En apariencia son iguales, pero hay algunas características que hacen que alguien pueda ser santo o pecador, conoce aquí cuáles son las más comunes
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Dios nos ha
creado para Él y sostiene nuestra existencia. Además, nos ha regalado libertad
y voluntad para decidir entre ser santo o pecador. Porque cabe aclarar que
todos somos pecadores, pero quien elige transformar su vida está en vías de ser
santo.
¿Santo o
pecador?
Dice san Pablo
a los romanos:
"Todos han
pecado y están privados de la gloria de Dios" (Rom 3, 23).
Y san Juan nos
recuerda:
"Si
decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos" (1 Jn
1, 8).
Entonces, ¿quién es el santo? "Un santo es un pecador que lo intenta de nuevo".
Hecha la
aclaración, ahora diremos que, aunque por la calle nos veamos iguales, existen
algunas diferencias que conviene conocer para distinguir al santo - o que se
está esforzando por serlo - y el pecador: ese al que no le importa perderse y
no hace nada por impedirlo.
1. La
congruencia de vida
Es pertinente
decir que nadie se salva de cometer un pecado diario, aunque sea venial. Sin
embargo, nuestro comportamiento debe marcar la diferencia. El santo pensará en
el daño que cualquier pecado infligirá a su alma. El pecador dirá: "la
vida es una y hay que aprovecharla".
Por eso, ser
congruente se convierte en una prioridad. Cuidar que nuestras palabras y
nuestras acciones concuerden para que los demás vean que creemos en Dios y en
sus promesas.
El cristiano no
debe llevar una doble vida ni contradecirse con sus acciones. Jesús fue
contundente cuando alertó a sus discípulos en contra de los fariseos, pero
también se aplica para nosotros:
"Ustedes
hagan y cumplan todo lo que ellos les digan, pero no se guíen por sus obras,
porque no hacen lo que dicen" (Mt 23,
3).
2. La
relación con el prójimo
La gente
"buena", a secas, abunda. Y seguramente, todos nos consideramos
buenos porque nos conformamos con no dañar a los demás. Pero la gran diferencia
está en hacerles el bien.
Pero hay que
ser sinceros con nosotros mismos: cada vez es más complicado no meterse en
problemas con los demás, sobre todo cuando surgen injusticias o nos sentimos
ofendidos por alguna situación que no nos gusta.
Es en ese
momento en el que los santos se distinguen de los pecadores. Desear el bien al
que nos dañó, tratar con delicadeza al que nos ha ofendido, saludar a aquel que
sabemos que habló mal de nosotros, ayudar a la persona que quizá nos negó su
apoyo... ¡Hay tantas ocasiones en las que nos podemos diferenciar!
Jesús nos
recuerda:
"Si
ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? ¿No hacen
lo mismo los publicanos? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de
extraordinario? ¿No hacen lo mismo los paganos?" (Mt 5,
46-47)
3. La
relación con Dios
El padre
Rainiero Cantalamessa predicó un Viernes Santo:
"Querido
hermano no creyente, si Dios no existe, yo no pierdo nada; en cambio, si
existe, tú lo has perdido todo".
Un cristiano
debe tener una relación cercana con el Señor, lo que debe traducirse en acudir
a la Iglesia, formarse en la fe, ir a Misa, confesarse, comulgar, en fin, tener
una vida espiritual activa.
Es una
excelente manera de comenzar. San Juan María Vianney decía que:
"No todos
los que se acercan a los sacramentos son santos, pero los santos siempre
saldrán de entre los que los reciben con frecuencia".
Pero también
significa aceptar su voluntad. Por un lado, obedeciendo sus mandamientos. Y por
el otro, entendiendo que eso no nos librará de sufrir. El que está alejado de
Dios desea que nunca le ocurra nada malo, pero si le sucede, culpa al Señor o
reniega de Él.
El santo sabe
que esa será una oportunidad para purificarse y asemejarse a Cristo en la cruz,
por eso su esperanza está puesta en el Señor cuando llegan las pruebas y los
tiempos difíciles.
Lo escrito aquí
son solamente tres ideas, pero seguramente ustedes pueden complementar la lista
con sus propios testimonios.
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia