Al comienzo de este milenio, san Juan Pablo II exhortó al «fortalecimiento de la fe» como objetivo prioritario de la Iglesia (TMA 40).
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Dominio público |
En 2013, el
papa Francisco publicó su primera encíclica, Lumen Fidei, para «recuperar el
carácter luminoso propio de la fe, pues cuando su llama se apaga, todas las
otras luces acaban languideciendo. Y es que la característica propia de la fe
es la capacidad de iluminar toda la existencia del hombre» (LF 4). La fe
aparece en la preocupación de los últimos papas, lo cual es comprensible porque
la misión de la Iglesia es mantener la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios
encarnado.
Cuando Pedro
confiesa la fe en Cesarea de Filipo es alabado por Jesús porque ha recibido la
revelación de Dios. Y mantener viva la fe es la preocupación mayor de san Pablo
que dice de sí mismo: «he conservado la fe» (2 Tim 4,7). En el evangelio de hoy
leemos el pasaje del milagro de Jesús andando sobre el agua. Este milagro no es
un exhibicionismo de Jesús para mostrar su poder. Sucede después de multiplicar
los panes y peces y pasar la noche en oración. «Mientras tanto, dice el
evangelista, la barca iba muy lejos de tierra, sacudida por las olas, porque el
viento era contrario».
La tempestad se
levanta mientras Jesús oraba. No es accidental este dato. Sitúa el milagro de
Jesús en el contexto de su oración al Padre, como queriendo decir que el Señor
siempre tiene presente a su Iglesia, la barca de Pedro. Cuando éste pide a
Jesús que, si realmente es él quien camina sobre el agua, le mande ir hacia él,
Jesús le ordena hacerlo: «Ven». Y así fue, Pedro comenzó a caminar, pero la
fuerza del viento y el miedo provocaron que se fuera hundiendo.
Entonces gritó:
«Señor, sálvame». Y Jesús extendió su mano, lo agarró y le dijo: «¡Hombre de
poca fe! ¿por qué has dudado?» (Mt 14,31). En varias ocasiones Jesús reprocha a
sus seguidores la falta de fe que les impide hacer obras grandes y alcanzar de
Dios los dones deseados. Por falta de fe, Jesús no hace milagros; por el
contrario, cuando la fe es grande, Jesús hace lo que le piden.
En realidad,
creer o no creer es el dilema del hombre y de la iglesia. Quien cree se salva;
quien se niega a creer, se condena a sí mismo. Por eso, la súplica que Pedro
dirige a Jesús —«Señor, sálvame»— representa el anhelo del hombre que, ante la
impotencia de salvarse a sí mismo, grita a quien puede hacerlo. Nuestro mundo
actual está marcado por la increencia. Occidente, de modo especial, ha dado la
espalda a Dios.
El papa
Francisco ha dicho que Europa ha pasado de la «tradición» a la «traición» por
haber renunciado a sus fundamentos cristianos. La autosuficiencia de que el
hombre se basta a sí mismo para salvarse y construir un mundo justo y solidario
ha resultado un fracaso siempre que el hombre ha pretendido ocupar el lugar de
Dios. Y así será en el futuro.
La imagen de
Pedro hundiéndose en el mar demuestra la debilidad de su fe y la necesidad de
Cristo. Urge, por tanto, fortalecer la fe, trasmitirla a las nuevas
generaciones y situarla en el centro de las prioridades de la iglesia. Solo
así, la oración de Jesús en la soledad del monte podrá mantener la barca de
Pedro en medio de las tempestades y el hombre tendrá la certeza de ser
escuchado cuando diga: «Señor, sálvame».
César Franco
Obispo de Segovia.
Fuente: Diócesis de Segovia