Es una tarea exigente la que la Iglesia confía a las religiosas y religiosos de todo el mundo, pero el Señor recompensa «con tanta belleza y riqueza» a quienes deciden comprometerse a hacerla la brújula de su actuar
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Una vista de la plaza de San Pedro (@Vatican Media) |
En la homilía
de la misa celebrada en la plaza de San Pedro con motivo del Jubileo de la vida
consagrada, León XIV se detiene en los tres verbos propuestos por el Evangelio
de Lucas: «pedir», «buscar» y «llamar». Desea «generosos impulsos de caridad»,
como ocurrió en la vida de los fundadores y fundadoras, hombres y mujeres
enamorados del Señor y, por ello, dispuestos a ser «todo para todos».
Al
despojaros de todo, sed testigos vivos de la primacía de Dios en vuestra
existencia, ayudando en todo lo posible también a los hermanos y hermanas que
encontráis a cultivar su amistad.
Es una tarea
exigente la que la Iglesia confía a las religiosas y religiosos de todo el
mundo, pero el Señor recompensa «con tanta belleza y riqueza» a quienes deciden
comprometerse a hacerla la brújula de su actuar. León XIV lo recuerda esta
mañana, 9 de octubre, ante los miles de participantes en el Jubileo de la vida
consagrada, durante la misa presidida para ellos en una plaza de San Pedro
calentada por el tibio sol de octubre.
El Jubileo
dedicado a la vida consagrada
Hombres y
mujeres de diferentes orígenes, clases sociales, lenguas y razas, comprometidos
en diversos campos del apostolado, pero unidos por un único propósito, seguir a
Cristo por el camino de los consejos evangélicos, se están reuniendo estos días
en Roma, procedentes de cien países del mundo, para vivir juntos un tiempo de
gracia y comunión en el Año Santo. Y la celebración de la Eucaristía con el
Pontífice representa el momento culminante de todo el programa elaborado por el
Dicasterio para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida
Apostólica (Divcsva), junto con el Dicasterio para la Evangelización,
responsable de la organización de los eventos del Jubileo de la Esperanza.
«Abandonarse
como niños»
Superiores y
simples religiosos y religiosas, monjes y contemplativos, miembros de
institutos seculares y de los «nuevos institutos», pertenecientes al Ordo
virginum, ermitaños, cada uno con su propia historia personal, después de haber
atravesado las Puertas Santas de las basílicas papales y haberse acercado al
sacramento de la reconciliación, se encuentran hoy escuchando en silencio la
homilía del Pontífice, un consagrado como ellos, desde que el 29 de agosto de
1981 emitió los votos solemnes en la Orden de San Agustín. El obispo de Roma
define esta elección de vida como un «signo profético» de misericordia, porque
la profesión de los consejos evangélicos «es abandonarse como niños en los
brazos del Padre».
Pedir, buscar,
llamar
En presencia de
las religiosas Simona Brambilla, misionera de la Consolata, Tiziana Merletti,
de las Hermanas Franciscanas de los Pobres, y Carmen Ros Nortes, de las
Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, y del claretiano Aitor Jiménez
Echave, respectivamente prefecta, secretario y subsecretarios del Dicasterio,
concelebran junto con León XIV, entre otros, los cardenales Ángel Fernández
Artime, salesiano pro-prefecto del Divcsva, y Mauro Gambetti, franciscano
conventual, arcipreste de la basílica Vaticana. Comentando el pasaje del
Evangelio de Lucas propuesto por la liturgia, el Papa Prevost retoma los tres
verbos de la oración «Pedir», «buscar», «llamar».
"Son
actitudes familiares para ustedes, habituados... a pedir sin exigir, dóciles a
la acción de Dios. [...] “Pedir”, de hecho, es reconocer, en la pobreza, que
todos es don del Señor y dar gracias por todo; “buscar” es abrirse, en la
obediencia, a descubrir cada día el camino que debemos seguir para alcanzar la
santidad, según los designios de Dios; “llamar” es pedir y ofrecer a los
hermanos los dones recibidos con corazón puro, esforzándose en amar a todos con
respeto y gratuidad".
«Luz que
trasciende el espacio»
Exhortando así
a los presentes a «recordar la gratuidad» de su vocación, «comenzando por los
orígenes de las congregaciones» a las que pertenecen «hasta el momento
presente», León XIV les invita a «mirar atrás» para poder recordar «en la mente
y en el corazón lo que el Señor ha realizado a lo largo de los años para
multiplicar los talentos, para aumentar y purificar la fe, para hacer más
generosa y libre la caridad». Conscientes de que «a veces esto ha sucedido en
circunstancias alegres, otras veces por caminos más difíciles, tal vez a través
del misterioso crisol del sufrimiento». Citando en varias ocasiones la
constitución dogmática conciliar Lumen gentium, pero también a su santo Agustín, el Papa
vuelve a proponer la descripción de la presencia de Dios en la existencia del
obispo de Hipona.
"Habla
de una luz que trasciende el espacio, de una voz que no se ve abrumada por el
tiempo, de un sabor que nunca se ve empañado por la voracidad, de un hambre que
nunca se apaga con la saciedad".
Hacerse «todo
para todos»
Por otra parte,
observa el Pontífice, «la historia nos enseña que de una auténtica experiencia
de Dios brotan siempre generosos impulsos de caridad, como ocurrió en la vida
de vuestros fundadores y fundadoras, hombres y mujeres enamorados del Señor y
por eso dispuestos a hacerse «todo para todos», sin distinciones, en los modos
y ámbitos más diversos». Leone XIV también se muestra consciente del riesgo que
se corre de una verdadera «parálisis del alma», por la que se acaba
conformándose «con una vida hecha de instantes fugaces, de relaciones
superficiales e intermitentes, de modas pasajeras... que dejan un vacío en el
corazón»; porque —aclara— «para ser verdaderamente feliz, el hombre necesita
experiencias de amor consistentes, duraderas, sólidas». Y en este sentido, las
religiosas y los religiosos, con su ejemplo, «como los árboles frondosos que
hemos cantado en el salmo responsorial», pueden «difundir por el mundo el
oxígeno de esa forma de amar».
Atesorar los
dones del Señor
Por último, la
reflexión del Papa se dirige hacia la «dimensión escatológica de la vida
cristiana, que nos quiere comprometidos en el mundo, pero al mismo tiempo
constantemente orientados hacia la eternidad». Según León XIV, se trata de una
invitación a la vida consagrada «a ampliar el pedir, el buscar y el llamar de
la oración al horizonte eterno que trasciende las realidades de este mundo,
para orientarlas hacia el domingo sin ocaso». De ahí la conclusión final de
atesorar los dones recibidos del Señor y cultivarlos, como escribió san Pablo
VI en la exhortación apostólica de 1971 Evangelica testificatio.
"Conservad
la sencillez de los «más pequeños» del Evangelio. Sabed encontrarla en la
relación interior y más cordial con Cristo, o en el contacto directo con
vuestros hermanos. Entonces conoceréis «el estremecimiento de alegría por la
acción del Espíritu Santo», que es propio de aquellos que son iniciados en los
secretos del reino. No intentéis entrar en el número de aquellos «sabios y
hábiles» […] a quienes se ocultan tales secretos. Sed verdaderamente pobres,
mansos, hambrientos de santidad, misericordiosos, puros de corazón, aquellos
gracias a los cuales el mundo conocerá la paz de Dios".
Gianluca Biccini
Ciudad del
Vaticano
Fuente: Vatican News