Orar y rezar parecen sinónimos, sin embargo, la forma en la que realizamos cada una conlleva grandes diferencias que podemos distinguir fácilmente
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| Panumas Yanuthai |
El cristiano
promedio poco acostumbra a rezar y quizá, menos a orar, por eso cree que es lo
mismo, sin embargo, existen algunas diferencias entre estas acciones con las
que podemos distinguirlas fácilmente y que explicaremos a continuación.
¿Qué es
rezar?
En primer
lugar, es importante entender cada uno de estos términos. En este sentido,
cuando decimos "rezar", nos referimos a repetir de memoria algunas
oraciones compuestas por la Iglesia, los santos o, en el caso del Padre nuestro
por el mismo Señor Jesús (Mt 6, 9).
Una manera de
rezar muy eficaz es el Oficio Divino o Liturgia de las Horas. El Institutio generalis de Liturgia Horarum n°
108 dice:
"Quien
recita los salmos en la Liturgia de las Horas no lo hace tanto en nombre propio
como en nombre de todo el Cuerpo de Cristo, e incluso en nombre de la persona
del mismo Cristo".
Otro ejemplo lo
tenemos en el rezo del santo Rosario, las coronillas, novenas, etc., que nos
ayudan a pedir a Dios algún favor a través de sus santos o de manera directa a
nuestro Señor Jesucristo.
También tenemos
la Lectio Divina, en la que se lee la sagrada Escritura haciendo una meditación
y obteniendo un propósito para aplicarlo en la vida cotidiana.
O bien, la
liturgia sacramental y especialmente la santa Misa, que es una oración perfecta en la que nos presentamos
enteros ante Dios y repetimos algunas fórmulas que la Iglesia ha compuesto y
que nos ayudan a participar plenamente del misterio que celebramos.
Estos casos
antes mencionados son parte de la enorme riqueza de devociones y oración que
tenemos en la Iglesia y que nos ayudan a avanzar espiritualmente.
¿Qué es la
oración?
Hasta este
momento hemos hablado de la oración oficial de la Iglesia, de las oraciones
aprendidas de memoria y articuladas vocalmente por los cristianos, por eso
explicaremos las diferencias y el modo en el que debemos ejecutar ambas
acciones.
Orar tiene que
ver con el diálogo directo que entablamos con Dios. O como lo enseña el Catecismo
de la Iglesia católica:
"Una
relación viviente y personal con Dios vivo y verdadero. Esta relación es la
oración" (CEC
2558).
Y para que se
dé esta relación es importante abrirse a Dios y dirigirse a Él con confianza y
humildad. No es necesario usar palabras rebuscadas, lo más importante es la
actitud del que ora. Así lo sentía santa Teresa del Niño Jesús:
"Para mí,
la oración es un impulso del corazón, una sencilla mirada
lanzada hacia el cielo, un grito de reconocimiento y de amor tanto desde dentro
de la prueba como en la alegría" (CEC
2558).
Lo que brota
del corazón llegará a Dios y Él nos dará lo que necesitemos. Por eso, tanto
para rezar como para orar será indispensable estar dispuestos a entregarnos por
completo al diálogo con humildad y confianza, como dice el Catecismo:
"La humildad es la base de la oración" (CEC
2559).
Ya sea con
nuestras propias palabras o con palabras prestadas, ya que el Espíritu Santo es
el que nos inspira este don, pero nunca perdamos nuestra relación con Dios.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia
