Decía Albert Camus que la admiración por los evangelios termina cuando llegamos a la página sangrienta de la cruz. Esto es lo que le sucede a Pedro cuando, según el evangelio de hoy, Jesús anuncia que le espera la pasión y la muerte.
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Dominio público |
Llama la atención que esta reprensión de
Jesús a Pedro tenga lugar después de que éste hubiera confesado que Jesús era
el Mesías, pero, como decimos, su idea del Mesías no correspondía con la de
Jesús. Creer en Jesús no es sólo confesar quién es él, sino asumir las
exigencias que comporta la fe que, en este caso, supone la aceptación de la
cruz.
Esta relación entre la fe y las obras que
de ella se derivan aparece también hoy en el texto de la carta de Santiago que
dio lugar a una gran polémica entre la Iglesia católica y Lutero que le condujo
a la herejía y al cisma. Según la carta de Santiago, una fe sin obras es una fe
muerta. Y pone este ejemplo: «Si un hermano o una hermana andan desnudos y
faltos de alimento diario y uno de vosotros les dice: id en paz, abrigaos y
saciaos, pero no les da lo necesario para el cuerpo, ¿de qué sirve?». Y añade:
«Alguno dirá: tú tienes fe y yo tengo obras, muéstrame esa fe tuya sin las
obras, y yo con mis obras te mostraré la fe» (Sant 2,15-18).
Según Lutero, lo que nos salva es la fe en
Cristo y, por ello, se apoyaba en textos de san Pablo que acentúan la fe. Por
eso, consideró que la carta de Santiago no era canónica y la suprimió del canon
protestante. Con cierto desprecio la llamaba «carta de paja». Pero san Pablo no
afirma que sólo la fe basta para salvarse. En su carta a los Gálatas, dice que
«la fe actúa por el amor» (Gál 5,6). Lo que san Pablo dice, en su polémica con
los judaizantes, es que las «obras de la ley» judía no salvan, pues sólo Cristo
es el Salvador. El apóstol distinguía claramente ente «obras de la ley» y
«obras de la fe» en Cristo que expresan claramente que la fe es una fe viva y
no muerta. Pablo y Santiago vienen a decir lo mismo.
La separación entre la fe y las obras es uno de los mayores dramas que pueden darse en la vida cristiana. Ya lo señaló el Concilio Vaticano II cuando dijo que «el divorcio entre la fe y la vida diaria de muchos debe ser considerado como uno de los más graves errores de nuestra época» (GS 43). Y este divorcio tiene, entre otras causas, la de no aceptar verdades que nos incomodan o nos exigen cambiar de mentalidad para, como dice Jesús a Pedro, no pensar como los hombres, sino como Dios.
La
tentación de hacerse una religión a la carta eligiendo aquellas verdades que
más nos gustan y desechando otras es algo permanente que exige un cuidadoso
examen de conciencia si queremos mantener la fe en su integridad en plena
coherencia con las obras que dan testimonio de lo que creemos. Lo contrario
sería hacer de la fe un mero gnosticismo que crea la ilusión de que nos
salvamos por lo que pensamos y no por lo que vivimos. De ahí que Cristo no
dudara en llamar Satanás a Pedro cuando quiso desviarle del camino de la cruz y
de la muerte, cuyo término era la resurrección. Son muchos los que, por
desechar el exigente camino del seguimiento de Cristo pueden quedarse sin
llegar a la meta.
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia