Tras años de flexibilidad sin sentido, y en tiempos de crisis profundas, las figuras mediáticas y del entretenimiento muestran cada vez más su fe
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Vivimos una
época que el sociólogo Zygmunt Bauman definió como “líquida”, como un
mundo donde “la mayor preocupación de nuestra vida social e individual es cómo
prevenir que las cosas se queden fijas.... No creemos que haya soluciones
definitivas y no solo eso: no nos gustan”.
Cuando la
sociedad pide a la gente que sea flexible, eso significa que quiere “que no
estés comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía,
la mente, en cualquier momento en el que sea requerido. Esto crea una situación
líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la
forma del agua. Y esto está por todas partes” (Entrevista de Justo Barranco en
La Vanguardia, 2017).
Mucho tiempo
vimos esto en la modernidad y, realmente, nos acostumbramos a verlo como algo
normal: ser flexible, nada es para siempre; incluyendo la fe, el matrimonio, la
familia. Valores perdurables repentinamente se vieron menoscabados por la
“flexibilidad” de nuestro tiempo.
Sin embargo,
algo nuevo está pasando. Los jóvenes de hoy, hartos tal vez de esa “liquidez”,
esa flexibilidad sin sentido, buscan bienes concretos, sostenibles, eternos…
empiezan a cansarse del vacío y buscan lo que da sentido: comunidad, silencio,
profundidad, trascendencia. Y lo hacen visible en lo más público: la música,
las redes, el arte.
El nuevo álbum
de la artista catalana Rosalía es uno de los más recientes ejemplos de este
“regreso a lo sagrado”, un disco que mezcla flamenco, ópera, electrónica,
coros, 13 idiomas y una inspiración clara en la “mística femenina” de mujeres
santas de la tradición cristiana.
¿Por qué
resuena en esta generación?
Estos tiempos
son de crisis profundas: crisis económicas, guerras, crisis ecológica,
desigualdad… y más en lo particular, heridas profundas de familia, sin sentido
de la vida; la lógica de redes, fotografías, aplausos. Frente a esto, muchos
jóvenes ya no encuentran sentido en el éxito, la moda o la viralidad y Lux, aparece
en ese vacío como una oferta artística que deja de tematizar lo banal y vuelve
a lo eterno y duradero.
En un mundo
post-dogmático y multicultural, la relevancia y papel de la mística femenina
(que ya no el feminismo de choque) vuelve a tener peso como una brújula entre
melodías, canciones y arte.
En los últimos
años, varios referentes culturales han puesto públicamente su fe sobre la mesa:
actores como Chris Pratt o Mark Wahlberg, músicos como
Daddy Yankee, influencers creyentes como Pablo García (“Pablo Garna”), Natchet
y hasta la más reciente reina de belleza Fátima Bosch. Ahora, con un
impacto masivo, el lanzamiento y gira mundial de LUX, el álbum
de Rosalía inspirado en la tradición mística católica.
No es
casualidad que varios de ellos hayan motivado encuentros personales con los
pontífices. En una de estas audiencias recientes, León XIV recordó que “el arte
no es un lujo, sino una necesidad del espíritu" y los ha animado a no
temer confrontar las heridas del mundo, sino acompañarlas para ser
"testigos de esperanza, de belleza, de verdad".
La Iglesia no
está instando a “usar” la fe como etiqueta, sino a redescubrirla como raíz.
Como orientación. Como luz.
En busca de
sentido
Hasta hace unos
años, que un artista revelara abiertamente su fe era algo raro, inusual y, no
pocas veces, conllevaba la cancelación o un riesgo a su carrera.
Hoy, al ser
cada vez más los jóvenes y artistas que comparten abiertamente su fe, se está
volviendo más común. Sí, se puede hablar de un despertar de la fe porque la
vida líquida, sin certezas, sin compromisos, no funciona para el alma humana
que siempre busca trascendencia.
Y, todavía más
inesperado: el eco de ese despertar se está escuchando en lugares donde antes
solo había fama, luces y performance: Artistas, actores, streamers,
cantantes, creadores digitales: gente que mueve imaginarios, que marca
tendencias, que define estéticas. Muchos están empezando a hablar sin miedo de
fe, oración, comunidad, Cristo, Eucaristía. No como marketing, sino
como necesidad vital.
El Papa
Francisco lo advirtió en Christus Vivit:
“Los jóvenes
buscan una vida que valga la pena ser vivida”.
Y León XIV lo
retomó recientemente al dirigirse a jóvenes creadores:
“Tenemos el
deber de trabajar juntos para desarrollar una forma de pensar y un lenguaje de
nuestro tiempo que dé voz al Amor”.
Hay sed de algo
más. Hay hambre de verdad. Y hay —por fin— valentía para decirlo en voz alta.
Mónica Alcalá
Fuente: Aleteia
