![]() |
Lou. Dominio público |
Esto distaba mucho de ser
así hace unos años. Antes de contar su historia, Lou nos advierte: «Tengo un
vacío de 10 años en mi vida. Estuve en la DASS [la entidad gubernamental
francesa encargada del bienestar infantil en aquella época], violado,
quemado, golpeado. Supe mi edad y mi apellido a los 11 años. Aprendí a
leer y escribir a los 25».
Aunque llegó a la
localidad costera de Les Sables-d'Olonne hace 24 años, Lou había trabajado
antes «en la vida nocturna» durante más de 30 años, desempeñando diversos
trabajos en seguridad y como camarero. Durante este periodo, descubrió el budismo,
sin identificarse realmente con él.
Su primera Biblia
Mientras
hacía malabarismos con trabajos esporádicos, conoció por
casualidad al antiguo obispo de Versalles, monseñor Jean-Charles Thomas [fallecido
en 2023], que solía tomar su café matutino donde Lou trabajaba de vez en
cuando: «Fue en 2004 o 2005. Le conté mi vida y él me habló de Cristo.
Me dio mi primera Biblia». Hablaban regularmente de lo que Lou descubría en la
Biblia, en el Antiguo y el Nuevo Testamento; de lo que le conmovía, pero
también de lo que le repugnaba.
Pasó el tiempo sin que Lou
deseara ir más allá. Un accidente de moto y una «caída de 30 metros» de la que
salió ileso, volvieron a desafiarle. «Es extraño, pero en ese momento sentí
que dos manos me ponían en el suelo», admite, casi avergonzado.
Esta sensación la describió en el hospital justo después de su accidente, que
derivó en una resonancia magnética y un seguimiento psicológico para asegurarse
de que no le quedaban secuelas. Pero no. Nada. Acabó trasladándose al
departamento de Vendée, llevando aún consigo esta Biblia que releía de vez en
cuando.
Seis meses de vida
A lo largo de los años
conoció a varios católicos que trabajaban en la diócesis. También descubrió los
libros del P. Guy Gilbert, «el cura de los jóvenes matones», que le
fascinaron. Le dieron una nueva perspectiva sobre la Iglesia y sus diversos
miembros. «Gente destrozada como yo», dice con una sonrisa.
Hace dos años, decidió
pedir el bautismo, dar el paso que nunca antes se había atrevido a dar. Pero
sus pruebas no habían terminado. Lou se encontraba entonces en un estado
de transición de género. «Me siento como una mujer en un cuerpo de
hombre», confiesa. Cuando escribió al obispo de Luçon para pedir el bautismo,
el obispo François Jacolin le respondió que primero debía
«averiguar quién es».
Era una respuesta que no
esperaba y que le sorprendió. Al mismo tiempo, el tratamiento al que se estaba
sometiendo para su transición le «estaba destruyendo el hígado». «Mi
endocrino me pronosticó que, si seguía por este camino, me quedarían unos
seis meses de vida», prosigue.
«Vivir. Quiero vivir»
Durante una peregrinación
a Lourdes con la diócesis, el obispo Jacolin le preguntó: «¿Qué quieres
hacer?». Y Lou respondió: «Vivir. Quiero vivir». El obispo le preguntó
qué significaba eso, qué opciones tenía que tomar. «Espero no equivocarme, pero
creo que el hecho de que mi hígado se rindiera fue también una señal de que
ese no era el camino para mí. Tuve la impresión de que Dios me
invitaba a quedarme en mi cuerpo y a vivir», dijo. Entonces llamó a su
endocrino y detuvo el proceso. «No me arrepiento de nada. Pude elegir entre dos
caminos, el de la luz y el de las tinieblas. Tomé el camino de la luz»,
subraya.