QUÉ ES EL EXAMEN DE CONCIENCIA Y CÓMO SE HACE (PARA SACARLE FRUTO)

El examen de conciencia es una de las prácticas espirituales más antiguas y eficaces para crecer en madurez humana... y en santidad. Con un matiz: no es introspección psicológica, sino diálogo con Dios.

Dominio público
Aunque muchos puedan considerarlo una práctica olvidada o, en el mejor de los caso, sólo vinculada a la preparación para confesarse entre las personas muy piadosas, la realidad es que el examen de conciencia es un ejercicio de gran profundidad y capacidad transformadora para el día a día.

El mejor modo de ponerla en práctica, de hecho, es convertirlo en una rutina cotidiana, la misma que ha acompañado a los santos durante siglos. De hecho, uno de sus grandes valedores, san Ignacio de Loyola, lo consideraba «el momento más importante del día», y lo recomendaba incluso si no se podía hacer una oración completa.

Pero, ¿en qué consiste? El examen de conciencia es una revisión breve pero sincera del propio día, hecho en presencia de Dios, para reconocer los dones recibidos, los pecados cometidos –también los de omisión– y los pasos que se pueden dar para tratar de vivir una vida cristiana más coherente, o lo que es lo mismo, más santa.

Unida a la confesión, pero no sólo

El Catecismo lo menciona al hablar del sacramento de la penitencia, que, dice, «conviene preparar mediante un examen de conciencia hecho a la luz de la Palabra de Dios». En particular, señala cómo «la confesión de los pecados al sacerdote constituye una parte esencial del sacramento de la penitencia» (para evitar aquello de «yo me confieso directamente con Dios») y en ella «los penitentes deben enumerar todos los pecados de que tienen conciencia, tras haberse examinado seriamente».

No obstante, esta práctica también es propuesta por el Magisterio como parte de la vida diaria, no sólo sacramental. Porque, como recordaba san Juan Pablo II, «el examen de conciencia diario favorece en alto grado la necesaria conversión del corazón al amor del Padre de las misericordias».

Cómo hacer un examen de conciencia

Un buen examen de conciencia no consiste en una auto tortura mental, ni en buscar imperfecciones en un severísimo ejercicio de introspección psicológica. Al contrario, para la espiritualidad católica, el verdadero examen de conciencia es un acto de humildad, de agradecimiento y de conversión.

La tradición eclesial suele aconsejar cinco sencillos pasos para hacerlo al final del día:

1.  Invocar al Espíritu Santo, pidiendo luz para vernos como Dios nos ve.

2.  Dar gracias por los dones recibidos durante el día: momentos de amor, oportunidades, providencias…

3.  Revisar las acciones del día, tanto en palabras, como en pensamientos, omisiones y decisiones, según tres preguntas clave: ¿Cuánto amor he dado? ¿He sido fiel a Dios en lo pequeño, y en lo público? ¿Qué ocasión he desaprovechado?

·     Reconocer los pecados sin excusas –que en este caso no sería sino intentar hacer trampas jugando al solitario–, y pidiendo perdón a Dios.

1.  Pedir ayuda para el día siguiente, haciendo un propósito concreto y breve.

Una práctica apta para todos

Su importancia para la vida de fe hace que existan diferentes modelos de examen de conciencia adaptados a cada edad o estado de vida: para niños, para jóvenes, para padres de familia, para sacerdotes… También hay exámenes basados en los Diez Mandamientos, en las Bienaventuranzas, en las obras de misericordia, o en el ejemplo de los santos.

Actualmente, son muchos los católicos que usan aplicaciones móviles para llevar a cabo su examen de conciencia, como LaudateHallow Rezar en el Metro, que incluyen guías para hacer un buen examen de conciencia y guardar propósitos personales. No obstante, es más útil imprimir un modelo concreto, para no vincular el uso del móvil al tiempo de oración.

Como decía san Francisco de Sales, «examínate cada noche, y humíllate ante Dios por tus faltas, y así ganarás en sabiduría y crecerás en virtud».

José Antonio Méndez
Fuente: El Debate