Lucas resume en una frase toda la actividad de Juan: "Anunciaba al pueblo la Buena Noticia" (Lc 3, 18)
Dominio público |
San Lucas nos cuenta con
detalle el anuncio del nacimiento de Juan (Lc 1, 5-25). Esta extraña
entrada en escena de un ser que se convertirá en uno de los más importantes
jalones de la realización de los planes divinos es muy del estilo del Antiguo
Testamento.
Todos los seres vivos debían
ser destruidos por el diluvio, pero Noé y los suyos fueron salvados en el arca.
Isaac nace de Sara, demasiado anciana para dar a luz. David, joven y sin
técnica de combate, derriba a Goliat.
Moisés, futuro guía del
pueblo de Israel, es encontrado en una cesta (designada en hebreo con la misma
palabra que el arca) y salvado de la muerte. De esta manera, Dios quiere
subrayar que Él mismo toma la iniciativa de la salvación de su pueblo.
El anuncio del nacimiento de
Juan es solemne. Se realiza en el marco litúrgico del templo.
Desde la designación del nombre del niño, "Juan", que
significa "Yahvé es favorable", todo es concreta preparación
divina del instrumento que el Señor ha elegido.
Su llegada no pasará desapercibida y muchos se gozarán
en su nacimiento (Lc 1, 14); se abstendrá de vino y bebidas embriagantes, será
un niño consagrado y, como lo prescribe el libro de los Números (6, 1), no
beberá vino ni licor fermentado. Juan es ya signo de su vocación de asceta. El
Espíritu habita en él desde el seno de su madre. A su vocación de asceta se une
la de guía de su pueblo (Lc 1, 17).
Precederá al Mesías, papel que Malaquías (3, 23)
atribuía a Elías. Su circuncisión, hecho característico, muestra también la
elección divina: nadie en su parentela lleva el nombre de Juan (Lc 1, 61), pero
el Señor quiere que se le llame así cambiando las costumbres. El Señor es quien
le ha elegido, es él quien dirige todo y guía a su pueblo.
Benedictus Deus Israelei
El nacimiento de Juan es motivo de un admirable poema
que, a la vez, es acción de gracias y descripción del futuro papel del niño.
Este poema lo canta la Iglesia cada día al final de los Laudes reavivando su
acción de gracias por la salvación que Dios le ha dado y en reconocimiento
porque Juan sigue mostrándole "el camino de la paz".
Juan Bautista es el signo de la irrupción de Dios en
su pueblo. El Señor le visita, le libra, realiza la alianza que había
prometido.
El papel del precursor es muy preciso: prepara los
caminos del Señor (Is 40, 3), da a su pueblo el "conocimiento de la
salvación. Todo el afán especulativo y contemplativo de Israel es conocer la
salvación, las maravillas del designio de Dios sobre su pueblo. El conocimiento
de esa salvación provoca en él la acción de gracias, la bendición, la
proclamación de los beneficios de Dios que se expresa por el "Bendito sea
el Señor, Dios de Israel".
Esta es la forma tradicional de oración de acción de
gracias que admira los designios de Dios. Con estos mismos términos el servidor
de Abrahán bendice a Yahvé (Gn 24, 26). Así también se expresa Jetró, suegro de
Moisés, reaccionando ante el relato admirable de lo que Yahvé había hecho para
librar a Israel de los egipcios (Ex 18, 10). La salvación es la remisión de los
pecados, obra de la misericordiosa ternura de nuestro Dios (Lc 1, 77-78).
Juan deberá, pues, anunciar un bautismo en el Espíritu
para remisión de los pecados. Pero este bautismo no tendrá sólo este efecto
negativo. Será iluminación. La misericordiosa ternura de Dios enviará al Mesías
que, según dos pasajes de Isaías (9, 1 y 42, 7), recogidos por Cristo (Jn 8,
12), "iluminará a los que se hallan sentados en tinieblas y sombras de
muerte" (Lc 1, 79).El papel de Juan, "allanar el camino del
Señor". El lo sabe y se designa a sí mismo, refiriéndose a Isaías (40, 3),
como la voz que clama en el desierto: "Allanad el camino del Señor".
Más positivamente todavía, deberá mostrar a aquel que está en medio de los hombres,
pero que éstos no le conocen (Jn 1, 26) y a quien llama, cuando le ve venir:
"Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo" (Jn 1, 29).Juan
corresponde y quiere corresponder a lo que se ha dicho y previsto sobre él.
Debe dar testimonio de la presencia del Mesías. El modo de llamarle indica ya
lo que el Mesías representa para él: es el "Cordero de Dios".
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus discípulos, le ve como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el universo obtendrá la salvación. Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).
El Levítico, en el capítulo 14, describe la inmolación del cordero en expiación por la impureza legal. Al leer este pasaje, Juan el evangelista piensa en el servidor de Yahvé, descrito por Isaías en el capítulo 53, que lleva sobre sí los pecados de Israel. Juan Bautista, al mostrar a Cristo a sus discípulos, le ve como la verdadera Pascua que supera la del Éxodo (12, 1) y de la que el universo obtendrá la salvación. Toda la grandeza de Juan Bautista le viene de su humildad y ocultamiento: "Es preciso que él crezca v que yo disminuya" (Jn 3, 30).
Todos verán la salvación de Dios
El sentido exacto de su papel, su voluntad de
ocultamiento, han hecho del Bautista una figura siempre actual a través de los
siglos. No se puede hablar de él sin hablar de Cristo, pero la Iglesia no
recuerda nunca la venida de Cristo sin recordar al Precursor. No sólo el
Precursor está unido a la venida de Cristo, sino también a su obra, que anuncia:
la redención del mundo y su reconstrucción hasta la Parusía. Cada año la
Iglesia nos hace actual el testimonio de Juan y de su actitud frente a su
mensaje. De este modo, Juan esta siempre presente durante la liturgia de
Adviento.
En realidad, su ejemplo debe permanecer constantemente ante los ojos
de la Iglesia. La Iglesia, y cada uno de nosotros en ella, tiene como misión
preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena Noticia. Pero recibirla exige
la conversión.Entrar en contacto con Cristo supone el desprendimiento de uno
mismo. Sin esta ascesis, Cristo puede estar en medio de nosotros sin ser
reconocido (Jn l, 26).
Como Juan, la Iglesia y sus fieles tienen el deber de
no hacer pantalla a la luz, sino de dar testimonio de ella (Jn 1, 7). La
esposa, la Iglesia, debe ceder el puesto al Esposo. Ella es testimonio y debe
ocultarse ante aquel a quien testimonia. Papel difícil el estar presente ante
el mundo, firmemente presente hasta el martirio. como Juan, sin impulsar una
"institución" en vez de impulsar la persona de Cristo. Papel
misionero siempre difícil el de anunciar la Buena Noticia y no una raza, una
civilización, una cultura o un país: "Es preciso que él crezca v que yo
disminuya" (Jn 3, 30).
Anunciar la Buena Noticia y no una determinada
espiritualidad, una determinada orden religiosa, una determinada acción
católica especializada; como Juan, mostrar a sus propios discípulos donde está
para ellos el "Cordero de Dios" y no acapararlos como si fuéramos
nosotros la luz que les va a iluminar.Esta debe ser una lección siempre presente y
necesaria, así como también la de la ascesis del desierto y la del recogimiento
en el amor para dar mejor testimonio.
La elocuencia del silencio en el desierto es
fundamental a todo verdadero y eficaz anuncio de la Buena Noticia. Orígenes
escribe en su comentario sobre San Lucas (Lc 4): En cuanto a mí, pienso que el
misterio de Juan, todavía hoy, se realiza en el mundo". La Iglesia, en
realidad, continúa el papel del Precursor; nos muestra a Cristo, nos encamina
hacia la venida del Señor.Durante el Adviento, la gran figura del Bautista se
nos presenta viva para nosotros, hombres del siglo XX, en camino hacia el día
de Cristo.
El mismo Cristo, tomando el texto de Malaquías (3,1), nos habla de
Juan como "mensajero" (4); Juan se designa a sí mismo como tal. San
Lucas describe a Juan como un predicador que llama a la conversión absoluta y
exige la renovación: "Que los valles se levanten, que montes y colinas se
abajen, que lo torcido se enderece, y lo escabroso se iguale. Se revelará la
gloria del Señor y todos los hombres la verán juntos". Así se expresaba
Isaías (40, 5-6) en un poema tomado por Lucas para mostrar la obra de Juan. Se
trata de una renovación, de un cambio, de una conversión que reside, sobre
todo, en un esfuerzo para volver a la caridad, al amor a los otros (Lc 3,
10-14).
Lucas resume en una frase toda la actividad de
Juan: "Anunciaba al pueblo la Buena Noticia" (Lc 3, 18).
Preparar los caminos del Señor, anunciar la Buena
Noticia, es el papel de Juan y el que nos exhorta a que nosotros desempeñemos.
Hoy, este papel no es más sencillo que en los tiempos
de Juan y nos incumbe a cada uno de nosotros.
El martirio de Juan tuvo su origen en la franca
honestidad con que denunció el pecado.
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida y su papel:
Juan Bautista anunció al Cordero de Dios. Fue el primero que llamó así a Cristo.
Citemos aquí el bello Prefacio introducido en nuestra liturgia para la fiesta del martirio de San Juan Bautista, que resume admirablemente su vida y su papel:
"Porque él saltó de alegría en el vientre de su
madre, al llegar el Salvador de los hombres, y su nacimiento fue motivo de gozo
para muchos. El fue escogido entre todos los profetas para mostrar a las gentes
al Cordero que quita el pecado del mundo. El bautizó en el Jordán al autor del
bautismo, y el agua viva tiene desde entonces poder de salvación para los
hombres. Y él dio, por fin, su sangre como supremo testimonio por el nombre de
Cristo".
Fuente: ACI