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Carlos Mejía y Carmen García Crédito: Cortesía de Carmen García. Dominio público |
“Los planes de Dios siempre son mejores que
los nuestros y Él se adelanta a todo”, afirman convencidos de que, cuando la
Virgen de Fátima reveló a Sor Lucía que “la batalla final
entre Cristo y Satanás sería sobre el matrimonio y la familia”, el Señor ya
había preparado el modo de vencerla: por medio de San Juan Pablo II, quien
ofrecería al mundo las claves para vivir un matrimonio santo.
Carmen
y Carlos son una prueba fehaciente de ello. Él, que durante años se declaró
ateo, hoy asegura haber descubierto el amor de Dios a través de su esposa.
Gracias a las personas que Dios ha ido poniendo en su camino —en especial en Proyecto Amor Conyugal, fundado sobre
las catequesis del Papa santo—, ambos tienen clara su misión: ser un
instrumento el uno para el otro en el camino hacia el cielo.
“San
Juan Pablo II dedicó 129 catequesis, cinco años de su vida, a intentar que el
mundo entendiera lo equivocados que estábamos. Y la belleza y la grandeza del
matrimonio según Dios lo pensó. Lo único que es eterno es el amor de Dios, y
ese regalo que nos da Dios en San Juan Pablo II está sanando y dando sentido a
muchas familias”, afirman.
Mirar al otro con los ojos de
Dios
Según
este matrimonio español, con cinco hijos en la tierra “y un angelito en el
cielo”, la Teología del Cuerpo ofrece las herramientas necesarias para luchar
“contra lo que el mundo y el demonio quiere hacer con la familia”. A Carmen, en
particular, le ha ayudado a comprender la importancia de la mirada:
“Al
mirarnos con los ojos del mundo, la mirada se va oscureciendo, se enturbia.
Entonces empiezo a ver a Carlos desde mis prejuicios, desde mi experiencia, con
unas gafas que están empañadas. San Juan Pablo II nos invita a mirar al esposo
con los ojos de Dios, y en los momentos de dificultad y oscuridad, pedirle al
Señor esa gracia”.
Profundizando
en las catequesis entendió “la trascendencia” del sacramento del matrimonio y
el compromiso “que habíamos adquirido y cómo Dios nos daba la gracia cada día
para tener esa mirada”.
Para
Carlos, lo más revelador ha sido comprender que “somos hijos de Dios” y que
tenemos una dignidad inviolable. También, asegura, ha aprendido a amar a su
esposa “cuando menos lo merece, porque es cuando más me necesita, y es ahí
donde tengo que amarla de verdad”.
“Las
pasiones gobernaban nuestra vida”
Las
vidas de Carmen y Carlos se cruzaron cuando ambos estudiaban en una Universidad
de Madrid. “Vi a la chica más guapa de la clase y detrás de mí y pensé: ‘esta
chica tiene que ser mía’”, cuenta Carlos entre risas.
Los
primeros años de noviazgo, reconocen, estuvieron marcados por la
superficialidad y las pasiones mundanas. Incluso llegaron a casarse sin
comprender del todo el compromiso que asumían.
“Durante
ese tiempo, las pasiones y los sentidos gobernaban nuestra vida y marcaban el
rumbo de nuestras decisiones. También las heridas que traíamos desde la
infancia condicionaban nuestro comportamiento”, explican.
Con
el tiempo, ambos descubrieron que “el hogar es una escuela de amor”. En el caso
de Carmen, eso significó aprender a desaprender: dejar atrás el modelo de amor
herido que había recibido en su infancia, para aprender a amar a Carlos como
Dios la invitaba a hacerlo.
Al
mirar hacia atrás, aseguran que pueden ver cómo el Señor fue tejiendo su
historia y les invade la certeza de que todo formaba parte de un camino en el
que finalmente Dios les recataría para “hacerles uno”.
Amar
en la vulnerabilidad
Durante
los primeros años de matrimonio, su vida se centró en el bienestar material.
Pero cuando llegaron las dificultades económicas, todo pareció desmoronarse.
“Yo era una demandante obsesiva de amor, porque el mundo me había dicho que él
estaba para hacerme feliz. Esa era su misión como esposo”, recuerda Carmen.
Carlos,
por su parte, pensaba que su papel consistía en rendir al máximo como
profesional, y volcó toda su energía en el trabajo. “Con los años entendimos
que lo que nos pasó es que ninguno de los dos sabíamos amar como Dios quería
que nos amáramos”.
La
crisis económica golpeó con fuerza. Se vieron obligados a vender su casa y
Carlos comenzó a sentirse profundamente abatido, convencido de haber fallado
como padre y esposo. “Sentía que no podía más, que todo se derrumbaba
—confiesa—. Me faltaba el aire, la esperanza, la fuerza para seguir”.
Ese
período marcó un profundo punto de inflexión. Carlos reconoce que atravesó
momentos de gran oscuridad interior, en los que llegó a pensar que su vida
había perdido sentido. Fue entonces cuando, al abrir su corazón y compartirlo
con Carmen, ella le abrazó, le acogió y quiso caminar junto a él.
Fue
entonces cuando comenzaron un proceso de sanación y reconstrucción, buscando
ayuda profesional. “Fuimos a terapia de pareja y, aunque mejoramos, sentíamos
que aún faltaba algo”, recuerdan.
Poner
a Dios en el centro
Aconsejada
por un matrimonio amigo, Carmen acudió a un retiro espiritual de Emaús. Aquella
experiencia, asegura, marcó un antes y un después en su vida: “Tuve un
encuentro con el amor de Cristo tan fuerte… Me sentí profundamente amada y sané
muchas heridas de mi infancia”, recuerda con emoción.
Poco
después, la familia atravesó un nuevo momento de prueba. A raíz de un problema
laboral, Carlos recibió una amenaza de muerte que sacudió por completo su
seguridad y su ánimo.“Me sentía como un despojo, completamente vacío, pero
cuando se lo conté a Carmen, ella no me reprochó nada”.
Aquel
gesto hizo que Carlos sintiera la necesidad de entrar en una capilla y, frente
a un crucifijo, elevó su primera oración: “No sé si serás un Dios, y cada uno
te llamará de una forma, pero necesito que me digas qué puedo hacer si tú
realmente existes”.
A
los pocos días él participó también en un retiro de Emaús. “Allí sentí que
Jesucristo me abrazaba y me amaba como lo hacía Carmen”, confiesa.
Desde
ese momento, empezaron juntos un camino de fe. Aunque notaban avances, seguían
sintiendo que faltaba algo. Fue entonces cuando, hace cinco años, decidieron
asistir a un retiro para matrimonios de Proyecto Amor Conyugal (PAC).
Una sola carne
“Creo
que Dios nos había preparado toda la vida para aquel fin de semana —afirma
Carmen—. De repente comprendimos que habíamos intentado sostener nuestro
matrimonio con nuestras solas fuerzas, remando cada uno en direcciones
opuestas. Nos habíamos agotado de reproches, de juicios, de mirarnos con la
mirada enturbiada, sin reconocer el regalo que Dios nos había dado”.
Durante
esos dos días, descubrieron que Dios los había pensado el uno para el otro
desde la eternidad. “Los defectos de Carlos no son algo malo. Si los acojo con
amor, me ayudan a crecer en mis virtudes. Y él, con sus dones, complementa los
míos”.
Para
Carlos, aquella experiencia fue “como coger un ascensor y subir al ático del
edificio en el que estábamos y que no veíamos las vistas, y tomar conciencia
que desde el momento del sacramento, los dos estábamos en esa misma barca y que
no estábamos solos. Incluso cuando nosotros nos caemos, Él coge el timón y los
remos”.
El
retiro de PAC les permitió descubrir, a la luz de las catequesis de san Juan
Pablo II, la belleza del plan de Dios para el matrimonio. “Cada vez que acoges
ese plan, te acercas más a la Verdad, que es Jesucristo, cuyo mayor deseo es
que seamos plenamente felices amándonos como Él nos ama. Y para eso —añade
Carlos— me pone a Carmen delante: porque donde mi virtud no alcanza, ella me
ayuda a crecer”.
Hoy
reconocen que las dificultades no han desaparecido. “Quien piense que el
matrimonio no tiene cruces está ciego, porque siempre las habrá. Pero ahora
tenemos herramientas. Cuando abrazas la cruz y sientes que la soportas por
Cristo, acoges también el pecado del otro con misericordia, y entiendes que tu
vocación es llevarlo al Cielo”, explican.
Desde
entonces, de la mano de Proyecto Amor Conyugal, participan en un acompañamiento
mensual para seguir profundizando en las catequesis, y ahora también acompañan
a otros matrimonios. Subrayan, además, la importancia de contar con la ayuda de
un director espiritual.
La importancia de la oración
conyugal
Para
ellos, el secreto está en la oración conyugal, la forma más profunda de
intimidad. “Hay luces que yo no puedo recibir por mis heridas o mi pecado, pero
cuando escucho a mi esposo en la oración y somos una sola carne, la luz que
Dios le da a él también me refleja a mí”.
A
los matrimonios en crisis les aconsejan “elegir amar siempre” y volver al Amor
con mayúscula: “Pregúntate qué harían Jesús y María en tu lugar, y encontrarás
el camino para aprender a amar”, animan.
Desde
entonces, se esfuerzan por “vivir el Cielo en la tierra” y cuidar el uno del
otro, dedicar tiempo de calidad, rezar juntos ante el Señor, corregirse con
cariño y misericordia, evitar el juicio y pedir perdón con rapidez.
“Somos
débiles y seguimos cayendo —reconocen—, pero ya no duele como antes. Sabemos
que somos pecadores, y que cuando mi esposo cae, puedo acogerlo con amor y
ayudarle a levantarse. Cuando no sé qué hacer, rezo por él: es el mejor regalo
que puedo ofrecerle”.
Conmovido,
Carlos concluye: “Mi vida ha sido rescatada y resucitada con un propósito.
Ahora doy testimonio de que Dios actúa, que rescata, que sana, que libera y que
verdaderamente salva”.
Por Almudena
Martínez-Bordiú
Fuente: ACI