ALEGRÍA Y GENEROSIDAD
II. El Señor pasa y pide.
III. La tristeza hace mucho daño al alma. Buscar
la alegría a través de la generosidad.
“En esto se le acercó
uno y le dijo: «Maestro, ¿qué he de hacer de bueno para conseguir vida eterna?»
Él le dijo: «¿Por qué me preguntas acerca de lo bueno? Uno solo es el Bueno.
Mas si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos.» «¿Cuáles?» - le dice
él.
Y Jesús dijo: «No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no
levantarás falso testimonio, honra a tu padre y a tu madre, y amarás a tu
prójimo como a ti mismo.» Dícele el joven: «Todo eso lo he guardado; ¿qué más
me falta?» Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, anda, vende lo que tienes y
dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los cielos; luego ven, y sígueme.»
Al oír estas palabras, el joven se marchó entristecido, porque tenía muchos
bienes” (Mateo 19,16-22).
I. Los planes de Dios no coinciden
generalmente con los nuestros, con los que proyectamos en la imaginación, con
aquellos que fabrica la vanidad o el egoísmo. Los planes divinos, formados
desde la eternidad para nosotros, son los más bellos que nunca pudimos
imaginar, aunque algunas veces nos desconcierten. Jesús nos invita a dejar
libre el corazón para llenarlo todo de Dios, y nuestra alegría es fruto de la
generosidad, de responder a las sucesivas llamadas que a cada uno en su estado
dirige Cristo que pasa.
La
vida se llena de gozo y de paz en esa disponibilidad absoluta ante la voluntad
de Dios que se manifiesta en momentos bien precisos de nuestra existencia;
quizá ahora mismo. Una vez que alguien ha sentido posarse sobre él la mirada
del Señor, ya nunca la olvida, ya no es posible vivir como antes: a Jesús se le
sigue o se le pierde.
II. Nosotros nos
entristecemos cuando nos negamos a entregar nuestra libertad a Dios, como en la
parábola del joven rico del Evangelio de hoy (Mateo, 19, 16-22) Libertad que,
si no nos sirve para llegar a la meta, a Cristo que pasa por nuestra vida, de
poco habrá de servirnos. La tristeza nace en el corazón como una planta dañina
cuando nos alejamos de Cristo, cuando le negamos aquello que de una vez, o poco
a poco, nos va pidiendo, cuando nos falta generosidad.
Puede
haber enfermedad, puede haber cansancio, pero la tristeza del corazón es
distinta; en su origen encontramos siempre la soberbia y el egoísmo. “Hay que
saber entregarse, arder delante de Dios como esa luz que se pone sobre el
candelero, para iluminar a los hombres que andan en tinieblas; como esas
lamparillas que se quedan junto al altar, y se consumen alumbrando hasta
gastarse” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)
III. La tristeza hace mucho
daño al alma, un alma triste está a merced de muchas tentaciones. ¡Cuántos
pecados han tenido su origen en la tristeza! ¡Cuántos ideales ha roto! “Luz,
para que investigues en los motivos de tu tristeza” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER,
Camino) Siempre podemos crecer en alegría, si estamos buscando seriamente al Señor
en lo que cada día nos sucede, en la oración, en el empeño por mantener la
presencia de Dios.
Examinemos
nuestra generosidad con los demás, y nos preguntamos: ¿me preocupo
excesivamente de mí mismo, de mis cosas, de mi salud, de mi futuro, de mis
pequeñeces? Muchas personas pueden encontrar a Dios a través de nuestra
alegría. Santa María, Causa de nuestra alegría, ruega por nosotros.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org