La vida es efímera y a cada momento deberíamos recordarlo: Cristo vive en nosotros y hay que ser dignos, como un relicario que guarda en sí algo precioso
![]() |
Shutterstock/Antonio Guillem |
La vida es un
regalo que tiene principio, pero también tendrá un final. Tarde o temprano nos
encontraremos de frente con nuestro Señor y daremos cuenta de nuestros actos,
pensamientos, palabras y omisiones. Y veremos con claridad que tuvimos la
oportunidad de ser un relicario portador de Cristo y que, quizá, no la
aprovechamos.
Así lo dice el
Salmo 90:
"Nuestra
vida dura apenas setenta años, y ochenta, si tenemos más vigor: en su mayor
parte son fatiga y miseria, porque pasan pronto, y nosotros nos vamos".
(Sal 90,
10)
Creer que
podemos prolongar nuestros años con tratamientos de eterna juventud es una
ilusión vana. Solo Dios es el dueño de la vida.
Ser dignos
de Cristo
Hay que
recordar también que Dios nos hizo para Él. Pero el ser humano con frecuencia
olvida esta realidad y elige separarse de su Señor. Y, lamentablemente, su
comportamiento demuestra que su fe es débil o inexistente.
Entonces,
cuando el ser humano desconoce su origen, pierde el rumbo y el sentido de su
vida. Y las malas decisiones que toma le van convirtiendo en enemigo de Cristo.
Por eso,
mientras tenga vida, Dios le enviará señales para que vuelva a Él: una palabra,
un testimonio, un accidente o algún infortunio... todo lo que Él permita que
ocurra será para su bien espiritual.
Y, sobre todo,
para pulir nuestro comportamiento de todos los pecados y defectos que nos afean
y ser más dignos de Cristo. Así, cuando nuestra fe sea suficiente como para
entender que el amor de Dios se manifiesta a través de la prueba, haremos lo
que dice san Pedro:
"Por eso,
ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir
momentáneamente: así, la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más
valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en
motivo de alabanza, de gloria y de honor el día de la Revelación de
Jesucristo" (1 Pe 1, 6-7).
Seremos el
relicario de Cristo
Al final de
nuestra vida, habiendo vencido las tentaciones del demonio y si nos esforzamos
en amar a Dios y al prójimo, podremos decir que nuestro cuerpo se habrá
transformado en un relicario de Cristo: porque Él habitará en nuestra alma y
podremos presentarnos ante Dios como dice san Pablo (2 Cor
5, 17):
"El que
vive en Cristo es una nueva criatura: lo antiguo ha desaparecido, un ser nuevo
se ha hecho presente".
Mónica Muñoz
Fuente: Aleteia