José Fernández Castiella presenta "Hijos frágiles de un Dios vulnerable", una mirada renovada al sacramento de la confesión
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José Fernández Castiella. Dominio público |
Antropología y teología
No
piensen los lectores que estamos ante un clásico tratado teología sacramental.
Ni mucho menos.
Es un
ensayo, de fácil lectura aunque con una densidad argumental notable, en el que
prima la perspectiva espiritual con dos potentes sustratos, el
de una antropología en diálogo con el pensamiento contemporáneo y el de una
teología espiritual que tiene como referencia una
concepción de la naturaleza de Dios con una fuerte potencia explicativa.
Para serles sinceros. Este sería el típico libro que yo le daría a quien, con demasiada frecuencia en la Iglesia, por desgracia, suelta el lugar común de que los sacerdotes del Opus Dei están cortados por el mismo patrón, responden a la misma teología y viven uniformemente la misma espiritualidad.
El sentido de un Dios vulnerable
Parte
nuestro autor, diría, de una idea original, pero atrevida, que se plantea como
si fuera una especie de acertijo que, permítanme, voy a simplificar a efectos
narrativos. Una idea que está recogida en el título del libro.
Entendemos
más fácilmente, más intuitivamente, más “experiencialmente” lo de la fragilidad
de los hombres y las mujeres, de las personas, de la condición humana. Pero,
¿cómo es posible que Dios, siendo todopoderoso, sea entendido aquí, y en qué
sentido es entendido aquí, como vulnerable?
Lo que nos remite a la necesidad de definir
qué entendemos por vulnerable, como condición de Dios y como condición,
principalmente, de las criaturas, de lo humano limitado.
Vulnerable, vulnerabilidad, familia semántica hoy de moda, de frecuente uso en determinados sectores y ambientes.
Como
señala en el prólogo el profesor Cencini, que
ya de por sí es una singular fuente de inspiración, “nada que objetar a la
fragilidad humana, pero es insólito –hay que reconocerlo- hablar de
vulnerabilidad divina”.
Añadamos otro interesante horizonte interpretativo. No es que sea precisamente el sacramento de la penitencia el más valorado por el sujeto cristiano, ni probablemente el más practicado. Como dice el prologuista, “digamos que a día de hoy parece un sacramento “de baja intensidad” y aún más bajo índice de aprobación”. ¿Por qué? ¿A qué se debe este hecho? Preguntas que, directamente o indirectamente, se responden en este libro.
Una nueva reflexión sobre el sacramento de la penitencia
Con
acierto leemos que “en nuestros días, es oportuna una nueva reflexión sobre el
sacramento de la penitencia, que tenga en cuenta los rasgos de nuestra cultura
y, en particular, la crisis que la caracteriza”.
También
me ha parecido atractiva esa omnipresente perspectiva antropológica, que
implica un profundo conocimiento no sólo de lo que se ha escrito, en el
universo del pensamiento, sobre el ser humano, sino de lo que nace de la
experiencia realista de trato con las personas, incluso de horas de
confesionario, que se palpa en este trabajo. Por cierto que hablando de
influencias aquí presentes me da que no está muy lejos la de la filosofía de mi
admirado Higinio Marín.
Una perspectiva antropológica en la que destaco algunos aspectos. El referido al deseo, esa energía interior que nos saca de nosotros mismos y nos proyecta hacia nuestra felicidad. O las páginas que tratan la cuestión del miedo.
El beso de las heridas
Tiene
razón don José Fernández Castiella cuando dice que “es necesario advertir que
es posible que algunas consideraciones de este libro puedan producir en el
lector la sensación de que quizá nunca ha sabido confesarse
bien. Si esto sucediera, no debe alarmarse ni sentirse
culpable”. No lo niego.
Me quedo
para finalizar con la frase de Teresa de Lisieux: “Te aseguro que Dios es mucho
mejor de lo que tú piensas”.
Al
perdón de los pecados le acompaña algo mejor: el beso a las heridas.
La
distancia entre la percepción social, incluso para los cristianos, y la
realidad de lo que es y significa este sacramento es, por desgracia, cada vez
más infinita. Este libro la achica.
José Francisco Serrano Oceja
Fuente: ReligiónConfidencial