Los sacramentales nos recuerdan nuestro camino de peregrinación hacia la salvación, los sacramentos y la importancia de santificar todas las ocasiones de la vida
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Las alianzas
de los novios son siempre la pieza central de la ceremonia y se
consideran un símbolo del vínculo matrimonial. Pero para los católicos, es
mucho más que eso.
Lo
recuerda John M. Grondelski, que fue vicedecano de la Escuela de
Teología de la Seton Hall University (en South Orange, Nueva Jersey, Estados
Unidos), en Crisis Magazine:
Un
sacramental que suele olvidarse
Junio solía
asociarse a las bodas. El matrimonio tiene sus problemas. La gente encuentra
todo tipo de sucedáneos y, si se casa, suele ser más tarde de
lo que nunca lo ha hecho.
Para los
católicos, el matrimonio es un sacramento. Eso significa que es más
que una ceremonia civil, más que "una licencia para nuestro amor",
más que una convención social. Es una declaración de fe de que
esta vida tiene un sentido en relación con Dios y con la
eternidad (aunque el matrimonio termine con la muerte).
Y si el
matrimonio es un sacramento, no olvidemos su sacramental: la alianza.
El Catecismo de
la Iglesia Católica nos recuerda que los sacramentales "son signos
sagrados con los que, imitando de alguna manera a los sacramentos, se expresan efectos,
sobre todo espirituales, obtenidos por la intercesión de la Iglesia. Por
ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos
y se santifican las diversas circunstancias de la vida" (1667).
Los
sacramentales nos recuerdan nuestro camino de peregrinación hacia la
salvación, los sacramentos y la importancia de santificar todas las
ocasiones de la vida.
Aunque la forma
esencial del sacramento del matrimonio es el intercambio del
consentimiento para casarse, el anillo de boda ha sido un elemento de
la liturgia matrimonial desde hace mucho tiempo. Pero no es un anillo
cualquiera. No es sólo una joya. No es sólo una muestra de una
dote.
Es un sacramental.
La alianza
católica está bendecida. De hecho, se bendice inmediatamente
después de que los esposos intercambien su consentimiento, es decir, lo
primero que ocurre después de que se hayan casado. Esa bendición lo
distingue del resto de su colección de joyas. Al bendecir el anillo, éste se
distingue del matrimonio: no es sólo una cosa de este mundo, sino que forma
parte del orden salvífico.
La alianza se
bendice para que sea signo de fidelidad y amor, expresión de esos
elementos del matrimonio hacia el otro. Se entrega como sacramental, es decir,
para "disponer a recibir el principal efecto del sacramento", en este
caso, la fidelidad, y para santificar el estado matrimonial.
Se entrega en nombre de la Trinidad -el Dios Trino-, cuya
comunión de personas este matrimonio está llamado a modelar.
Solía ser
tradición que las personas llevaran sus alianzas hasta la muerte.
En algunos grupos étnicos, la mano en la que se lleva la alianza es indicativa
de si se está casado o viudo.
La presencia
del anillo puede convertirse en algo cotidiano, habitual, incluso olvidado.
Pero al igual que los sacramentos son signos visibles de la gracia invisible de
Dios, los sacramentales como el anillo de boda son signos visibles del
sacramento que hemos recibido. Se supone que su presencia es un recordatorio
tangible de algo que podríamos olvidar, algo que quizá damos por sentado:
el matrimonio. Por eso suele ser una especie de metal precioso: es valioso
y debe durar. Como el matrimonio.
Es un signo
para su portador, tanto positivo (recuerda la verdad del
matrimonio) como negativo (recuerda las obligaciones del
matrimonio, especialmente la fidelidad). Pero el anillo de boda es
también un signo para los demás, un signo cada vez más vital en
nuestros días, de compromiso, de exclusividad, del valor del matrimonio en sí
mismo.
Así como los
sacerdotes deben llevar el alzacuellos romano para que el
mundo sepa quiénes son, así como las monjas deben llevar hábito para
que el mundo conozca su consagración, así los casados deben llevar alianzas para
que el mundo sepa quiénes son.
Resulta
revelador que, cuando escribió una obra sobre el matrimonio, el futuro
Papa Juan Pablo II la titulara El taller del orfebre y
centrara gran parte de las reflexiones de los personajes sobre lo que es el
matrimonio en el contexto de los anillos de boda: una pareja que los compra,
una esposa que intenta vender los suyos. La voz de un narrador capta ese
significado en esta línea: "Este es el taller del orfebre. Qué extraño
oficio producir objetos que pueden estimular la reflexión sobre el
destino..."
También es
revelador que la Iglesia haya asociado tradicionalmente el sacramento
del matrimonio con el sacramental de la alianza. No es
casualidad. La enseñanza católica de que el matrimonio es un sacramento es en
sí misma un signo de contradicción para el mundo, incluso para muchos
compañeros cristianos (protestantes). El matrimonio no es sólo un cambio de
estado civil, un "estado". Es un paso espiritual, con
características que pertenecen a ese sacramento independientemente de los
cónyuges: unidad, exclusividad, indisolubilidad, comunión, fecundidad.
Y por eso la alianza da visibilidad a esa verdad.
Por eso, por
ejemplo, los puritanos se oponían a los anillos de boda. No se trataba
principalmente de "imágenes esculpidas" o de adornos corporales
indebidos. Los puritanos reconocían el anillo de boda como un sacramental que
apuntaba al matrimonio como sacramento; y, como rechazaban la mayoría de los
sacramentos, también rechazaban los signos que apuntaban a ellos.
Así que, tanto entonces como ahora, dejemos que el anillo de boda sea el
sacramental que apunte al entonces y ahora infravalorado sacramento
del matrimonio.
Fuente: ReligiónenLibertad