![]() |
Dominio público |
El pasado 28 de septiembre, la Catedral Vieja de
Vitoria fue escenario de una celebración insólita y profundamente
conmovedora: un padre y un hijo ordenados diáconos en la misma ceremonia. Francisco José Antón Aranzana, conocido como
Patxi, recibió el ministerio como diácono permanente, mientras que
su hijo Josué fue ordenado diácono transitorio, paso previo al
sacerdocio.
Patxi lo recuerda con emoción difícil de contener: “Fue
precioso, muy emocionante. Lo más bonito fue compartirlo juntos, sabiendo
que dentro de unos meses Josué será sacerdote. Ver a tu hijo vivir algo
así contigo es un regalo de Dios”. Palabras que resumen no solo la
intensidad de aquel día, sino la huella imborrable que deja en la vida de una
familia que ha hecho de la fe su mayor legado.
Más allá de lo extraordinario del momento, esta historia refleja
un mensaje que resuena en toda la Iglesia: la vocación no es un camino
solitario, sino un don compartido que puede
transformar la vida personal y comunitaria.
Una vocación impulsada por la
familia
En el relato de Patxi emerge un papel esencial: su esposa, que fue la primera en animarle a dar el paso hacia el diaconado.
“Yo sentía esa llamada de servicio al Señor, pero fue ella la que me empujó a
hablar con el obispo”, confesó con gratitud.
El propio obispo de Vitoria, Juan Carlos Elizalde, reconoció que
también había pensado en invitarle al ministerio. Tras recibir el respaldo de
su párroco y comenzar la formación, Patxi comprendió que aquella intuición era
una verdadera llamada. Hoy, como diácono permanente, su labor se centra en la
liturgia y en la caridad: “Podemos bautizar, casar, celebrar exequias…
pero, sobre todo, la misión del diácono permanente es la atención a los pobres
y a los enfermos”.
La oración familiar fue clave en este proceso. Patxi subrayó cómo
la fe compartida con su mujer e hijos fortaleció el camino. Una vivencia que
pone en valor la importancia de la Iglesia doméstica, donde la vocación florece y se sostiene en
comunidad.
servir juntos en la Iglesia
Lo vivido por padre e hijo no es solo una anécdota histórica, sino
un signo de esperanza para las parroquias. El diaconado permanente se ha convertido en una figura cada vez
más necesaria en la Iglesia española, complementando la labor de los sacerdotes
y acercándose a realidades concretas allí donde no siempre se
llega.
Patxi lo explica con claridad: “Hace falta todo lo que sea
servicio al Señor. Es una vocación poco conocida, pero muy enriquecedora”.
Su mirada ya está puesta en el futuro cercano: cuando su hijo sea ordenado
sacerdote, podrá asistirle como diácono en su primera misa. Una escena que
invertirá los papeles y que resume la belleza de esta experiencia única: un
padre al servicio de su propio hijo en el altar.
La ordenación de los Antón Aranzana no es solo una noticia local:
es un testimonio que resuena en toda la Iglesia, un recordatorio de que
la vocación compartida multiplica la fe
y abre caminos nuevos en la misión.
Gonzalo de Esteban
Fuente: ECCLESIA