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El Papa Juan Pablo II durante una visita oficial a Alemania. |
A los pocos segundos, Sandri entonó
el Salve Regina, un canto a la Virgen que podía interpretarse como
un guiño al Papa polaco, quien durante 27 años dirigió la Iglesia bajo
el amparo de la Madre de Dios y con el lema episcopal Totus tuus («Todo
tuyo»).
Lo que sucedió en la Ciudad Eterna
en los días siguientes no lo pudieron prever ni las autoridades ni los medios
de comunicación, llegando a definir lo que aconteció como un «asalto pacífico»,
dificil de contener. Entre tres y cuatro millones de peregrinos
llegaron de todo el mundo dispuestos a esperar hasta 18 horas para
pasar por la capilla ardiente del Pontífice y despedirse de aquel Papa que les
había enseñado a no tener miedo.
El
Papa que batió récords de audiencia
Roma, plagada de gente, se vio colapsada. El Ayuntamiento se vio obligado a cortar el
tráfico en varias calles y plazas, invadidas por quienes esperaban acceder
al Vaticano, y tuvo que desviar de urgencia la circulación, ya de por sí
caótica en la ciudad.
El fallecimiento de Juan Pablo II dejó una
huella imborrable en la historia y en los corazones de millones de personas en
todo el mundo. Pero fue en su tierra natal, Polonia, donde el impacto se sintió
con mayor profundidad. Del 3 al 8 de
abril el país entero se sumió en un luto oficial sin precedentes.
Con el paso del tiempo, no ha habido rincón en Polonia que no le
haya dedicado al menos una calle, una plaza o un monumento, como muestra
del amor y respeto hacia el que es considerado el polaco más influyente del
siglo XX.
El 8 de abril tuvo lugar el acontecimiento
mediático más seguido hasta el momento, retransmitido a más de tres mil
millones de personas. La misa de réquiem en la Plaza de San Pedro rompió todos
los récords de asistencia de dignatarios internacionales. Más de 200 jefes de Estado y de Gobierno, junto
con líderes religiosos de diversas confesiones, se reunieron para
rendir homenaje a Wojtyła.
Santo
Subito!
Roma estaba desbordada. Se
calcula que unas 300.000 personas lograron acceder a la Plaza de San Pedro y
sus inmediaciones tras pasar la noche en vela, mientras que más de un millón y
medio de peregrinos siguieron la ceremonia a través de pantallas gigantes
repartidas por la ciudad.
A las 10:00 de la mañana el funeral comenzó
según lo previsto. Cuando los sediarios, los que tradicionalmente están al
servicio del Papa, sacaron a hombros el féretro de la basílica de San Pedro, un aplauso unánime rompió el silencio reverente
de la multitud.
Entonces, el cardenal Joseph Ratzinger, su estrecho
colaborador que se convertiría en su sucesor tan solo 11 días después,
pronunció la homilía. «Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está
ahora en la ventana del Padre, nos ve y nos bendice», afirmó el futuro
Pontífice. A lo largo de la ceremonia, los fieles no pudieron contener su
emoción. Entre oraciones y lágrimas, los aplausos se mezclaban con gritos de
«¡Santo subito!» (¡Santo ya!).
Cuando el funeral llegó a su fin, el Pontífice
fue despedido con un estruendoso aplauso. Las palmas de cientos de miles de
fieles acompañaron el féretro en su
camino hacia las Grutas Vaticanas, donde fue sepultado.
El 27 de abril de 2014, en una ceremonia
presidida por el Papa Francisco, Juan Pablo II fue canonizado junto a Juan
XXIII. Aquel grito espontáneo de «¡Santo subito!» que resonó en su funeral se
convirtió, tan solo nueve años después, en realidad.
María Rabell García. Corresponsal en Roma y El Vaticano