Históricamente, la palabra "regla" (regula) no significaba un conjunto de leyes que debían observarse, sino más bien una guía para crecer hacia el bien
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Las reglas
monásticas, como la de san Benito, que la Iglesia ha celebrado el 11 de julio y
cuya regla ha dado ritmo a la vida de tantos monasterios,
no pretenden constreñir la vida, sino desarrollarla. Proponen una vida
equilibrada de oración, trabajo, vida comunitaria y descanso, incluso en
tiempos de incertidumbre o sufrimiento.
Pero no todo el
mundo está llamado a la vida religiosa. Hay platos que fregar, reuniones que
cumplir, hijos que educar y padres ancianos que cuidar. Y, sin embargo, muchas
personas, creyentes o no, buscan algo que los monasterios parecen ofrecer, a
través de su ritmo de vida y del sentido y la paz que surgen de su existencia.
La buena
noticia es que no hace falta ser monje para inspirarse en la sabiduría de la
vida monástica. Una regla de vida puede estructurar el día a día de cualquiera
que desee vivir con intención.
Históricamente,
la palabra "regla" (regula) no significa un conjunto de leyes que hay
que observar, sino más bien una guía para crecer hacia el bien, como un
enrejado que sostiene una vid.
Mientras que
quienes viven en comunidades monásticas hacen votos formales, cada uno de
nosotros está llamado a discernir de qué manera está llamado a vivir su
vocación de forma singular, ya sea a través del matrimonio, el celibato, la
vida consagrada o de alguna otra manera.
Desarrollar una
regla de vida más personal puede ayudarnos a descubrir no sólo cómo vivir, sino
sobre todo cómo vivir bien, de un modo acorde con nuestra naturaleza más
profunda y nuestros talentos.
No separar
lo sagrado de lo ordinario
No hace falta
vivir en un monasterio para vivir con claridad. No hace falta cantar salmos al
amanecer para aspirar a la santidad. Pero es probable que necesitemos un cierto
modo de vivir que nos proteja cuando se multiplican las distracciones o aparece
el cansancio. Una regla de vida puede ayudarnos a decir sí a lo que realmente
importa y no a lo que no.
El lema de san
Benito, "ora et labora", "oración y trabajo", habla por sí
solo. Su regla no separaba lo sagrado de lo ordinario. Cuidar el huerto,
preparar la comida, recibir a los huéspedes: todo ello formaba parte de la vida
de oración. También para nosotros, nuestro trabajo, nuestro descanso y nuestras
relaciones pueden estar impregnados de gracia, si los abordamos con esta
intención.
El Catecismo
de la Iglesia Católica nos recuerda que "la oración y la vida del
cristiano son inseparables" (n. 2745). Una regla de vida hace honor a este vínculo. No
se trata de hacer más, sino de hacer lo que cuenta, con intención, siguiendo la
llamada de Dios.
Una regla de
vida puede ser simple
Mucha gente
piensa que una regla de vida tiene que ser muy elaborada o espiritual. En
realidad, puede ser muy sencilla, o puede llegar a serlo adoptando unos cuantos
hábitos regulares. Con el tiempo, estos ritmos de vida se convierten en
formativos. Revelan nuestro temperamento espiritual único y nuestros carismas.
De hecho, todos
vivimos nuestra vida dentro de un marco de reglas, aunque no nos demos cuenta.
La verdadera pregunta es: ¿esta regla nos convierte en la persona que estamos
llamados a ser? Seamos estudiantes, padres, pensionados o recién convertidos,
una regla de vida es para nosotros mismos. No para impresionar a quienes nos
rodean, ni para escapar del mundo, sino para vivir en él, arraigados,
despiertos y plenamente vivos.
Daniel Esparza
Fuente: Aleteia