El
Papa Pío XI me proclamó
Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de canonización en
1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Mi
fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto
Dominio público |
De
mi infancia puedo deciros que crecí en el seno de una familia de hondas raíces
cristianas. Éramos once hermanos, criados y educados con mucho amor.
Muy
jovencita, como era costumbre en la época, me trasladé a la Corte de la reina
Isabel, hija de D. Juan, príncipe de Portugal, al casarse ésta con D. Juan II,
rey de Castilla. Permanecí en la corte de Tordesillas, como dama de la reina
varios años.
Mis
biógrafos, que me miran con buenos ojos, decían que era muy hermosa, “la dama
más bella de la corte de Castilla”. Quizás no era consciente de ello pero mi
belleza atraía las miradas de todos y despertaba cierta admiración en quienes
me trataban. Cierto es que muchos nobles caballeros me pidieron en matrimonio,
pero yo tenía las miras en otro caballero, pero de eso os hablaré más adelante.
Creo
que por ello, la Reina, pudo contemplar en mí una rival en su matrimonio. Dicen
que sus celos le llevaron a encerrarme. Solo sé que un día de forma inesperada
para mí, me encontré dentro de un cofre en un rincón del castillo.
En
medio de la oscuridad me encomendé con todo el corazón a la Virgen María. Pude
verla, no sé si con mis propios ojos o los de la fe. Iba vestida de hábito
blanco y manto azul y el niño Jesús en brazos. Me habló, o al menos yo pude
escuchar sus palabras de ánimo y su consuelo. Me hizo un encargo que desde
entonces no olvidé: fundar una Orden dedicada a la honra del misterio de su
Inmaculada Concepción. El hábito de las monjas sería el mismo que ella lucía,
blanco y azul. No pude sino ofrecerme como su servidora y consagrarme a ella.
La Reina de cielo me libró de aquella prisión.
Al
cabo de tres días salí de allí como si nada hubiera pasado. Abandoné la corte e
ingresé, como seglar o señora de piso, en el Monasterio dominico de Santo
Domingo el Real. Estuve en este retiro por espacio de treinta años, durante los
cuales permanecí con el rostro cubierto siempre con un velo, no sólo como
penitencia sino, sobre todo, en señal de una total consagración a mi Señor.
Esperaba
así la hora de poder llevar a cabo la misión que me había encomendado mi
Señora, la Virgen Inmaculada. Llegó el año 1884. Fue un año grato para mi e
inolvidable. Abandoné el Monasterio de Santo Domingo y con algunas compañeras,
pasamos a una casa llamada Palacios de Galiana, junto a la muralla norte de
Toledo, un regalo donado por la Reina Isabel. Sí, Isabel la Católica. Nos unía
una cierta amistad. Fue muy generosa. También nos concedió la capilla adjunta,
dedicada a Santa Fe, una santa de origen francés.
Durante
cinco años vivimos en Santa Fe. No profesamos en ninguna orden religiosa, ni
vivíamos bajo ninguna regla aprobada por la Iglesia. Fue una experiencia nueva
dentro del monacato femenino de aquella época. Finalmente a petición mía y de
la Reina Isabel, nuestra valedora, el 30 de abril de 1489, conseguimos del Papa
Inocencio VIII la aprobación de un Monasterio dedicado a la Concepción de la
Bienaventurada Virgen María. Era el comienzo de un camino, un divino camino.
Quiso el Señor llamarme a su lado antes de empezar a caminar por él, o quizás
ya había comenzado. Antes de marchar hacia el año 1492 pude profesar en
presencia de mis hermanas y el obispo de Toledo.
El
monasterio no desapareció. La Comunidad, a pesar de muchas dificultades
continuó fiel a nuestros primeros proyectos. La perseverancia de las primeras
hermanas y el apoyo de la Orden franciscana que nos acompañó desde los
comienzos, dio como resultado el crecimiento de la Orden desde Toledo a otros
lugares del Reino. Por fin, el 17 de septiembre de 1511 obtuvimos regla propia.
A mediados del s. XVI, la Orden de la Concepción de la bienaventurada Virgen
María, llegó hasta el Nuevo mundo.
El
Papa Pío XI confirmó el culto inmemorial que muchos me tributaron y me proclamó
Beata el 28 de julio de 1926. Más tarde, reanudada la causa de canonización en
1950 por Pío XII, Pablo VI me canonizó solemnemente el 3 de octubre de 1976. Mi
fiesta litúrgica se celebra el día 17 de agosto.
Soy
conocida en la historia como “la dama del rostro velado” y “la mujer del
silencio”. Espero que hayáis disfrutado con esta breve historia de mi vida que
os he compartido. Ahora son mis hijas, extendidas por todo el mundo quienes
hacen presente el Carisma que un día el Espíritu Santo me inspiró.
Fuente:
ACI