“DIOS SALVÓ NUESTRO MATRIMONIO”: LA HISTORIA DE UN AMOR RESTAURADO GRACIAS A SAN JUAN PABLO II

Con un largo camino recorrido, marcado por momentos de felicidad, cruces y sombras del pasado, Carmen García y Carlos Mejía revelan a ACI Prensa —con una sonrisa imborrable— cómo Dios ha salvado su matrimonio a través de la Teología del Cuerpo de San Juan Pablo II, cuya memoria se celebra este 22 de octubre. 
Carlos Mejía y Carmen García Crédito: Cortesía de Carmen García.
Dominio público

“Los planes de Dios siempre son mejores que los nuestros y Él se adelanta a todo”, afirman convencidos de que, cuando la Virgen de Fátima reveló a Sor Lucía que “la batalla final entre Cristo y Satanás sería sobre el matrimonio y la familia”, el Señor ya había preparado el modo de vencerla: por medio de San Juan Pablo II, quien ofrecería al mundo las claves para vivir un matrimonio santo.

Carmen y Carlos son una prueba fehaciente de ello. Él, que durante años se declaró ateo, hoy asegura haber descubierto el amor de Dios a través de su esposa. Gracias a las personas que Dios ha ido poniendo en su camino —en especial en Proyecto Amor Conyugal, fundado sobre las catequesis del Papa santo—, ambos tienen clara su misión: ser un instrumento el uno para el otro en el camino hacia el cielo. 

“San Juan Pablo II dedicó 129 catequesis, cinco años de su vida, a intentar que el mundo entendiera lo equivocados que estábamos. Y la belleza y la grandeza del matrimonio según Dios lo pensó. Lo único que es eterno es el amor de Dios, y ese regalo que nos da Dios en San Juan Pablo II está sanando y dando sentido a muchas familias”, afirman. 

Mirar al otro con los ojos de Dios

Según este matrimonio español, con cinco hijos en la tierra “y un angelito en el cielo”, la Teología del Cuerpo ofrece las herramientas necesarias para luchar “contra lo que el mundo y el demonio quiere hacer con la familia”. A Carmen, en particular, le ha ayudado a comprender la importancia de la mirada: 

“Al mirarnos con los ojos del mundo, la mirada se va oscureciendo, se enturbia. Entonces empiezo a ver a Carlos desde mis prejuicios, desde mi experiencia, con unas gafas que están empañadas. San Juan Pablo II nos invita a mirar al esposo con los ojos de Dios, y en los momentos de dificultad y oscuridad, pedirle al Señor esa gracia”.

Profundizando en las catequesis entendió “la trascendencia” del sacramento del matrimonio y el compromiso “que habíamos adquirido y cómo Dios nos daba la gracia cada día para tener esa mirada”.

Para Carlos, lo más revelador ha sido comprender que “somos hijos de Dios” y que tenemos una dignidad inviolable. También, asegura, ha aprendido a amar a su esposa “cuando menos lo merece, porque es cuando más me necesita, y es ahí donde tengo que amarla de verdad”. 

“Las pasiones gobernaban nuestra vida”

Las vidas de Carmen y Carlos se cruzaron cuando ambos estudiaban en una Universidad de Madrid. “Vi a la chica más guapa de la clase y detrás de mí y pensé: ‘esta chica tiene que ser mía’”, cuenta Carlos entre risas.

Los primeros años de noviazgo, reconocen, estuvieron marcados por la superficialidad y las pasiones mundanas. Incluso llegaron a casarse sin comprender del todo el compromiso que asumían. 

“Durante ese tiempo, las pasiones y los sentidos gobernaban nuestra vida y marcaban el rumbo de nuestras decisiones. También las heridas que traíamos desde la infancia condicionaban nuestro comportamiento”, explican.

Con el tiempo, ambos descubrieron que “el hogar es una escuela de amor”. En el caso de Carmen, eso significó aprender a desaprender: dejar atrás el modelo de amor herido que había recibido en su infancia, para aprender a amar a Carlos como Dios la invitaba a hacerlo.

Al mirar hacia atrás, aseguran que pueden ver cómo el Señor fue tejiendo su historia y les invade la certeza de que todo formaba parte de un camino en el que finalmente Dios les recataría para “hacerles uno”.

Amar en la vulnerabilidad

Durante los primeros años de matrimonio, su vida se centró en el bienestar material. Pero cuando llegaron las dificultades económicas, todo pareció desmoronarse. “Yo era una demandante obsesiva de amor, porque el mundo me había dicho que él estaba para hacerme feliz. Esa era su misión como esposo”, recuerda Carmen.

Carlos, por su parte, pensaba que su papel consistía en rendir al máximo como profesional, y volcó toda su energía en el trabajo. “Con los años entendimos que lo que nos pasó es que ninguno de los dos sabíamos amar como Dios quería que nos amáramos”.

La crisis económica golpeó con fuerza. Se vieron obligados a vender su casa y Carlos comenzó a sentirse profundamente abatido, convencido de haber fallado como padre y esposo. “Sentía que no podía más, que todo se derrumbaba —confiesa—. Me faltaba el aire, la esperanza, la fuerza para seguir”.

Ese período marcó un profundo punto de inflexión. Carlos reconoce que atravesó momentos de gran oscuridad interior, en los que llegó a pensar que su vida había perdido sentido. Fue entonces cuando, al abrir su corazón y compartirlo con Carmen, ella le abrazó, le acogió y quiso caminar junto a él.

Fue entonces cuando comenzaron un proceso de sanación y reconstrucción, buscando ayuda profesional. “Fuimos a terapia de pareja y, aunque mejoramos, sentíamos que aún faltaba algo”, recuerdan.

Poner a Dios en el centro

Aconsejada por un matrimonio amigo, Carmen acudió a un retiro espiritual de Emaús. Aquella experiencia, asegura, marcó un antes y un después en su vida: “Tuve un encuentro con el amor de Cristo tan fuerte… Me sentí profundamente amada y sané muchas heridas de mi infancia”, recuerda con emoción.

Poco después, la familia atravesó un nuevo momento de prueba. A raíz de un problema laboral, Carlos recibió una amenaza de muerte que sacudió por completo su seguridad y su ánimo.“Me sentía como un despojo, completamente vacío, pero cuando se lo conté a Carmen, ella no me reprochó nada”.

Aquel gesto hizo que Carlos sintiera la necesidad de entrar en una capilla y, frente a un crucifijo, elevó su primera oración: “No sé si serás un Dios, y cada uno te llamará de una forma, pero necesito que me digas qué puedo hacer si tú realmente existes”. 

A los pocos días él participó también en un retiro de Emaús. “Allí sentí que Jesucristo me abrazaba y me amaba como lo hacía Carmen”, confiesa.

Desde ese momento, empezaron juntos un camino de fe. Aunque notaban avances, seguían sintiendo que faltaba algo. Fue entonces cuando, hace cinco años, decidieron asistir a un retiro para matrimonios de Proyecto Amor Conyugal (PAC).

Una sola carne

“Creo que Dios nos había preparado toda la vida para aquel fin de semana —afirma Carmen—. De repente comprendimos que habíamos intentado sostener nuestro matrimonio con nuestras solas fuerzas, remando cada uno en direcciones opuestas. Nos habíamos agotado de reproches, de juicios, de mirarnos con la mirada enturbiada, sin reconocer el regalo que Dios nos había dado”.

Durante esos dos días, descubrieron que Dios los había pensado el uno para el otro desde la eternidad. “Los defectos de Carlos no son algo malo. Si los acojo con amor, me ayudan a crecer en mis virtudes. Y él, con sus dones, complementa los míos”.

Para Carlos, aquella experiencia fue “como coger un ascensor y subir al ático del edificio en el que estábamos y que no veíamos las vistas, y tomar conciencia que desde el momento del sacramento, los dos estábamos en esa misma barca y que no estábamos solos. Incluso cuando nosotros nos caemos, Él coge el timón y los remos”.

El retiro de PAC les permitió descubrir, a la luz de las catequesis de san Juan Pablo II, la belleza del plan de Dios para el matrimonio. “Cada vez que acoges ese plan, te acercas más a la Verdad, que es Jesucristo, cuyo mayor deseo es que seamos plenamente felices amándonos como Él nos ama. Y para eso —añade Carlos— me pone a Carmen delante: porque donde mi virtud no alcanza, ella me ayuda a crecer”.

Hoy reconocen que las dificultades no han desaparecido. “Quien piense que el matrimonio no tiene cruces está ciego, porque siempre las habrá. Pero ahora tenemos herramientas. Cuando abrazas la cruz y sientes que la soportas por Cristo, acoges también el pecado del otro con misericordia, y entiendes que tu vocación es llevarlo al Cielo”, explican.

Desde entonces, de la mano de Proyecto Amor Conyugal, participan en un acompañamiento mensual para seguir profundizando en las catequesis, y ahora también acompañan a otros matrimonios. Subrayan, además, la importancia de contar con la ayuda de un director espiritual.

La importancia de la oración conyugal

Para ellos, el secreto está en la oración conyugal, la forma más profunda de intimidad. “Hay luces que yo no puedo recibir por mis heridas o mi pecado, pero cuando escucho a mi esposo en la oración y somos una sola carne, la luz que Dios le da a él también me refleja a mí”.

A los matrimonios en crisis les aconsejan “elegir amar siempre” y volver al Amor con mayúscula: “Pregúntate qué harían Jesús y María en tu lugar, y encontrarás el camino para aprender a amar”, animan.

Desde entonces, se esfuerzan por “vivir el Cielo en la tierra” y cuidar el uno del otro, dedicar tiempo de calidad, rezar juntos ante el Señor, corregirse con cariño y misericordia, evitar el juicio y pedir perdón con rapidez.

“Somos débiles y seguimos cayendo —reconocen—, pero ya no duele como antes. Sabemos que somos pecadores, y que cuando mi esposo cae, puedo acogerlo con amor y ayudarle a levantarse. Cuando no sé qué hacer, rezo por él: es el mejor regalo que puedo ofrecerle”.

Conmovido, Carlos concluye: “Mi vida ha sido rescatada y resucitada con un propósito. Ahora doy testimonio de que Dios actúa, que rescata, que sana, que libera y que verdaderamente salva”.

Por Almudena Martínez-Bordiú