La última petición que le hizo al médico antes de morir fue que su casa la convirtieran en hospital para pobres
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Liduvina
nació en Schiedam, Holanda, en 1380. Su padre era muy pobre y tenía por oficio
el de "celador" o cuidador de fincas. Hasta los 15 años Liduvina era
una muchacha como las demás: alegre, simpática, buena y muy bonita. Pero en
aquel año su vida cambió completamente. Un día, después de jugar con sus amigos
iban a patinar y en el camino cayó en el hielo partiéndose la columna
vertebral.
La
pobre muchacha empezó desde entonces un horroroso martirio. Continuos vómitos,
jaquecas, fiebre intermitente y dolores por todo el cuerpo la martirizaban todo
el día. En ninguna posición podía descansar. La altísima fiebre le producía una
sed insaciable. Los médicos declararon que su enfermedad no tenía remedio.
Liduvina
se desesperaba en esa cama inmóvil, y cuando oía a sus compañeras correr y
reír, se ponía a llorar y a preguntar a Dios por qué le había permitido tan
horrible martirio. Pero un día Dios le dio un gran regalo: nombraron de párroco
de su pueblo a un verdadero santo, el Padre Pott. Este virtuoso sacerdote lo
primero que hizo fue recordarle que "Dios al árbol que más lo quiere más
lo poda, para que produzca mayor fruto y a los hijos que más ama más los hace
sufrir". Le colocó en frente de la cama un crucifijo, pidiéndole que de
vez en cuando mirara a Jesús crucificado y se comparara con El y pensara que si
Cristo sufrió tanto, debe ser que el sufrimiento lleva a la santidad.
En
adelante ya no volvió más a pedir a Dios que le quitara sus sufrimientos, sino
que se dedicó a pedir a Nuestro Señor que le diera valor y amor para sufrir
como Jesús por la conversión de los pecadores, y la salvación de las almas.
Santa
Liduvina llegó a amar de tal manera sus sufrimientos que repetía: "Si
bastara rezar una pequeña oración para que se me fueran mis dolores, no la
rezaría". Descubrió que su "vocación" era ofrecer sus
padecimientos por la conversión de los pecadores. Se dedicó a meditar
fuertemente en la Pasión y Muerte de Jesús. Y en adelante sus sufrimientos se
le convirtieron en una fuente de gozo espiritual y en su "arma" y su
"red" para apartar pecadores del camino hacia el infierno y llevarlos
hacia el cielo. Decía que la Sagrada Comunión y la meditación en la Pasión de
Nuestro Señor eran las dos fuentes que le concedían valor, alegría y paz.
La
enfermedad fue invadiendo todo su cuerpo. Una llaga le fue destrozando la piel.
Perdió la vista por un ojo y el otro se le volvió tan sensible a la luz que no
soportaba ni siquiera el reflejo de la llama de una vela. Estaba completamente
paralizada y solamente podía mover un poco el brazo izquierdo. En los fríos
terribles del invierno de Holanda quedaba a veces en tal estado de enfriamiento
que sus lágrimas se le congelaban en la mejilla. En el hombro izquierdo se le
formó un absceso dolorosísimo y la más aguda neuritis (o inflamación de los
nervios) le producía dolores casi insoportables. Parecía que ya en vida
estuviera descomponiéndose como un cadáver. Pero nadie la veía triste o
desanimada, sino todo lo contrario: feliz por lograr sufrir por amor a Cristo y
por la conversión de los pecadores. Y cosa rara: a pesar de que su enfermedad
era tan destructora, se sentía a su alrededor un aroma agradable y que llenaba
el alma de deseos de rezar y de meditar.
Cuentan
las antiguas crónicas que recién paralizada una noche Liduvina soñó que Nuestro
Señor le proponía: "Para pago de tus pecados y conversión de los
pecadores, ¿qué prefieres, 38 años tullida en una cama o 38 horas en el
purgatorio?". Y que ella respondió: "prefiero 38 horas en el
purgatorio". Y sintió que moría que iba al purgatorio y empezaba a sufrir.
Y pasaron 38 horas y 380 horas y 3,800 horas y su martirio no terminaba, y al
fin preguntó a un ángel que pasaba por allí, "¿Por qué Nuestro Señor no me
habrá cumplido el contrato que hicimos? Me dijo que me viniera 38 horas al
purgatorio y ya llevo 3,800 horas". El ángel fue y averiguó y volvió con
esta respuesta: "¿Qué cuántas horas cree que ha estado en el
Purgatorio?" ¡Pues 3,800! ¿Sabe cuánto hace que Ud. se murió? No hace
todavía cinco minutos que se murió. Su cadáver todavía está caliente y no se ha
enfriado. Sus familiares todavía no saben que Ud. se ha muerto. ¿No han pasado
cinco minutos y ya se imagina que van 3,800?". Al oír semejante respuesta,
Liduvina se asustó y gritó: Dios mío, prefiero entonces estarme 38 años tullida
en la tierra. Y despertó. Y en verdad estuvo 38 años paralizada y a quienes la
compadecían les respondía: "Tengan cuidado porque la Justicia Divina en la
otra vida es muy severa. No ofendan a Dios, porque el castigo que espera a los
pecadores en la eternidad es algo terrible, que no podemos ni imaginar.
En
1421, o sea 12 años antes de su muerte, las autoridades civiles de Schiedam (su
pueblo) publicaron un documento que decía: "Certificamos por las
declaraciones de muchos testigos presenciales, que durante los últimos siete
años, Liduvina no ha comido ni bebido nada, y que así lo hace actualmente. Vive
únicamente de la Sagrada Comunión que recibe".
Santa
Liduvina, paralizada y sufriendo espantosamente en su lecho de enferma, recibió
de Dios los dones de anunciar el futuro a muchas personas y de curar a
numerosos enfermos, orando por ellos. A los 12 años de estar enferma y
sufriendo, empezó a tener éxtasis y visiones. Mientras el cuerpo quedaba como
sin vida, en los éxtasis conversaba con Dios, con la Sma. Virgen y con su Angel
de la Guarda. Unas veces recibía de Dios la gracia de poder presenciar los
sufrimientos que Jesucristo padeció en su Santísima Pasión. Otras veces
contemplaba los sufrimientos de las almas del purgatorio, y en algunas
ocasiones le permitían ver algunos de los goces que nos esperan en el cielo.
Dicen
los que escribieron su biografía que después de cada éxtasis se afirmaba más y
más en su "vocación" de salvar almas por medio de su sufrimiento
ofrecidos a Dios, y que al finalizar cada una de estas visiones aumentaban los
dolores de sus enfermedades pero aumentaba también el amor con el que ofrecía
todo por Nuestro Señor.
Cambiaron
al santo párroco que tanto la ayudaba, por otro menos santo y menos
comprensivo, quien empezó a decir que Liduvina era una mentirosa que inventaba
lo que decía. El pueblo se levantó en revolución para defender a su santa y las
autoridades para evitar problemas, nombraron una comisión investigadora
compuesta por personalidades muy serias. Los investigadores declararon que ella
decía toda la verdad y que su caso era algo extraordinario que no podía
explicarse sin una intervención sobrenatural. Y así la fama de la santa creció
y se propagó.
En
los últimos siete meses Santa Liduvina no pudo dormir ni siquiera una hora a
causa de sus tremendos dolores. Pero no cesaba de elevar su oración a Dios,
uniendo sus sufrimientos a los padecimientos de Cristo en la Cruz.
Y
el 14 de abril de 1433, día de Pascua de Resurrección poco antes de las tres de
la tarde, pasó santamente a la eternidad. Pocos días antes contempló en una
visión que en la eternidad le estaban tejiendo una hermosa corona de premios.
Pero aun debía sufrir un poco. En esos días llegaron unos soldados y la
insultaron y la maltrataron. Ella ofreció todo a Dios con mucha paciencia y
luego oyó una voz que le decía: "con esos sufrimientos ha quedado completa
tu corona. Puedes morir en paz".
La
última petición que le hizo al médico antes de morir fue que su casa la
convirtieran en hospital para pobres. Y así se hizo. Y su fama se extendió ya
en vida por muchos sitios y después de muerta sus milagros la hicieron muy
popular. Tiene un gran templo en Schiedam. Tuvo el honor de que su biografía la
escribiera el escritor Tomás de Kempis, autor del famosísimo libro "La
imitación de Cristo".
Fuente: ACI