pedirnos perdón mutuamente, aunque es un buen comienzo. Pero luego de
perdonarnos mutuamente, en forma inmediata y completa, debemos saber que
aquella persona que ofendimos, es ¡hija o hija de Dios! (y uno de sus
favoritos) Entonces, lo siguiente que tenemos que hacer es ir y confesarlo a un sacerdote, para que mediante la
absolución, la penitencia y el consejo adecuado podamos tener realmente paz en
el alma, en nuestro matrimonio, en nuestra familia o en nuestras comunidades.
La paz verdadera se cimenta sobre el perdón sobrenatural. Nuestro Señor nos lo
dijo al dejarnos la paz «mi paz les dejo, mi paz les doy: no la doy como la da
el mundo» (Jn 14,27).
El Papa
francisco dijo en sermón de Santa Marta del 15 de junio de 2013:
«Pero ¿qué es
la reconciliación? Tomar a uno de esta parte, tomar a otro y hacer que estén
unidos: no, esta es una parte pero no es… La verdadera reconciliación es
que Dios, en Cristo, ha tomado nuestros pecados y Él se ha hecho pecado por
nosotros. Y cuando vamos a confesarnos, por ejemplo, no es que
decimos el pecado y Dios nos perdona. No, ¡no es esto! Nosotros encontramos a
Jesucristo y le decimos: ‘Esto es tuyo y yo te hago pecado otra vez. Y a Él le
gusta eso, porque ha sido su misión: hacerse pecado por nosotros, para
liberarnos».
Y para cerrar,
otra cita del Querido Papa Francisco, esta vez a los niños el 11 de
mayo de 2015:
«Sí: peleamos,
pero no se debe terminar la jornada sin hacer la paz. Tengan siempre en mente
esto. A veces yo tengo razón, el otro está equivocado, ¿cómo voy a pedir
perdón? No pido perdón sino que hago un gesto y la amistad sigue. Esto es
posible: no dejar que haber peleado dure hasta el día siguiente. ¡Esto es malo!
No terminar el día sin hacer la paz».
Por Andrés D' Angelo
Fuente: CatholicLink