LA ASUNCIÓN DE SANTA MARÍA VIRGEN
Dominio público |
II. Desde el Cielo, la Virgen
Santísima intercede y cuida de sus hijos.
III. La Asunción de Nuestra Señora,
esperanza de nuestra resurrección gloriosa.
«Por aquellos días,
María se levantó, y marchó deprisa a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró
en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y en cuanto oyó Isabel el saludo de
María, el niño saltó de gozo en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu
Santo; y exclamando en voz alta, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito
es el fruto de tu vientre.
¿De dónde a mí tanto bien, que venga la madre de mi
Señor a visitarme? Pues en cuanto llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de
gozo en mi seno; y bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán las
cosas que se te han dicho de parte del Señor. María dijo: Mi alma glorifica al
Señor, y mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador: porque ha puesto los ojos
en la humildad de su esclava; por eso desde ahora me llamarán bienaventurada
todas las generaciones. Porque ha hecho en mí cosas grandes el Todopoderoso,
cuyo nombre es Santo, cuya misericordia se derrama de generación en generación
sobre los que le temen. Manifestó el poder de su brazo, dispersó a los soberbios
de corazón. Derribó a los poderosos de su trono y ensalzó a los humildes. Colmó
de bienes a los hambrientos, y a los ricos los despidió sin nada. Acogió a
Israel su siervo, recordando su misericordia, según había prometido a nuestros
padres, a Abrahán y a su descendencia para siempre. María permaneció con ella
unos tres meses, y se volvió a su casa». (Lucas 1, 39-56)
I. Pondré enemistad entre
ti y la mujer y entre tu linaje y el suyo. Aparece así la Virgen Santa María
asociada a Cristo Redentor en la lucha y en el triunfo sobre Satanás. Es el
plan divino que la Providencia tenía preparado desde la eternidad para
salvarnos. Éste es el anuncio del primer libro de la Sagrada Escritura, y en el
último volvemos a encontrar esta portentosa afirmación: Apareció en el cielo
una gran señal: una mujer vestida de sol, la luna por pedestal, coronada con
doce estrellas. Es la Virgen Santísima, que entra en cuerpo y alma en el Cielo
al terminar su vida entre nosotros. Y llega para ser coronada como Reina del Universo,
por ser Madre de Dios. Prendado está el rey de tu belleza, canta el Salmo
responsorial.
El
Apóstol San Juan, que seguramente fue testigo del tránsito de María -el Señor
se la había confiado, y no iba a estar ausente en esos momentos...-, nada nos
dice en su Evangelio de los últimos instantes de Nuestra Madre aquí en la
tierra. El que con tanta claridad y fuerza nos habló de la muerte de Jesús en
el Gólgota calla cuando se trata de Aquella de quien cuidó como a su madre y
como a la Madre de Jesús y de todos los hombres. Exteriormente, debió de ser
como un dulce sueño: «salió de este mundo en estado de vigilia», dice un
antiguo escritor, en plenitud de amor. «Terminado el curso de su vida terrena,
fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial».
Allí
la esperaba su Hijo, Jesús, con su cuerpo glorioso, como Ella lo había
contemplado después de la Resurrección. Con su divino poder, Dios asistió la
integridad del cuerpo de María y no permitió en él la más pequeña alteración,
manteniendo una perfecta unidad y completa armonía del mismo. Consiguió Nuestra
Señora, «como supremo coronamiento de sus prerrogativas, verse exenta de la
corrupción del sepulcro y, venciendo a la muerte -como antes la había vencido
su Hijo-, ser elevada en cuerpo y alma a la gloria celestial». Es decir, la
armonía de los privilegios marianos postulaba su Asunción a los Cielos.
Muchas
veces hemos contemplado este privilegio de Nuestra Señora en el Cuarto misterio
de gloria del Santo Rosario: «Se ha dormido la Madre de Dios (...). Pero Jesús
quiere tener a su Madre, en cuerpo y alma, en la Gloria. -Y la Corte celestial
despliega todo su aparato, para agasajar a la Señora. -Tú y yo -niños, al fin-
tomamos la cola del espléndido manto azul de la Virgen, y así podemos
contemplar aquella maravilla.
»La
Trinidad beatísima recibe y colma de honores a la Hija, Madre y Esposa de
Dios... -Y es tanta la majestad de la Señora, que hace preguntar a los Angeles:
¿Quién es Ésta?». Nosotros nos alegramos con los ángeles, llenos también de
admiración, y la felicitamos en su fiesta. Y nos sentimos orgullosos de ser
hijos de tan gran Señora.
Con
frecuencia, la piedad popular y el arte mariano han representado a la Virgen,
en este misterio, llevada por los ángeles y aureolada de nubes. Santo Tomás ve
en estas intervenciones angélicas hacia quienes han dejado la tierra y se
encaminan ya al Cielo, la manifestación de reverencia que los Angeles y todas
las criaturas tributan a los cuerpos gloriosos. En el caso de Nuestra Señora,
todo lo que podamos imaginar es bien poco.
Nada,
en comparación a como debió de suceder en la realidad. Cuenta Santa Teresa que
vio una vez la mano, sólo la mano, glorificada de Nuestro Señor, y decía
después la Santa que, junto a ella, quinientos mil soles claros, reflejándose
en el más limpio cristal, eran como noche triste y muy oscura. ¿Cómo sería el
rostro de Cristo, su mirada...? Un día, si somos fieles, contemplaremos a Jesús
y a Santa María, a quienes tantas veces hemos invocado en esta vida.
II. Hoy ha sido llevada al
Cielo la Virgen, Madre de Dios; Ella es figura y primicia de la Iglesia que un
día será glorificada; Ella es consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía
peregrino en la tierra.
Miremos
a Nuestra Señora, Asunta ya en los Cielos. «Y así como el viajero, haciendo
pantalla con su mano para contemplar algún vasto panorama, busca en los
alrededores alguna figura humana que le permita darse una idea de aquellos
parajes, así nosotros, que miramos hacia Dios con ojos deslumbrados,
identificamos y damos la bienvenida a una figura puramente humana, que está al
lado de su trono. Un navío ha terminado su periplo, un destino se ha cumplido,
una perfección humana ha existido. Y al mirarla vemos a Dios más claro, más
grande, a través de esa obra maestra de sus relaciones con la humanidad».
Todos
los privilegios de María tienen relación con su Maternidad y, por tanto, con
nuestra redención. María, Asunta a los Cielos, es imagen y anticipo de la
Iglesia que se encuentra aún en camino hacia la Patria. Desde el Cielo «precede
con su luz al Pueblo peregrino como signo de esperanza cierta hasta que llegue
el día del Señor». «Con el misterio de la Asunción a los cielos, se han
realizado definitivamente en María todos los efectos de la única mediación de
Cristo Redentor del mundo y Señor resucitado (...).
En
el misterio de la Asunción se expresa la fe de la Iglesia, según la cual María
"está también íntimamente unida" a Cristo». Ella es la seguridad y la
prueba de que sus hijos estaremos un día con nuestro cuerpo glorificado junto a
Cristo glorioso. Nuestra aspiración a la vida eterna cobra alas al meditar que
nuestra Madre celeste está allí arriba, nos ve y nos contempla con su mirada
llena de ternura. Con más amor, cuanto más necesitados nos ve. «Realiza aquella
función, propia de la madre, de mediadora de clemencia en la venida
definitiva».
Ella
es gran valedora nuestra ante el Altísimo. Es verdad que la vida en la tierra
se nos presenta como valle de lágrimas, porque no faltan los sacrificios, las
penalidades (sobre todo, nos falta el Cielo). Pero, a la vez, el Señor nos da
muchas alegrías y tenemos la esperanza de la Gloria para caminar con optimismo.
Entre esos motivos de contento, está Santa María. Ella es vida, dulzura y
esperanza nuestra: el cariño de la Madre se hace sentir en la vida del
cristiano. Vuelve a nosotros esos tus ojos misericordiosos, le decimos. Los
ojos de Santa María, como los de su Hijo, son de misericordia, de compasión.
Nunca deja de dar una mano a quien acude a su amparo: Jamás se ha oído decir
que ninguno de los que han acudido a vuestra protección... Procuremos buscar
más la intercesión de la Virgen, de la Reina de cielos y tierra. Acudamos al
Refugio de los pecadores; y le diremos: muéstranos a Jesús, que es lo que más
necesitamos.
¡Qué
seguridad, qué alegría posee el alma que en toda circunstancia se dirige a la
Santísima Virgen con la sencillez y la confianza de un hijo con su madre! «Como
un instrumento dócil en manos del Dios excelso escribe un Padre de la Iglesia,
así desearía yo estar sujeto a la Virgen Madre, íntegramente dedicado a su
servicio. Concédemelo, Jesús, Dios e Hijo del hombre, Señor de todas las cosas
e Hijo de tu Esclava (...).
Haz
que yo sirva a tu Madre de modo que Tú me reconozcas por servidor; que Ella sea
mi soberana en la tierra de modo que Tú seas mi Señor por toda la eternidad».
Pero hemos de examinar cómo es nuestro trato diario con Ella. «Si estás
orgulloso de ser hijo de Santa María, pregúntate: ¿cuántas manifestaciones de
devoción a la Virgen tengo durante la jornada, de la mañana a la noche?»: el
Angelus, el Santo Rosario, las tres Avemarías de la noche...
III. Dichoso el vientre de
María, la Virgen, que llevó al Hijo del eterno Padre.
La
Asunción de María es un precioso anticipo de nuestra resurrección y se funda en
la resurrección de Cristo, que reformará nuestro cuerpo corruptible
conformándolo a su cuerpo glorioso. Por eso nos recuerda también San Pablo en
la Segunda lectura de la Misa: si la muerte llegó por un hombre (por el pecado
de Adán), también por un hombre, Cristo, ha venido la resurrección. Por Él,
todos volverán a la vida, pero cada uno a su tiempo: primero Cristo como
primicia; después, cuando Él vuelva, todos los cristianos; después los últimos,
cuando Cristo devuelva a Dios Padre su reino...
Esa
venida de Cristo, de la que habla el Apóstol, «¿no debía acaso cumplirse, en
este único caso (el de la Virgen) de modo excepcional, por decirlo así,
"inmediatamente", es decir, en el momento de la conclusión de la vida
terrestre? (...). De ahí que ese final de la vida que para todos los hombres es
la muerte, en el caso de María la Tradición lo llama más bien dormición.
»Assumpta
est Maria in caelum, gaudent Angeli! Et gaudet Ecclesia! Para nosotros, la
solemnidad de hoy es como una continuación de la Pascua, de la Resurrección y
de la Ascensión del Señor. Y es, al mismo tiempo, el signo y la fuente de la
esperanza de la vida eterna y de la futura resurrección».
La
Solemnidad de hoy nos llena de confianza en nuestras peticiones. «Subió al
Cielo nuestra Abogada, para que, como Madre del Juez y Madre de Misericordia,
tratara los negocios de nuestra salvación». Ella alienta continuamente nuestra
esperanza. «Somos aún peregrinos, pero Nuestra Madre nos ha precedido y nos
señala ya el término del sendero: nos repite que es posible llegar y que, si
somos fieles, llegaremos. Porque la Santísima Virgen no sólo es nuestro
ejemplo: es auxilio de los cristianos. Y ante nuestra petición -Monstra te esse
Matrem (Himno litúrgico Ave maris stella)-, no sabe ni quiere negarse a cuidar
de sus hijos con solicitud maternal (...).
»Cor
Mariae Dulcissimum, iter para tutum; Corazón dulcísimo de María, da fuerza y
seguridad a nuestro camino en la tierra: sé tú misma nuestro camino, porque tú
conoces la senda y el atajo cierto que llevan, por tu amor, al amor de Jesucristo».
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org