Mikel Azurmendi descubrió a Dios a través de cristianos que vivían su fe |
Sorprendido no por libros, sino por cristianos de vida buena y bella
"Yo, que he buscado la vida buena de manera permanente, no la he encontrado en libros y argumentaciones ilustradas y eso que, militando en asociaciones civiles, esa necesidad se me volvía perentoria. De súbito, hete aquí que ante mis ojos, atónito, me doy de bruces con cristianos de vida buena y bella, una gente nada común que vive un tipo de existencia imitando a Jesús.
Me
causa un hondo estupor que Dios sea una experimentación de vida en el amor del
otro y que el experimento les dé una
alegría como no he visto en ninguna otra parte del mundo en toda mi
vida. Mi encuentro fortuito con una persona y luego otra y otra después, así durante dos
años de investigación, convierte en admiración aquel gran estupor
inicial".
Recuerda
que también Dostoyevski "se convirtió por un
encuentro con personas cristianas en su prisión siberiana, cosa
idéntica a la que le ocurrió a Solzhenitsyn en el gulag. También
un encuentro con personas excelentes les motivó a convertirse a Dios a los
filósofos ateos Maritain y Gabriel
Marcel. Se trata de una emoción que te conmociona hasta llevarte a la admiración
impulsando un proceso racional de cambio absoluto de tus concepciones generales
de la vida. Esta emoción puede ser acústica, como les sucedió al filósofo García Morente escuchando a Berlioz o
a Simone Weil escuchando la infinita
tristeza de un fado portugués".
Azurmendi
empezó a preguntarse por qué esos cristianos parecían tan distintos. Por un
lado, vio que consideraban
que la vida es un don, que se recibe y se reparte de manera gratuita.
Por otro lado, veían al
'otro' siempre como un bien, no como adversario o enemigo. Detrás
estaban los mandatos de Jesús: “la vida es para darla. 'Quien la quiera guardar la perderá', y '¡lo que hagáis a vuestro próximo a mí me lo
hacéis', amadlo como a vosotros mismos. O sea, la vida es para ofrecerla unos a
otros en un servicio gratuito de amor".
Azurmendi
buscaba un fundamento para la vida buena o virtuosa, pero los filósofos
ilustrados sólo le daban preferencias personales más o menos arbitrarias.
"Sólo encontraba 'elija usted lo
que quiera, pero elija'", resume. "Sin embargo, si la
elección es el criterio valorativo de una existencia, ¿qué diferencia hay entre yo y un terrorista? Ninguna, puesto
que ambos elegimos, sólo que cosas diferentes".
Pero
los cristianos proponen un experimento: "elegir abrazarse de por vida al Jesús ese del amor:
la vida es un don y el otro es un bien". Y Azurmendi decidió
"elegir la verificación de esta hipótesis".
"Al joven rico que cumplía con
todos los preceptos y ritos pero quería saber qué más debía hacer, Jesús le sugirió que era un
buen chico pero estaría muy bien que vendiese su fortuna, la diese a
los pobres y le siguiese a
Él: “Ven y sígueme”. Lo que se precisa es una existencia nueva desde
el amor comenzando por el más próximo, por tu mismo hermano con quien no te
hablas. Jesús hace de
puente, nos hace comprensible Dios, no como idea sino como oferta/exigencia
de amor. Desde Jesús se percibe Dios como una espectacular bomba atómica de amor pues loco
parecería estar cuando se hizo carne humana por puro amor, por enseñarnos otro
modo de vivir. Dios nos
aparece desde entonces como ese espacio de amor entre tú y otro, entre tú y tu
mujer, entre tú y aquel con quien te relacionas. Lo sabes que es así porque
Jesús lo aseguró practicándolo Él mismo", añade.
Vidas que cambian viviendo como Jesús enseña
"El
relato histórico señala que Jesús resucitó pero tan prodigioso como resucitar fue que uno a uno, sus apóstoles
tan llenos de mezquindad y miedo viviesen imitando su vida y muriendo
asesinados", añade.
Distintos
ejemplos de generosidad y vida entregada con amor que Azurmendi ha visto en
entornos cristianos muestran que esto se puede vivir y se vive hoy. Pone el
ejemplo de "cientos de mujeres
africanas que tras haber sido violadas contrajeron el sida y pese a preferir
morirse, siguieron el ejemplo de la enfermera Rose Bousingye, hicieron por restablecerse
hasta el punto de crear un
hospital de mil camas en Kampala".
Pero pone
ejemplos más cercanos: "O creando familias bien avenidas que son la esperanza social. O
dando su vida por defender su estilo de vida".
"Amar
al estilo de Jesús no es producto de un error. Y tan real como esa cadena de
seres amando al otro debe de ser real Jesús-Dios", afirma Azurmendi.
Al
final, siendo cristiano como Jesús enseña, "lo que cambia es la vida misma incluso a la edad de 78
años. Se trata de una experiencia de muerte del hombre viejo y
recuperación del instante. Comienzas un nuevo aprendizaje. La vida ya no se te presenta incierta,
aprendes a vivir sin aleccionar desde el pasado, desde tus batallitas. Pero aprendes a tampoco interrogar al
futuro ni temer tu vulnerabilidad, tu Alzheimer o tu decrepitud. Cada
instante es una gloria de vida, como un anticipo de lo eterno; sin duda un
estallido de alegría. Uno
se ve re-nacido, ama la vida y da gracias a cada momento".
"Lo expresas en rezos, como al
despertarte y expresar a quien te hace vivir que te ayude a vivir lo mejor
posible. O lo expresas en dejar lo que haces para atender al que te solicite,
en ceder tu “precioso”
tiempo a un pelma que te retiene al teléfono. Uno no pretende recuperar el
tiempo perdido, el tiempo es solo el que tienes entre manos, es cada minuto, y
lo ofreces a puñados. Uno está, sin más, receptivo y a disposición, estás en la vida, estás a flor de
piel, abierto a la realidad, sin inyectarle doctrina ni
ideología", concluye.