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Misa en el
campus de Tor Vergata, en Roma. Vatican Media Dominio público |
Aún tenemos en la retina la imagen
del millón de jóvenes que nos reunimos el pasado domingo en el campus de Tor
Vergata, en Roma, convocados por Francisco y acogidos por León, para la
celebración del jubileo de la esperanza. No eran jóvenes atraídos por el
tumulto y la expectativa de una gran juerga, sino jóvenes sedientos de
encontrar un gran amor. Frente a la imagen de una juventud que solo piensa en
sí misma, son innumerables los testimonios de caridad que hemos vivido esos
días.
Contra el estereotipo de jóvenes
incapaces de hacer silencio y escuchar, no será fácil que se vayan de nuestra
memoria los conmovedores silencios que allí vivimos; el silencio de 25 000
jóvenes españoles participando en una Misa inolvidable en la plaza de San
Pedro; o el silencio de un millón de jóvenes en Tor Vergata, adorando
arrodillados junto al sucesor de Pedro, ante el Señor Jesús presente de forma
humilde en la Eucaristía.
¿Qué significaba aquel silencio
estremecedor? No era un silencio vergonzante, sino de escucha de la Palabra más
verdadera. No era el silencio del miedo, sino el de la adoración a todo un Dios
que se hace pequeño y humilde para ser contemplado y comido, como entrar en
comunión con nosotros. No era el silencio de los muertos, sino un silencio de
vida. La vida nace y crece en el silencio, como la mies en los campos. Y por
medio de la escucha a uno que no es más que un testigo cualificado de
Jesucristo por la acción del Espíritu Santo, el Papa León, la fe va creciendo y
arraigando en nuestros jóvenes.
Y el Santo Padre también se puso a
la escucha. Atentamente recibió las preguntas de tres jóvenes; preguntas que
recogían las principales inquietudes del mundo juvenil hoy: ¿Cómo generar
relaciones en un mundo masivamente interconectado y en que tantos se sienten solos?
¿Qué hacer ante una incertidumbre que paraliza las elecciones fundamentales
para el futuro? ¿Cómo encontrar a Dios desde el profundo anhelo de felicidad en
medio de las pruebas, el sufrimiento y el silencio de Dios?
Y bajo un cielo de atardecer claro y
limpio y un inesperado aire fresco, el Papa León, con fuerza y claridad fue
respondiendo y presentado a los jóvenes el camino de la vida cristiana que
podríamos resumir en tres expresiones: amistad verdadera, elecciones valientes
y escucha atenta.
En su primera respuesta, el Papa
invitó a los jóvenes a buscar la verdad en la relación como el ancla en medio
de las tempestades de la falsedad que enturbia el agua de tantas relaciones
presenciales y virtuales. «Solo relaciones sinceras y lazos estables hacen crecer
historias de vida buena». Y el quicio de esta verdad es Jesucristo. Así,
citando a san Agustín, nos dijo: «Ninguna amistad es fiel sino en Cristo».
En la segunda, nos lanzaba primero
una pregunta: ¿Qué tipo de hombre y mujer quieres ser? Hemos sido elegidos para
algo grande y nuestra vida solo se cumple en la respuesta a esta llamada. Así,
nos recordaba que «la valentía de elegir surge del amor que Dios nos manifiesta
en Cristo».
Por último, apelaba a la conciencia,
formada por aquellos que quieren nuestro bien. Es en la comunión de la Iglesia,
donde nuestra conciencia se hace un faro luminoso con la luz que recibimos de
Cristo. En la escucha atenta, en la reflexión común, en el servicio a los más
pobres, en la adoración al Señor y la participación en los sacramentos, la vida
cristiana se va formando y encontramos a Aquel a quien nuestro corazón anhela.
Hemos vivido el primer gran
encuentro del Papa con los jóvenes y nos hemos encontrado con un Papa
tranquilo, un hombre de Paz, que transmite paz; con una palabra aguda y
profunda, que ha de ser escuchada, pero también leída y reflexionada para que
en ella se desvele la presencia de Jesucristo.
+ Jesús Vidal