SAN AGUSTÍN Y LA PATERNIDAD QUE REDIME EL TIEMPO CON AMOR

"No siempre sabemos por qué nacen los vínculos, pero a veces descubrimos que eran necesarios para sanar algo muy hondo". Reflexionemos sobre la paternidad inesperada

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Nace el hijo, no siempre de un plan; muchas veces de un instante de deseo que buscaba completud en la carne. Pero en él, aún sin saberlo, brota una chispa de eternidad. Hablemos de la paternidad inesperada de la mano de san Agustín.

No es el linaje, ni la cuna, ni la moral de los hombres la que mide el amor. Es el alma que intuye que en esa vida que se gesta hay un llamado a redimirse y a amar de otra manera. Más alta. Más limpia. Más total.

El hijo viene y el padre se ve a sí mismo reflejado en un pequeño espejo de fuego. Sus errores. Su esperanza. Su carne hecha futuro. Pero también su promesa: que algo en él será mejor, más sabio, más libre.

"Cuando un hijo despierta en su padre un alma más elevada, el pasado deja de ser carga y se convierte en puente." y surge la transformación interior. 

La paternidad desde los ojos de san Agustín

Así fue san Agustín, cuando miró a Adeodato, su hijo. No como un tropiezo juvenil, sino como un regalo, un Adeodatus, dado por Dios para despertar en él lo que ni él sabía que llevaba dormido.

Lo educó con ternura y asombro. Le enseñó a reflexionar con filosofía. Y descubrió que el alma de un hijo puede elevar al padre. Que el amor paternal, cuando se despoja de ego y de dominio, se vuelve uno de los caminos más puros hacia lo divino.

"Nos preguntábamos cómo sería la vida eterna de los santos, esa que ‘ni ojo vio, ni oído oyó, ni vino a la mente del hombre’. Pero con el corazón abierto, subimos juntos hacia ella en un solo deseo". (Confesiones, IX, 10) 

El don de la maternidad

"El amor materno no exige comprensión, sólo fe y presencia constante. Es una fuerza silenciosa que sabe esperar sin rendirse".

Es la fuerza psicológica de las madres Ese deseo, esa unión de almas en lo alto, también fue vivida con su madre. 

Porque el amor materno…

Ah, el amor materno…

Ese no se aprende.

Ese arde.

Santa Mónica no necesitó libros ni teología para comprender lo que sólo el corazón que ora conoce: que hay que sostener en silencio, esperar sin condiciones, llorar en los rincones del templo y confiar en que Dios oye incluso lo que no se dice.

Su amor no fue pasivo

Fue activo como el sol que madura la viña. Oró, viajó, buscó, insistió. Y al final, no lo reclamó para sí, sino que lo devolvió al cielo.

“En aquella conversación con mi madre, no deseábamos los placeres de la carne, ni del mundo, sino que nos elevábamos hacia la fuente de la vida misma... y la tocábamos levemente con el corazón.” ( Confesiones, IX, 10) 

"Hay despedidas que no son ruptura, sino coronación. Y amores que, al soltar, alcanzan la eternidad."

La escena en Ostia entre madre e hijo no es sólo un recuerdo histórico. Es un símbolo eterno: 

El alma que, al haber amado tanto, ya no teme soltar. Y el hijo que, al haber sido tan amado, puede por fin volar hacia Dios. Y yo me detengo también al contemplar desde esta playa donde quizá alguna vez se posaron sus pies, y  pregunto si también en tu historia, el amor que una vez fue deseo, o el amor que una vez fue angustia, ahora se que puede elevarse hasta volverse oración.

"La herida bien amada se vuelve maestra. El vínculo bien sanado se transforma en camino de retorno." y se unen el amor y el dolor Quizá sí. Porque en cada vínculo verdadero, algo del Amor divino se cuela. 

Y entonces el hijo ya no es sólo hijo, es misión, es espejo, es cielo. Y la madre ya no es sólo carne, es intercesora, es templo, es estrella que guía el alma del hijo de vuelta al Hogar.

Guillermo Dellamary 

Fuente: Aleteia