Como dice santa
Teresa de Jesús: la oración es tratar de amistad a solas con quien sabemos nos
ama
Las Misioneras de la caridad, a pesar de su vida activa,
dedica gran parte del día a la oración personal con Cristo
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No, el silencio
no tiene nada que ver con el aburrimiento o distracción en la oración; todo lo
contrario, es conditio sine
qua non. Tanto en el diálogo con los demás como en el diálogo con Dios se
requieren ciertas condiciones: entre ellas poner interés y atención, y para
esto es importante el silencio, explica el P. Henry Vargas Holguín en Camino
Católico.
Y cuanto mayor sea el ruido interno y externo
mayores serán las distracciones. Cuanto mayor sea el respeto se le daba al
interlocutor y la seriedad o importancia del tema a tratar mayor será la
necesidad de eliminar distracciones.
En la oración, con mayor razón, se deben eliminar las
distracciones para que reine el silencio; ya que el silencio debe ser el contexto fundamental del diálogo con
Dios, pues Dios no es una persona física que hable con palabras audibles.
La oración más importante es la que nace del corazón y el
corazón es lo más importante de la oración, que no es necesario que se exprese
con palabras externas; aunque no excluye la oración verbal.
Y si la oración es verbal ha de ser el corazón
quien le hable a Dios. Porque, ¿quién se dirige a Dios? Es el ser humano en su
totalidad quien se dirija a Dios: y el ser humano es espíritu, alma y cuerpo (1
Ts 5, 23).
No se trata, por tanto, de meros convencionalismos, sino de
dirigir toda la existencia a Dios.
Además el ser humano es persona singular y un ser
social, y conviene dirigirse así a Dios tanto individual como socialmente.
La oración es un momento privilegiado del encuentro y diálogo con Dios, un momento ni
aburrido ni divertido.
Y aunque aceptemos fácilmente la relación
intrínseca que hay entre la oración y el silencio hay que reconocer que es un
tema poco fácil de explicar, entender y, aún más, poner en práctica.
Hay que saber entender lo que es el verdadero
silencio como condición necesaria en la oración, un silencio que la favorezca.
Y este silencio no aburre,
como no aburre el silencio reinante cuando se está a solas con el ser amado; lo
que aburre es la inactividad. Y en la oración no hay ninguna inactividad,
todo lo contrario.
Es más, si la oración no se hace bien se convierte
en un ritual sin sentido o vacío, y de esta manera lo que se hace no sólo es
aburrido sino que además la oración es inexistente.
La oración no es algo “pesado”, es estar en la presencia de Dios; y esto
es una satisfacción y un deleite espiritual, por el simple gozo de
reconocer estar en su compañía: “Se llenó de
gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: ‘Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo
y de la tierra…’” (Lc 10,
21).
A veces se cree que la oración es algo tedioso,
pero no es así; en caso contrario quizás ni Jesús ni los santos ni la Iglesia
en general orarían.
La oración es como cuando nosotros convivimos con
alguien que amamos y, a su vez, nos ama: ¿esto lo consideramos un lastre? No,
es algo muy bonito.
O como quien está felizmente casado, ¿podrá decir que disfrutar un rato
con el cónyuge amado a solas, aunque no se digan nada, sea algo aburrido o
tiempo perdido? No, en absoluto.
Pensar en Dios, estar en su presencia ha de ser
algo tan fácil y agradable como recordar al ser amado, como extrañarlo cuando
se tiene lejos, como tener ganas de gozar de su compañía.
La oración es algo muy positivo, pero hay que saber orar pues la oración
no es un simple leer fórmulas 0, menos aún, un monólogo.
El silencio es importante, más que para rezar, para orar
Rezar y orar son dos caras de la misma moneda, dos
maneras diferentes de la oración. Rezar es dirigirnos a Dios mediante fórmulas
establecidas que son recitadas y orar es dirigirnos a Dios mediante palabras
personales (mentales o verbales).
Tanto rezar como orar son dos formas de oración que
guardan diferencias pero las dos son agradables a los ojos de Dios si las
hacemos con fe, de corazón, a conciencia y eliminando los ruidos.
Centrémonos
en lo que es orar
La oración no es algo que aburra como tampoco es
una obligación, pues orar, además de ser una necesidad, es una experiencia maravillosa; pero no lo
haremos bien si no desarrollamos momentos de intimidad con Dios.
En la medida que nos acercamos a Dios, sentiremos
muy cerca de nosotros su presencia. Y orar se convertirá en una experiencia
maravillosa porque estaremos “tratando de amistad a solas con quien sabemos nos
ama” (Libro de la
vida de santa Teresa de Ávila. 8,5).
Por esto en la medida en que se vaya experimentando
intimidad con el Señor, se pasará gustosamente más tiempo a su lado, en su
presencia.
¿Qué hacer o decir en la oración?
Casi siempre la oración se reduce sólo a pedir, se va a orar con los
bolsillos vacíos esperando que Dios nos los llene de cosas que sólo esperamos
nos satisfagan materialmente. Pero antes que esto la oración es otra cosa.
Qué bien es, ante todo, para hacer una oración
gustosa, fructífera y bien aprovechada aprender a adorar a Dios y a serle agradecidos. Así como reconocer su grandeza.
Es lo que vemos en las oraciones del Padrenuestro y del Ave María, pues estas tienen
dos partes:
1.- La primera hace mención a nuestra relación con
Dios, reconociéndolo como nuestro Padre o Señor, alabándolo y adorándolo. En el
caso del Ave María a ella se le ensalza primero. Después se le pide que ruegue
por nosotros.
2.- La segunda sí tiene como objetivo hacer algunas
peticiones (El pan, pedir perdón de las ofensas, que no caigamos en la
tentación y la liberación del poder del mal).
Ayuda mucho en la oración el presentarse al Señor sin prisas, con gratuidad,
regalarle al Señor algo o todo, ofrecerte al Señor.
Fuente: ReL