LA HIGUERA ESTÉRIL
II. Lo que Dios espera de
nosotros.
III. Con las manos llenas.
Pacientes en el apostolado.
“En una ocasión, se
presentaron algunos a contar a Jesús lo de los galileos cuya sangre vertió
Pilato con la de los sacrificios que ofrecían. Jesús les contestó: «¿Pensáis
que esos galileos eran más pecadores que los demás galileos, porque acabaron
así? Os digo que no; y, si no os convertís, todos pereceréis lo mismo.
Y
aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿pensáis que
eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén? Os digo que no; y, si
no os convertís, todos pereceréis de la misma manera.» Y les dijo esta
parábola: -«Uno tenía una higuera plantada en su viña, y fue a buscar fruto en
ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: "Ya ves: tres años llevo
viniendo a buscar fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué
va a ocupar terreno en balde? Pero el viñador contestó: "Señor, déjala
todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto.
Si no, la cortas"»” (Lucas 13,1-9).
I. En el Evangelio de la
Misa de hoy (Lucas 13, 6-9) se habla de la higuera que año tras año no daba
fruto a pesar de los cuidados que le prodigaba su dueño. La higuera representa
a aquel que permanece improductivo (Jeremías 8, 13) de cara a Dios.
El
Señor nos ha colocado en el mejor lugar, donde podemos dar frutos según las
propias condiciones y gracias recibidas, y hemos sido objeto de los mayores
cuidados del más experto viñador desde el mismo momento de nuestra concepción:
Nos dio un Ángel Custodio para que nos protegiera, la gracia inmensa del
Bautismo, se nos dio Él mismo como alimento en la Sagrada Comunión, incontables
gracias y favores del Espíritu Santo.
Sin
embargo es posible que el Señor encuentre en nuestra vida pocos frutos, y a
pesar de todo, vuelve una y otra vez con nuevos cuidados: Es la paciencia de
Dios (2 Pedro 3, 9). El Señor no da nunca a nadie por perdido, confía en
nosotros, aunque no siempre hayamos respondido a sus esperanzas.
II. Cada persona tiene una
vocación particular, y toda vida que no responde a ese designio divino se
pierde. El Señor espera correspondencia a tantos desvelos, a tantas gracias
concedidas, aunque nunca podrá haber paridad entre lo que damos y lo que
recibimos.
Sin
embargo, con la gracia sí que podemos ofrecerle cada día muchos frutos de amor:
de caridad, de apostolado, de trabajo bien hecho. Examinemos en nuestra
oración: si tuviéramos que presentarnos ahora delante de Dios, ¿nos
encontraríamos alegres, con las manos llenas de frutos para ofrecer a nuestro
Padre? Aprovechemos hoy para hacer propósitos firmes. “Dios nos concede quizá
un año más para servirle.
No
pienses en cinco, ni en dos. Fíjate sólo en éste: en uno, en el que hemos
comenzado...” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios), en el que está por
terminar.
III. Dios quiere de nosotros
no apariencias de frutos, sino realidades que permanecerán más allá de este
mundo: personas que hemos acercado a la Confesión, horas de trabajo terminadas
con hondura profesional y rectitud de intención, pequeñas mortificaciones,
vencimientos en el estado de ánimo, orden, alegría, pequeños servicios a los
demás.
También
invoquemos la paciencia divina que el Señor ha tenido con nosotros, para otras
personas que quizá, con una constancia de años, pretendemos que se acerquen a
Jesús.
Nuestra
Madre nos alcanzará la gracia abundante que necesita nuestra alma para dar más
frutos y la que precisan nuestros familiares y amigos para que aceleren el paso
hacia su Hijo, que los espera.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org