Cuando estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó: "¿De qué se trata?". "Es que están en la elevación en la Santa Misa". "¡Ah que hermoso momento!", y quedó muerto plácidamente
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Dominio público |
El
Martirologio Romano nos dice que San Pascual Bailón fue un hombre de vida
austera y de maravillosa inocencia. La santa Sede lo proclamó Patrono de los
Congresos Eucarísticos y de las Cofradías del Santísimo Sacramento.
Desde
los 7 años hasta los 24, por 17 años fue pastor de ovejas. Después, alrededor
de los 28 será hermano religioso, franciscano.
Su
más grande amor durante toda la vida fue la Sagrada Eucaristía. Decía el dueño
de la finca en el cual trabajaba como pastor, que el mejor regalo que le podía
ofrecer al Niño Pascual era permitirle asistir algún día entre semana a la
Santa Misa. Desde los campos donde cuidaba las ovejas de su amo, alcanzaba a
ver la torre del pueblo y de vez en cuando se arrodillaba a adorar el Santísimo
Sacramento, desde esas lejanías.
En esos tiempos se acostumbraba que al elevar
la Hostia el sacerdote en la Misa, se diera un toque de campanas. Cuando el
pastorcito Pascual oía la campana, se arrodillaba allá en su campo, mirando
hacia el templo y adoraba a Jesucristo presente en la Santa Hostia.
Un
día otros pastores le oyeron gritar: "¡Ahí viene!, ¡allí está!". Y
cayó de rodillas. Después dijo que había visto a Jesús presente en la Santa
Hostia.
De
niño siendo pastor, ya hacía mortificaciones. Por ejemplo andar descalzo por caminos
llenos de piedras y espinas. Y cuando alguna de las ovejas se pasaba al potrero
del vecino, le pagaba al otro el pasto que la oveja se había comido con el
escaso sueldo que le pagaban.
A
los 24 años pidió ser admitido como hermano religioso entre los franciscanos.
Al principio le negaron la aceptación por su poca instrucción, pues apenas
había aprendido a leer. Y el único libro que leía era el devocionario, el cual
llevaba siempre mientras pastoreaba sus ovejas y allí le encantaba leer
especialmente las oraciones a Jesús Sacramentado y a la Sma. Virgen.
Como
religioso franciscano sus oficios fueron siempre los más humildes: portero,
cocinero, mandadero, barrendero. Pero su gran especialidad fue siempre un amor
inmenso a Jesús en la Santa Hostia, en la Eucaristía. Durante el día, cualquier
rato que tuviera libre lo empleaba para estarse en la capilla, de rodillas con
los brazos en cruz adorando a Jesús Sacramentado. Por las noches pasaba horas y
horas ante el Santísimo Sacramento. Cuando los demás se iban a dormir, él se
quedaba rezando ante el altar. Y por la madrugada, varias horas antes de que
los demás religiosos llegaran a la capilla a orar, ya estaba allí el hermano
Pascual adorando a Nuestro Señor.
Pascual
compuso varias oraciones muy hermosas al Santísimo Sacramento y el sabio
Arzobispo San Luis de Rivera al leerlas exclamó admirado: "Estas almas
sencillas sí que se ganan los mejores puestos en el cielo. Nuestras sabidurías
humanas valen poco si se comparan con la sabiduría divina que Dios concede a
los humildes".
Sus
superiores lo enviaron a Francia a llevar un mensaje. Tenía que atravesar
caminos llenos de protestantes. Un día un hereje le preguntó: "¿Dónde está
Dios?". Y él respondió: "Dios está en el cielo", y el otro se
fue. Pero enseguida el santo fraile se puso a pensar: "¡Oh, me perdí la
ocasión de haber muerto mártir por Nuestro Señor! Si le hubiera dicho que Dios
está en la Santa Hostia en la Eucaristía me habrían matado y sería mártir. Pero
no fui digno de ese honor".
Llegado
a Francia, descalzo, con una túnica vieja y remendada, lo rodeó un grupo de
protestantes y lo desafiaron a que les probara que Jesús sí está en la
Eucaristía. Y Pascual que no había hecho estudios y apenas si sabía leer y
escribir, habló de tal manera bien de la presencia de Jesús en la Eucaristía,
que los demás no fueron capaces de contestarle. Lo único que hicieron fue
apedrearlo.
Hablaba
poco, pero cuando se trataba de la Sagrada Eucaristía, entonces sí se sentía
inspirado por el Espíritu Santo y hablaba muy hermosamente. Siempre estaba
alegre, pero nunca se sentía tan contento como cuando ayudaba a Misa o cuando
podía estarse un rato orando ante el Sagrario del altar.
Pascual
murió en la fiesta de Pentecostés de 1592, el 17 de mayo (la Iglesia celebra
tres pascuas: Pascua de Navidad, Pascua de Resurrección y Pascua de
Pentecostés. Pascua significa: paso de la esclavitud a la libertad). Y parece
que el regalo de Pentecostés que el Espíritu Santo le concedió fue su inmenso y
constante amor por Jesús en la Eucaristía.
Cuando
estaba moribundo, en aquel día de Pentecostés, oyó una campana y preguntó:
"¿De qué se trata?". "Es que están en la elevación en la Santa
Misa". "¡Ah que hermoso momento!", y quedó muerto plácidamente.
Después
durante su funeral, tenían el ataúd descubierto, y en el momento de la
elevación de la Santa Hostia en la misa, los presentes vieron con admiración
que abría y cerraba por dos veces sus ojos. Hasta su cadáver quería adorar a
Cristo en la Eucaristía. Los que lo querían ver eran tantos, que su cadáver lo
tuvieron expuesto a la veneración del público por tres días seguidos.
Fue
declarado santo en 1690
Fuente:
ACI