LOU, UN HOMBRE QUE FRENÓ SU CAMBIO DE GÉNERO, A PUNTO DE BAUTIZARSE: «DIOS ME INVITABA A QUEDARME EN MI CUERPO Y VIVIR»

«Pude elegir entre dos caminos, el de la luz y el de las tinieblas. Tomé el camino de la luz», confiesa este francés que se incorporará a la Iglesia en la próxima vigilia pascual

Lou. Dominio público
Lou lo dice sin rodeos: es un «alma dañada». A sus 57 años, está a punto de bautizarse la noche de Pascua en la diócesis francesa de Luçon (en la costa occidental de Francia). «Ahora puedo decir que estoy en paz conmigo mismo, con mi cuerpo, con mi mente. Simplemente me siento bien», reconoce a Aleteia.

Esto distaba mucho de ser así hace unos años. Antes de contar su historia, Lou nos advierte: «Tengo un vacío de 10 años en mi vida. Estuve en la DASS [la entidad gubernamental francesa encargada del bienestar infantil en aquella época], violado, quemado, golpeado. Supe mi edad y mi apellido a los 11 años. Aprendí a leer y escribir a los 25».

Aunque llegó a la localidad costera de Les Sables-d'Olonne hace 24 años, Lou había trabajado antes «en la vida nocturna» durante más de 30 años, desempeñando diversos trabajos en seguridad y como camarero. Durante este periodo, descubrió el budismo, sin identificarse realmente con él.

Su primera Biblia

Mientras hacía malabarismos con trabajos esporádicos, conoció por casualidad al antiguo obispo de Versalles, monseñor Jean-Charles Thomas [fallecido en 2023], que solía tomar su café matutino donde Lou trabajaba de vez en cuando: «Fue en 2004 o 2005. Le conté mi vida y él me habló de Cristo. Me dio mi primera Biblia». Hablaban regularmente de lo que Lou descubría en la Biblia, en el Antiguo y el Nuevo Testamento; de lo que le conmovía, pero también de lo que le repugnaba.

Pasó el tiempo sin que Lou deseara ir más allá. Un accidente de moto y una «caída de 30 metros» de la que salió ileso, volvieron a desafiarle. «Es extraño, pero en ese momento sentí que dos manos me ponían en el suelo», admite, casi avergonzado. Esta sensación la describió en el hospital justo después de su accidente, que derivó en una resonancia magnética y un seguimiento psicológico para asegurarse de que no le quedaban secuelas. Pero no. Nada. Acabó trasladándose al departamento de Vendée, llevando aún consigo esta Biblia que releía de vez en cuando.

Seis meses de vida

A lo largo de los años conoció a varios católicos que trabajaban en la diócesis. También descubrió los libros del P. Guy Gilbert, «el cura de los jóvenes matones», que le fascinaron. Le dieron una nueva perspectiva sobre la Iglesia y sus diversos miembros. «Gente destrozada como yo», dice con una sonrisa.

Hace dos años, decidió pedir el bautismo, dar el paso que nunca antes se había atrevido a dar. Pero sus pruebas no habían terminado. Lou se encontraba entonces en un estado de transición de género. «Me siento como una mujer en un cuerpo de hombre», confiesa. Cuando escribió al obispo de Luçon para pedir el bautismo, el obispo François Jacolin le respondió que primero debía «averiguar quién es».

Era una respuesta que no esperaba y que le sorprendió. Al mismo tiempo, el tratamiento al que se estaba sometiendo para su transición le «estaba destruyendo el hígado». «Mi endocrino me pronosticó que, si seguía por este camino, me quedarían unos seis meses de vida», prosigue.

«Vivir. Quiero vivir»

Durante una peregrinación a Lourdes con la diócesis, el obispo Jacolin le preguntó: «¿Qué quieres hacer?». Y Lou respondió: «Vivir. Quiero vivir». El obispo le preguntó qué significaba eso, qué opciones tenía que tomar. «Espero no equivocarme, pero creo que el hecho de que mi hígado se rindiera fue también una señal de que ese no era el camino para mí. Tuve la impresión de que Dios me invitaba a quedarme en mi cuerpo y a vivir», dijo. Entonces llamó a su endocrino y detuvo el proceso. «No me arrepiento de nada. Pude elegir entre dos caminos, el de la luz y el de las tinieblas. Tomé el camino de la luz», subraya.

El próximo 19 de abril, durante la vigilia pascual, el obispo Jacolin le bautizará. Recibir el bautismo «significa estar aún más cerca de Dios», afirma. «Me digo que por fin seré reconocido por Él como su Hijo. No tuve padre y tuve muchos padrastros violentos cuando era joven. No tuve padre, pero le tengo a Él. Cuando hablo con Dios, le hablo como lo haría con el padre que nunca tuve», concluye.
Agnès Pinard Legry
Fuente: El Debate