Eduardo Pérez Orenes será ordenado este sábado en la diócesis de Cartagena (España). Su experiencia es la de un joven al que Dios fue llamando a través de su pasión por la música
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Eduardo Pérez Orenes. Diócesis de Cartagena |
Eduardo Pérez Orenes es tenor. Su vida ha
estado siempre muy unida a la música y ese fue precisamente el camino en el que
encontró a Dios. La música… y un libro de Chesterton.
Mañana sábado, a las 11 de la mañana (hora
española), Eduardo será ordenado en la iglesia parroquial de Nuestra
Señora de Cortes de Nonduermas (Murcia). Es la conclusión de un viaje personal
que este joven emprendió a través del canto, sin saber que le conduciría a
Dios.
«Toto corde meo quaero te».
(Yo te busco de todo corazón).
Salmo 119: 10
Eduardo nació en un pequeño pueblo de
Murcia, Ermita de Burgos. Allí viven poco más de 400 personas. Su
entorno, como el de muchas familias españolas, no era practicante aunque sí
conservaba ciertas costumbres cristianas: «No he crecido en una familia de fe,
pero me bautizaron -explica- e hice la primera comunión; después no volví
a la Iglesia hasta los 23 años», explica en una entrevista difundida por la
Delegación Episcopal de Medios de Comunicación Social de la Diócesis de Murcia.
Solo iba a la iglesia por los conciertos
Enseguida despertó su interés por la
música. Tanto es así que comenzó los estudios en el Conservatorio Superior
de Murcia y llegó a participar hasta en doce coros a la vez. El canto le
apasionaba, especialmente la música sacra, la música antigua y el canto
gregoriano. Así, se encontró con que «no iba a la iglesia por fe, pero sí a dar
conciertos».
Dios tenía preparado ese camino, de forma
que Eduardo fuera experimentando la sed de eternidad: «Lo más bello que cantaba
se magnificaba cuando estaba en el contexto», explica. Se producía así en él lo
que tantas veces ha manifestado el papa Benedicto XVI:
«La música puede abrir las mentes y los
corazones a la dimensión del espíritu y lleva a las personas a levantar la
mirada hacia lo Alto, a abrirse al Bien y a la Belleza absolutos, que tienen en
Dios su fuente última.»
Discurso, 29.04.10
Las celebraciones litúrgicas le parecían
«una cosa espléndida» y cuando actuaba en ellas, aunque no fuera católico
practicante, recuerda que deseaba que lo que estaba cantando se convirtiera en
una expresión real, donde toda la belleza de los textos se hiciera vida en él:
«Fue un anhelo aquello que yo sentía, pero, evidentemente, la fe es un regalo»,
dice.
Solo preocupado por el éxito
Con los años, la afición a la música se
convirtió en carrera profesional y en vida de artista. Eduardo escogió entonces
-según él mismo apunta- la agitación, las extravagancias y triunfos como la
meta de su vida. Él mismo reconoce que en aquella etapa apreciaba el arte, la
belleza y la música, pero solo se buscaba a sí mismo:
«Siempre estaba aspirando a algo más y,
cuando el corazón se te vuelve tan ambicioso, todo y todos se convierten en
herramientas para seguir consiguiendo más de lo que ya tienes. Todo tenía que
girar en torno a mí y a mi carrera exitosa, el prestigio y la fama. Ya no
quería a nadie y no era capaz de ver que ese estilo de vida me podría dejar
solo.»
Estando en aquel momento vital, a Eduardo
le ocurrió algo que ahora agradece profundamente: «Unos buenos amigos me
salvaron de mi egoísmo».
Lejos y cerca al mismo tiempo
Es así como un buen día, explica, alguien
le hizo llegar un libro de Chesterton, el periodista y escritor católico converso. Las páginas de aquel libro
trastocaron sus planes. Le aportaron luz para descubrir que iba a encontrar la
felicidad en lo que tenía muy cerca, la música, porque la música estaba unida a
Dios. El que es Amor Infinito e Inagotable le había estado esperando mientras
él andaba cerca y lejos de Él.
Eduardo explica lo que sintió entonces:
«Cuando uno sale, necesita volver a sus
raíces. Para mí fue un shock darme cuenta de que esa manera de vivir en el amor
y lo mejor de la humanidad lo había dado la Iglesia, como una madre que da lo
mejor a sus hijos».
Vio con claridad que debía regresar a Dios,
confesarse, volver a la catequesis para conocer mejor la fe y practicarla.
Quiso recibir la confirmación. El canto se volvió maravilloso pero pasó a un
segundo plano: Dios le llamaba a profundizar en la oración y a hacer apostolado
para acercar a otras personas a la fe, sobre todo a las que no habían tenido
oportunidad de conocer el inmenso amor de Dios y de la Iglesia.
Así llegó el momento en que Dios le llamó a
una nota más alta.
«Hasta entonces, en mi entorno nadie me
había hablado de Dios y yo tenía sed de descubrir más», dice. Así comenzó a
plantearse ya la vocación a sacerdote.
Dar la vida por los demás
Terminaba el Grado en Canto cuando Eduardo
tomó la decisión de entrar en el seminario. Quería poner en orden sus ideas,
pero ya desde el primer momento lo tuvo claro: «Vi que este era el mejor lugar
donde poner al servicio de los demás, como sacerdote, los dones que Dios me
había dado».
Además de encontrar en el seminario a
jóvenes con sus mismas inquietudes, con la formación ha podido descubrir y
avanzar en su deseo de amar a los demás desde lo cotidiano y ha palpado la
importancia de estar cercano a los problemas de otros.
Eduardo será hoy sábado ordenado
sacerdote in aeternum (un sacramento que deja una huella que ya nunca
se borra) en la parroquia de El Salvador de Caravaca de la Cruz. A partir de
ahora quiere seguir al Señor haciendo suyo un lema que es un versículo del
Evangelio de San Juan: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por
sus amigos» (Jn 15,13). Esta elección –él mismo lo explica– se debe a que desde
que entró en el seminario, siente una llamada a que su vida sea ofrecida por
todos los que no creen en su entorno, por todos aquellos que aún no han
descubierto la fe.
Dolors Massot
Fuente: Aleteia