COMENTARIO AL EVANGELIO DE NUESTRO OBISPO D. JESÚS VIDAL: "HOSPITALIDAD"

En el Evangelio encontramos una escena muy sencilla, que podríamos vivir en cualquiera de nuestros pueblos. Jesús va de camino, entra en una aldea y se dirige a una casa. En ella habita una familia de amigos.

Jesús en casa de Lázaro, Marta y María. Dominio público

En concreto son dos hermanas llamadas Marta y María y un hermano, muy amigo del Señor, llamado Lázaro al que, aunque en esta escena no aparezca, conoceremos avanzando el Evangelio.

La hospitalidad es desde muy antiguo un importante deber. El Señor lo recoge entre aquellas acciones sobre las que todos los hombres al final seremos preguntados: «fui forastero y me hospedasteis» (Mateo 25,35). San Benito, el iniciador del monacato en occidente, dedica un capítulo entero de su regla de vida para los monjes, el 53, a la acogida de los forasteros. Al principio de este capítulo, citando el pasaje del Evangelio al que hemos hecho referencia, nos dice: «Recíbase a todos los huéspedes que llegan como a Cristo, pues Él mismo ha de decir: "Huésped fui y me recibieron". A todos dése el honor que corresponde, pero sobre todo a los hermanos en la fe y a los peregrinos».

En este breve punto encontramos tres enseñanzas acerca de la hospitalidad. El primero es que la acogida ha de ser universal: «recíbase a todos como a Cristo». No debe negarse a nadie, de principio, por ser de otra nacionalidad, raza o religión. En aquel que llega es Cristo mismo el que llega a nosotros, pues todo hombre ha sido creado según la imagen de Dios, por lo que lleva impresa la imagen de Cristo.   

Cada persona que llama a nuestra puerta o viene a nuestro encuentro pidiendo ser atendida, es una oportunidad para acoger al mismo Jesús. En segundo lugar, cada uno ha de ser acogido dándoles el honor que les corresponde, es decir, que se debe mirar a la persona a la que acogemos. Con esto, san Benito no dice que acojamos a cada uno según el beneficio que podamos sacar de ellos, de forma que acogeríamos mejor al que pueda proporcionarnos más dinero o fama.

El honor se corresponde con la necesidad de amor con la que tienen que ser cubiertos. Como señala un poco más adelante, en el punto 15 de este mismo capítulo: «Al recibir a pobres y peregrinos se tendrá el máximo de cuidado y solicitud, porque en ellos se recibe especialmente a Cristo, pues cuando se recibe a ricos, el mismo temor que inspiran, induce a respetarlos». 

Las personas más ricas, más poderosas o de mayor fama, vienen revestidas de sí mismas y esto nos lleva a respetarlas más. El pobre, sin embargo, debe ser especialmente revestido por nuestro amor. Por último, san Benito dice a los monjes que cuiden con especial honor «a los hermanos en la fe y a los peregrinos». La razón de esto consiste en que el fin de la acogida es la comunión, que se realizará de forma más directa con aquellos que más se asemejan a Cristo.

Lo vivían los pueblos antiguos y hoy sigue siendo una acción debida en muchas culturas. Pero me pregunto, ¿qué lugar tiene hoy la hospitalidad en nuestras vidas? ¿Cuándo es la última vez que hemos acogido a alguien o invitado a alguien a comer, por ejemplo, en nuestra casa? 

El estilo de vida de nuestra sociedad occidental es cada vez más individualista y la hospitalidad queda en un valor cuya responsabilidad delegamos en otros. Que sea el estado o las ONG las que se encarguen de acoger al que lo necesita. La hospitalidad no se refleja solo en abrir la casa o compartir la mesa. Hospitalidad es también un saludo amable al entrar en un comercio, una sonrisa al cruzar la mirada, un gesto de ayuda a alguien que lo necesita.

En este tiempo que llevo en Segovia, he sentido la hospitalidad de los habitantes de Segovia y sus pueblos. En bueno que seamos conscientes del bien que nos hace para que sigamos creciendo en esta preciosa virtud que nos hará recibir al mismo Señor en nuestra casa, como aquellas dos hermanas.

 + Jesús Vidal 

Obispo de Segovia

Fuente: Diócesis de Segovia