UN AÑO SIN MÓVIL: EL 'AYUNO DIGITAL' QUE TRANSFORMA A LOS SEMINARISTAS

Los jóvenes, tras superar el impacto inicial, descubren vínculos más profundos, mayor concentración y una vida espiritual más rica

Jóvenes del seminario San Juan Pablo II. Saint John Paul II Seminary

Will Morauer, de 19 años, llegó al seminario San Juan Pablo II de Washington D.C. sabiendo que su primer año estaría marcado por una decisión: entregar su teléfono móvil durante todo el curso.

Aunque intentó prepararse eliminando aplicaciones y funciones del dispositivo, no fue suficiente. El momento de desprenderse de él fue duro: «experimenté síndrome de abstinencia y me cuestioné si entrar al seminario había sido buena idea», admite al National Catholic Register. Pero ahora, con distancia, su conclusión es clara: «fue el mejor año de mi vida».

Desconectar para conectar

Morauer forma parte de la primera generación de seminaristas estadounidenses que han pasado por el llamado año propedéutico, una etapa previa a los estudios académicos en el seminario centrada en el crecimiento humano y espiritual de los aspirantes al sacerdocio.

Desde 2022, este modelo fue aprobado por el Vaticano a propuesta de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Es por eso que una de las medidas que algunos seminarios del país han implementado son restricciones en el uso de tecnología.

«Nos convencimos de que este nivel de apego no es realmente propicio para el crecimiento humano, ni siquiera a nivel espiritual», explica el padre Brendan Glasgow, coordinador del programa en el Seminario San Juan Pablo II.

Aunque los seminaristas siguen comunicándose con sus familias por email o videollamada, no tienen un dispositivo permanentemente. «Lo importante es que no sea un teléfono, y que no están constantemente conectados», añade.

'Vibraciones fantasma' y 'modo zombi'

El padre Daniel Hanley, coordinador del programa propedéutico del seminario Mount St. Mary's, también considera esencial este 'détox' digital: «Estamos intentando darles espacio frente al bombardeo constante que tienen a través de la pantalla».

El programa se refuerza con formación en neurociencia y gestión tecnológica. En colaboración con la Escuela de Negocios Busch de la Universidad Católica de América, los seminaristas reciben formación sobre cómo funciona la dopamina y sobre la ciencia detrás de la dependencia tecnológica. «Les ayudamos a entender lo que la tecnología ha hecho fisiológicamente», dice Hanley.

Brandon Chernosky, de 20 años, recuerda cómo algunos compañeros experimentaban «vibraciones fantasma», una sensación habitual en la que creían haber recibido una notificación y buscaban el teléfono, aunque no lo tuvieran consigo.

«Es mucho más fácil ir a 'modo zombi' en el 'smartphone' que buscar placer en actividades normales como jugar deportes o pasar tiempo con amigos», afirma. Pero también confirma los beneficios: «Fue increíble ver cómo eso iba desapareciendo poco a poco, y darte cuenta de que podías sentarte en silencio con cada vez más facilidad».

Mejorar las amistades

La mejora en las relaciones interpersonales es uno de los efectos más valorados por los propios seminaristas. «El teléfono realmente te saca del momento», reconoce Morauer. «No tenerlo me permitió entrar más plenamente en la formación y en las relaciones con mis hermanos».

Andrew Schmitz, de 28 años y con experiencia previa como consultor en Washington, reconoce que, antes de entrar al seminario, dedicaba buena parte de su atención a noticias y debates políticos en redes sociales. Ahora coincide con el resto de seminaristas en que desapegarse del móvil «contribuyó a una vida más encarnada, donde estás encontrándote más directamente con lo que está frente a ti».

Aprender a usar el teléfono

En el seminario San Pablo de Minnesota, los seminaristas entregan sus móviles durante la semana y los recuperan los sábados. Para Mark Mosser, de 23 años, fue un alivio. Estudiante en el MIT y líder en múltiples actividades, Mosser vivía permanentemente conectado. «Fue realmente agradable, de hecho, sentir desde el principio que no tenía que estar constantemente revisando mi teléfono», relata.

En su tiempo libre, ha comenzado a tocar la guitarra, se ha aficionado a la repostería y, sobre todo, ha profundizado en la oración y la lectura. De hecho, con respecto a esto, el padre Hanley señaló que incluso muchos de los seminaristas «están leyendo por primera vez en mucho tiempo».

Según los formadores, no se trata de rechazar la tecnología, sino de aprender a usarla con criterio. «No es una postura anti-tecnología», señala Schmitz. «Es una reorientación a usar la tecnología como una herramienta para vivir mejor nuestras vocaciones».

Tras el año propedéutico, los seminaristas recuperan el acceso a sus teléfonos con una nueva perspectiva. Algunos, como Morauer, optan por mantener un uso muy limitado: «Creo que estoy en un lugar mucho mejor después de haber pasado sin él». Otros elaboran planes personalizados para evitar caer nuevamente en la dependencia digital.

«El objetivo no es que nunca vuelvan a usarlos», concluye el padre Hanley, «sino que cada uno encuentre un uso compatible con su identidad como discípulo de Jesús».

María Rabell García

Corresponsal en Roma y El Vaticano

Fuente: El Debate