Lo pintan con su bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus llagas y con su perro al lado, ofreciéndole el pan
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Este
santo se ha hecho famoso en el mundo por los grandes favores que consigue a
favor de pobres y enfermos. Su popularidad ha sido verdaderamente
extraordinaria cuando a pueblos o regiones han llegado pestes o epidemias,
porque consigue librar de la enfermedad y del contagio a muchísimos de los que
se encomiendan a él. Quizás él pueda librarnos de epidemias peligrosas.
San
Roque nació en Montpellier, de una familia sumamente rica. Muertos sus padres,
él vendió todas sus posesiones, repartió el dinero entre los pobres y se fue
como un pobre peregrino hacia Roma a visitar santuarios.
Y
en ese tiempo estalló la peste de tifo y las gentes se morían por montones por
todas partes. Roque se dedicó entonces a atender a los más abandonados. A
muchos logró conseguirles la curación con sólo hacerles la señal de la Santa
Cruz sobre su frente. A muchísimos ayudó a bien morir, y él mismo les hacía la
sepultura, porque nadie se atrevía a acercárseles por temor al contagio. Con
todos practicaba la más exquisita caridad. Así llegó hasta Roma, y en esa
ciudad se dedicó a atender a los más peligrosos de los apestados. La gente decía
al verlo: "Ahí va el santo".
Y
un día mientras atendía a un enfermo grave, se sintió también él contagiado de
la enfermedad. Su cuerpo se llenó de manchas negras y de úlceras. Para no ser
molesto a nadie, se retiró a un bosque solitario, y en el sitio donde él se
refugió, ahí nació un aljibe de agua cristalina, con la cual se refrescaba.
Y
sucedió que un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada
día un pan de la mesa de su amo e irse al bosque a llevárselo a Roque. Después
de varios días de repetirse el hecho, al dueño le entró curiosidad, y siguió
los pasos del perro, hasta que encontró al pobre llaguiento, en el bosque.
Entonces se llevó a Roque a su casa y lo curó de sus llagas y enfermedades.
Apenas
se sintió curado dispuso el santo volver a su ciudad de Montpellier. Pero al
llegar a la ciudad, que estaba en guerra, los militares lo confundieron con un
espía y lo encarcelaron. Y así estuvo 5 años en la prisión, consolando a los
demás prisioneros y ofreciendo sus penas y humillaciones por la salvación de
las almas.
Y
un 15 de agosto, del año 1378, fiesta de la Asunción de la Virgen Santísima,
murió como un santo. Al prepararlo para echarlo al ataúd descubrieron en su
pecho una señal de la cruz que su padre le había trazado de pequeñito y se
dieron cuenta de que era hijo del que había sido gobernador de la ciudad. Toda
la gente de Montpellier acudió a sus funerales, y desde entonces empezó a
conseguir de Dios admirables milagros y no ha dejado de conseguirlos por
montones en tantos siglos.
Lo
pintan con su bastón y sombrero de peregrino, señalando con la mano una de sus
llagas y con su perro al lado, ofreciéndole el pan.
Fuente: EWTN