Las
negaciones de Pedro
Dominio público |
Jesús le respondió: "Déjala. Ella tenía
reservado este perfume para el día de mi sepultura. A los pobres los tienen
siempre con ustedes, pero a mí no me tendrán siempre". Entre tanto, una
gran multitud de judíos se enteró de que Jesús estaba allí, y fueron, no sólo
por Jesús, sino también para ver a Lázaro, al que había resucitado. Entonces
los sumos sacerdotes resolvieron matar también a Lázaro, porque muchos judíos
se apartaban de ellos y creían en Jesús, a causa de él” (Juan
12,1-11).
I. Mientras se
desarrolla el proceso contra Jesús ante el Sanedrín tiene lugar la escena más
triste de la vida de Pedro. Él, que lo había dejado todo por seguir a Nuestro
Señor, que ha visto tantos prodigios y ha recibido tantas muestras de afecto,
ahora le niega rotundamente. Se siente acorralado, y niega hasta con juramento
conocer a Jesús. Con eso niega también el sentido hondo de su existencia: ser
Apóstol, testigo de la vida de Cristo. Su vida honrada, las esperanzas que Dios
había depositado en él, su pasado, su futuro: todo se ha venido abajo. ¿Cómo es
posible que diga no conozco a ese hombre? (Marcos 14, 66-67).
El
pecado, la infidelidad en mayor o menor grado, es siempre negación de Cristo y
de lo más noble que hay en nosotros mismos, de los mejores ideales que el Señor
ha sembrado en nosotros. Pero nuestros errores no deben desalentarnos jamás si
nos comportamos con humildad. Un sincero arrepentimiento es siempre la ocasión
de un encuentro nuevo con el Señor que nos recibe siempre con infinito amor.
II. El Señor,
maltratado, es llevado por uno de aquellos atrios. Entonces, se volvió y miró a
Pedro (Lucas 22, 61). Ve la mirada indulgente sobre la llaga profunda de su
culpa. Comprendió entonces la gravedad de su pecado, y el cumplimiento de la
profecía del Señor respecto a su traición (Lucas 22, 61-62). “Lloró amargamente
porque sabía amar, y bien pronto las dulzuras del amor reemplazaron en él las
amarguras del dolor” (SAN AGUSTÍN, Sermón). Saberse mirado por el Señor impidió
que Pedro llegara a la desesperanza.
Fue
una mirada alentadora en la que Pedro se sintió comprendido y perdonado. La
contrición permite al alma acercarse de nuevo a Dios en un acto de amor más
profundo, y atrae la misericordia divina. Cristo no tendrá inconveniente en
edificar su Iglesia sobre un hombre que ha caído. Dios cuenta con los instrumentos
débiles para realizar, si se arrepienten, sus empresas grandes: la salvación de
los hombres.
III.
Además de una gran fortaleza, la verdadera contrición da al alma una particular
alegría, y dispone para ser eficaces entre los demás. Junto a Cristo el
arrepentimiento se transforma en un dolor gozoso, porque se recobra la amistad
perdida.
En
unos instantes, Pedro se unió al Señor –a través del dolor- mucho más
fuertemente de lo que había estado nunca. De sus negaciones arranca una
fidelidad que le llevará hasta el martirio. Despertemos con frecuencia en
nuestro corazón el dolor de Amor por nuestros pecados. Acudamos a la Virgen
ahora que recordamos nuestras faltas y negaciones.
Fuente: Almudi.org