Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén y que Santa Elena lo trasladó a Roma
Dominio público |
Después
de la Ascensión de Jesús a los cielos, los apóstoles, dóciles a su mandato,
descendieron del monte Olivete y se encerraron en el cenáculo. Jesús les había
dicho que no se alejaran de Jerusalén y que esperaran allí la venida del
Espíritu Santo. Con los apóstoles esperaban también algunas mujeres, y María la
madre de Jesús.
Estaban
encerrados. Orar era la única actividad. Orar y esperar. No tenían fuerzas para
más, hasta que les llegara el aliento de lo alto. Sólo una iniciativa se tomó.
Jesús había elegido doce apóstoles y les había dicho que, a su regreso
glorioso, los doce se sentarían sobre doce tronos para regir las doce tribus de
Israel. Y ahora faltaba un hombre para un trono. Judas Iscariote había
apostatado. Había que buscarle un sustituto.
El
número doce tenía un alto significado místico en la Biblia. Doce como las doce
fuentes de Elim. Como los doce panes de la proposición. Como las doce puertas
de la Jerusalén celestial. Como los doce hijos de Jacob. Como los doce
cimientos de la muralla de Jerusalén. Como las doce piedras preciosas del
pectoral sacerdotal: una sardónica, un topacio y una esmeralda. Un rubí, un
zafiro y un diamante. Un ópalo, un ágata y una amatista. Un crisólito, un ónice
y un jaspe. Doce, número sagrado en Israel.
Los
Hechos de los Apóstoles nos ofrecen la primera alocución pontificia del primer
Papa. Pedro se levantó y dijo: "Hermanos míos, era preciso que se
cumpliese lo que el Espíritu Santo profetizó en la Escritura por boca de David
acerca de Judas, el que guió a los que prendieron a Jesús... En el libro de los
Salmos está escrito: Que su campamento quede desierto y no haya nadie que lo
habite. Y también: Que otro ocupe su cargo".
Luego
continuó: "Hermanos, es preciso que entre los que están en nuestra
compañía desde el principio, es decir, desde el bautismo de Juan hasta el día
en que el Señor Jesús nos dejó para subir a los cielos, escojamos uno para que
sea testigo de su resurrección".
Puestas
estas condiciones, entre las 120 personas que allí se encontraban, dos hombres
parecían cumplirlas perfectamente. Y fueron presentados los dos: José,
apellidado Barsabá, por sobrenombre Justo, y Matías.
Había
que encomendar la elección a Dios. Y como se trataba de dos cosas buenas,
siguiendo una costumbre de Israel, recurrieron a la suerte también. Y rezaron
así: "Señor, Tú que conoces los corazones de los hombres, muéstranos a
cuál de estos dos has elegido para ocupar en el ministerio del apostolado el
puesto dejado por Judas para irse a su lugar. Echaron suertes sobre ellos, y cayó
la suerte sobre Matías y fue uno de los Doce".
Nada
más dicen los Hechos de Matías. Matías fue fiel a la elección. Algunos
escritores antiguos nos lo presentan predicando en Jerusalén, en Judea, en las
orillas del Nilo y en Etiopía, hasta sellar sus palabras con su sangre.
Fuente:
Vida de los Santos