Sofía Puente Hernández, de 24 años, lleva cuatro años como una de las agustinas del Monasterio de la Conversión. Se educó en una familia que no era practicante ni interesada en la fe.
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Foto de Tatiana Fedótova. Dominio público |
Sin fe apenas en casa, dependía del
colegio
"Mi familia no tenía una fe activa, sólo
algo de tradición católica. Si iba a una escuela con religión, había fe en mi
vida. Si no, no. Me
bautizaron con 6 años porque mis padres querían que fuéramos algo
conscientes del acto. En secundaria no tuve relación ninguna con la fe, pero en
el bachillerato ya sí", recuerda.
Fue
en esa época cuando "un hermano de una congregación que trabajaba con el
CEU nos invitó a ir a un grupo de confirmación. Una amiga dijo que vale y así
yo me apunté. Quizá no
eran las mejores catequesis del mundo, pero en ese momento me ayudó porque yo
no conocía nada de nada. Yo venía de años difíciles. Mi hermana
pequeña también se interesó. Mi amiga lo dejó pronto, pero yo insistí hasta la
Confirmación porque tenía la intuición de que era algo bueno", recuerda.
Tras la Confirmación,
pensó: "Lo lógico sería ir a misa los domingos". Pero no era algo que
se hiciera en su casa.
Aprendiendo en la enfermedad
Ella
estaba a punto de cumplir
18 años con ganas de proclamar su autonomía, cuando le detectaron un
cáncer. La quimioterapia le dejaba muy débil y hundida: en vez de autonomía, se
sabía dependiente.
Hoy
critica que casi directamente la querían meter en un centro de fertilidad a
congelar óvulos, preguntándole si quería ser madre, para evitar su esterilidad.
Hoy sabe que las técnicas de fecundación in vitro son inmorales y los
cristianos no deben usarlas, pero entonces ni conocía la doctrina ni le
explicaban de verdad la metodología. Tenía apenas 18 años y no sabía qué hacer
con su vida. Pero sí sabía
que creía en Dios y que buscaba la voluntad de Dios.
En
esa época se peleó con Dios por sus sufrimientos, pero sin cortar la relación. "Si discutes con un amigo,
sigues sabiendo que es un amigo, que está ahí, también para discutir.
Si no te alejas, el trato se fortalece", explica. Eso fue sucediendo.
Por
desgracia, el "botiquín" habitual de la Iglesia para afrontar la
enfermedad, no se lo explicaban bien. Por ejemplo, le ofrecieron la unción de
enfermos, pero nadie le explicó para qué servía, como integrarlo en la vida de
fe...
Alguien
le dijo: "aprovecha
para ofrecer tus sufrimientos". Eso le intrigó, y pronto lo fue
entendiendo, y le ayudó. Su debilidad, el vomitar, el depender de sus
hermanas que la ayudaban en casa... "hoy lo veo con gratitud, porque me hablaba del amor de mis
hermanas, y también del de Dios".
Un acto de entrega
Su
última ronda de quimioterapia fue muy dura. "Yo sabía que yo no me iba a
morir, pero estaba machacada por los efectos secundarios, el cansancio, estaba
hinchada, roja, con fiebre... Y dije en oración algo que creo que no era mío: 'Señor, si quieres llevarme
contigo, me está bien'. Y quedé dormida con serenidad. Contado así es
sencillo, pero eso consolidó mi fe. Después entendí que, desde entonces, sé que Dios es un
Dios-con-nosotros y ya no puedo dudar de su presencia".
Tras
la enfermedad, la familia se mudó. Ella llegó a la parroquia de San Antonio de las Cárcavas-Valdebebas, con mascarilla y sin pelo. El
cura, al verla, la invitó a salir a leer, porque tampoco tenían muchos más
candidatos. Justo esos días estaba pensando en dejar de ir a la iglesia, ya que
como enferma tampoco estaba obligada a ir cada domingo. Pero pensó: "pobre cura, no tiene
quien le lea”. Así perseveró.
Pronto
llegó otro sacerdote que llevó a los jóvenes a un campo de trabajo en el
Monasterio de la Conversión.
Toques de vocación
Ella
había visitado ya otro monasterio y había oído contar a una religiosa un "testimonio de
vocación muy normalito, pero que me hacía llorar. Y mi hermana ya
entonces me dijo: 'Sofi, ¿no te
entraron ganas de entrar en un monasterio al oír esas monjas?'. Sofía
respondió: ' si dices eso, ¿no es porque piensas huir?'" No quería ir
ahora a la COnversión, y en su casa no pensaban pagarle esos días de
experiencia, pero al final el sacerdote se lo pagó. "Me dijeron; 'venid y
veréis' y en casa dije
'vamos a ayudar a unas monjas a construir unos edificios del monasterio'".
En
ese encuentro, se habló del Camino de Santiago y de sus símbolos: las flechas
amarillas guían el camino pero ¿qué flechas amarillas usa Dios para guiarnos en la vida? "Esas
preguntas me hicieron sacar cosas que llevaba dentro. Yo lloraba cada tarde. Decía: 'no voy
a más charlas que lloro'".
El
último día, la Madre Carolina dijo a los jóvenes: "El camino acaba cuando
vuelves a casa y cuentas lo vivido". Pero Sofía sentía que en vez de volver a casa, ¡dejaba su casa,
un hogar! Y pensó: "Me
estoy volviendo loca, me da por ser monja de pronto".
"Me
había confesado el día antes. De penitencia, me pidieron decir al Señor
'hágase'. Me costó, pero era mi penitencia y en misa se lo dije: 'Hágase'. Y miré la casa de las hermanas y
sentí en mi interior ese 'hágase'. Pensé: 'vamos a esperar, si es del
Señor no se me olvidará'".
De
vuelta a Madrid, se dio cuenta que cada vez que pensaba en la vocación sentía serenidad y alegría.
Además, apenas sin decir nada, sus hermanas la miraban, lo intuían y le decían:
"¡Vas a ser monja!" Durante todo un año, acompañada, estuvo
discerniendo, descartando un posible deseo de mera huida. Y en 2020, el año de la pandemia,
entró en el monasterio. "Hacíamos bromas de si no nos dejarían cambiar
de provincia en coche y habría que caminar por los campos".
El camino de la belleza y el arte
Una
vez en el Monasterio, empezó a participar en sus talleres de artesanía.
"La contemplación a través del arte es algo bellísimo. Allí hacemos mucha liturgia
cantada. Ya de pequeña yo
tenía interés artístico, tengo algo de don. Al ver que podía pintar, me
pusieron en ese taller. Empezamos un grupo nuevo de hermanas elaborando cirios
pascuales. Tuvimos una
familia ucraniana refugiada en el monasterio. Eran iconógrafos, nos enseñaron a
hacer iconos y cirios. Es algo muy orante, estamos juntas en el
taller, las de cuerdas, encuadernación, madera... Es curioso estar haciendo
cirios pascuales llenos de signos de Resurrección cuando aún estamos en
Cuaresma, con los ayunos y silencios de Cuaresma", comenta, divertida.
La
Hermana Sofía y la Hermana Andrea, que es música y toca el salterio, acudieron al Observatorio de lo
Invisible a finales de julio de 2024 en la Santa Espina para aprender
más. "Vimos que era un lugar de presencia, de contactos. Podemos invitar a
profesores, a que nos visiten, nos ayuden con formación quizá. Nuestros
talleres están fuera de la clausura: los visitantes pueden venir y trabajar con
sus propias manos".
En
el Observatorio de lo Invisible encontró gente con inquietudes espirituales y
artísticas. "Una chico me dijo que el Señor le había hablado de una manera 'brutal' y que
cómo iba a plasmar eso en arcilla. Le dije que solo podría hacerlo desde la
contemplación. Veo que muchos que vienen a este encuentro dicen que sí, que en el silencio pueden contemplar y
orar y que ahí Dios habla".
Hay
otra pregunta que puede hacerse un artista cristiano: ¿y si no soy digno de
estar a la altura, de contar mi experiencia, o la grandeza de Dios? Pero hay que romper esa parálisis.
¡Claro que no somos dignos, no lo vamos a ser nunca! Pero sí puedes
plasmar lo que has vivido con Dios", anima Sofía.
Pablo J. Ginés
Fuente: ReL