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Papa Francisco. Dominio público |
¿Cuál es la fuente de sus gestos y
palabras? Sin duda, la de un hombre de fe, un cristiano que, sobre todo, es discípulo
de Jesucristo. En este caso, con una misión concreta, la de sucesor del apóstol
San Pedro como obispo de Roma y primado de la Iglesia universal. Pero primero, antes
que todo, un discípulo, un bautizado. No podemos olvidar esto para interpretar bien
las enseñanzas del Papa Francisco, con sus múltiples y variados acentos.
Ante la diversidad de temas que han
compuesto la predicación de Francisco, voy a quedarme con uno que corresponde,
en cierta manera, al evangelio que escuchamos en este segundo domingo de
Pascua. Se trata del corazón misionero, abierto a la acogida de aquellos que no
creen o que viven lejos de la forma de vida que enseña la Iglesia. Este es un
punto desde el que podemos comprender el ardiente deseo del Papa Francisco de
acoger a todos en la Iglesia, de encontrarse con todos, de ir a las periferias
geográficas y existenciales, de no tener miedo, en definitiva, a ningún
encuentro por “arriesgado” que pudiera ser. Recuerdo, por ejemplo, el
documental “Amén. Francisco responde”, en el vimos cómo se encontraba con un
grupo de jóvenes en una nave de la periferia romana y en el que no evitó
ninguno de los temas más polémicos. El Papa ha querido vivir verdaderamente “derribando
muros y construyendo puentes” con esta expresión que tan famosa se hizo al
comienzo de su pontificado.
Estos muros son la dificultad para
establecer un diálogo con alguien que no cree o que no vive como nosotros
creemos. Esto es lo que nos encontramos en el evangelio de hoy. El apóstol
Tomás, ausente en la primera aparición de Jesús, no cree a los otros apóstoles
y se encuentra encerrado. La fe no es algo automático, sino que necesita del
concurso de la libertad. Es cierto que el hombre tiene una innata apertura a la
trascendencia, a Dios, pero esta apertura de base va acompañada de un diálogo
en el que Dios llama al hombre y este, poniendo en juego su libertad, debe
responder. Y esto implica un proceso, una historia personal. A algunos puede
sorprenderles que muchos de sus familiares o amigos que han tenido la misma
educación que ellos, sin embargo, no tengan la misma fe. Pero esto, simplemente
significa que no hay dos historias iguales. Cada uno hemos recibido el
testimonio, acertado o desacertado, de múltiples personas, hemos vivido
episodios relacionados con la fe en la familia, en el colegio, en la parroquia
y esto ha sido en diferentes momentos que han permitido, con la libertad de
cada uno, ver en ellos signos de la presencia y del amor de Dios o,
contrariamente, los hemos interpretado como señales de ausencia, de abandono,
de incoherencia con la realidad.
Cuando el Papa Francisco se encuentra
con una persona que no cree, no siente ningún juicio o rechazo, como ha
repetido muchas veces. Lo que verdaderamente siente es una enorme curiosidad.
¿Cuál será su historia? ¿Qué preguntas hay en su corazón? El Concilio Vaticano
II en la Gaudium et Spes (n. 20) dice que la Iglesia no queda
indiferente ante el rechazo de la fe, sino que quiere conocer sus causas y
tomarlas en serio, pues es el amor a cada hombre y mujer lo que nos mueve.
Obispo de Segovia