El
Santo Padre Pío XI la declaró santa
Dominio público |
Era
la mayor de varios hermanos. Sus padres vivían en un sótano húmedo y miserable,
y el papá tenía por oficio botar la basura del hospital. La niña tuvo siempre
muy débil salud a causa de la falta de alimentación suficiente, y del estado
lamentablemente pobre de la habitación donde moraba.
En los primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó sumamente debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en invierno, en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez años la enfermedad del asma, que al comprimir los bronquios produce continuos ahogos y falta de respiración.
En los primeros años sufrió la enfermedad de cólera que la dejó sumamente debilitada. A causa también del clima terriblemente frío en invierno, en aquella región, Bernardita adquirió desde los diez años la enfermedad del asma, que al comprimir los bronquios produce continuos ahogos y falta de respiración.
Esta
enfermedad la acompañará y la atormentará toda su vida. Al final de su
existencia sufrirá también de tuberculosis. En ella se cumplieron aquellas
palabras de Jesús: "Mi Padre, el árbol que más quiere, más lo poda (con
sufrimientos) para que produzca más frutos" (Jn. 15).
En
Bernardita se cumplió aquello que dijo San Pablo: "Dios escoge a lo que no
vale a los ojos del mundo, para confundir las vanidades del mundo".
Bernardita a los 14 años no sabía leer ni escribir ni había hecho la Primera
Comunión porque no había logrado aprenderse el catecismo. Pero tenía unas
grandes cualidades: rezaba mucho a la Virgen y jamás decía una mentira. Un día
ve unas ovejas con una mancha verde sobre la lana y pregunta al papá: ¿Por qué
tienen esa mancha verde?
El
papá queriendo chancearse, le responde: "Es que se indigestaron por comer
demasiado pasto". La muchachita se pone a llorar y exclama: "Pobres
ovejas, se van a reventar". Y entonces el señor Soubirous le dice que era
una mentirilla. Una compañera le dice: "Es necesario ser muy tonta para
creer que eso que le dijo su padre era verdad". Y Bernardita le responde:
¡Es que como yo jamás he dicho una mentira, me imaginé que los demás tampoco
las decían nunca!
Desde
el 11 de febrero de 1859 hasta el 16 de julio del mismo año, la Sma. Virgen se
le aparece 18 veces a Bernardita. Las apariciones las podemos leer en detalle
en el día 11 de febrero. Nuestra Señora le dijo: "No te voy a hacer feliz
en esta vida, pero sí en la otra". Y así sucedió. La vida de la jovencita,
después de las apariciones estuvo llena de enfermedades, penalidades y
humillaciones, pero con todo esto fue adquiriendo un grado de santidad tan
grande que se ganó enorme premio para el cielo.
Las
gentes le llevaban dinero, después de que supieron que la Virgen Santísima se
le había aparecido, pero ella jamás quiso recibir nada. Nuestra Señora le había
contado tres secretos, que ella jamás quiso contar a nadie. Probablemente uno
de estos secretos era que no debería recibir dineros ni regalos de nadie y el otro,
que no hiciera nunca nada que atrajera hacia ella las miradas. Por eso se
conservó siempre muy pobre y apartada de toda exhibición. Ella no era hermosa,
pero después de las apariciones, sus ojos tenían un brillo que admiraba a
todos.
Le
costaba mucho salir a recibir visitas porque todos le preguntaban siempre lo
mismo y hasta algunos declaraban que no creían en lo que ella había visto.
Cuando la mamá la llamaba a atender alguna visita, ella se estremecía y a veces
se echaba a llorar. "Vaya ", le decía la señora, ¡tenga valor! Y la
jovencita se secaba las lágrimas y salía a atender a los visitantes demostrando
alegría y mucha paciencia, como si aquello no le costara ningún sacrificio.
Para
burlarse de ella porque la Virgen le había dicho que masticara unas hierbas
amargas, como sacrificio, el sr. alcalde le dijo: ¿Es que la confundieron con
una ternera? Y la niña le respondió: ¿Señor alcalde, a usted si le sirven
lechugas en el almuerzo? "Claro que sí" ¿Y es que lo confunden con un
ternero? Todos rieron y se dieron cuenta de que era humilde pero no era tonta.
Bernardita
pidió ser admitida en la Comunidad de Hijas de la Caridad de Nevers. Demoraron
en admitirla porque su salud era muy débil. Pero al fin la admitieron. A los 4
meses de estar en la comunidad estuvo a punto de morir por un ataque de asma, y
le recibieron sus votos religiosos, pero enseguida curó.
En la
comunidad hizo de enfermera y de sacristana, y después por nueve años estuvo
sufriendo una muy dolorosa enfermedad. Cuando le llegaban los más terribles
ataques exclamaba: "Lo que le pido a Nuestro Señor no es que me conceda la
salud, sino que me conceda valor y fortaleza para soportar con paciencia mi
enfermedad. Para cumplir lo que recomendó la Sma. Virgen, ofrezco mis
sufrimientos como penitencia por la conversión de los pecadores".
Uno
de los medios que Dios tiene para que las personas santas lleguen a un altísimo
grado de perfección, consiste en permitir que les llegue la incomprensión, y
muchas veces de parte de personas que están en altos puestos y que al hacerles
la persecución piensan que con esto están haciendo una obra buena.
Bernardita
tuvo por superiora durante los primeros años de religiosa a una mujer que le
tenía una antipatía total y casi todo lo que ella hacía lo juzgaba negativamente.
Así, por ejemplo, a causa de un fuerte y continuo dolor que la joven sufría en
una rodilla, tenía que cojear un poco. Pues bien, la superiora decía que
Bernardita cojeaba para que la gente al ver las religiosas pudiera distinguir
desde lejos cuál era la que había visto a la Virgen. Y así en un sinnúmero de
detalles desagradables la hacía sufrir. Y ella jamás se quejaba ni se
disgustaba por todo esto. Recordaba muy bien la noticia que le había dado la
Madre de Dios: "No te haré feliz en esta vida, pero sí en la otra".
Duró
quince años de religiosa. Los primeros 6 años estuvo trabajando, pero fue
tratada con mucha indiferencia por las superioras. Después los otros 9 años
padeció noche y día de dos terribles enfermedades: el asma y la tuberculosis.
Cuando llegaba el invierno, con un frío de varios grados bajo cero, se ahogaba
continuamente y su vida era un continuo sufrir.
Deseaba
mucho volver a Lourdes, pero desde el día en que fue a visitar la Gruta por
última vez para irse de religiosa, jamás volvió por allí. Ella repetía:
"Ah quién pudiera ir hasta allá, sin ser vista. Cuando se ha visto una vez
a la Sma. Virgen, se estaría dispuesto a cualquier sacrificio con tal de
volverla a ver. Tan bella es".
Al
llegar a la Comunidad reunieron a las religiosas y le pidieron que les contara
cómo habían sido las apariciones de la Virgen. Luego le prohibieron volver a
hablar de esto, y en los 15 años de religiosa ya no se le permitió tratar este
tema. Son sacrificios que a los santos les preparan altísimo puesto en el
cielo.
Cuando
ya le faltaba poco para morir, llegó un obispo a visitarla y le dijo que iba
camino de Roma, que le escribiera una carta al Santo Padre para que le enviara
una bendición, y que él la llevaría personalmente. Bernardita, con mano
temblorosa, escribe: "Santo Padre, qué atrevimiento, que yo una pobre
hermanita le escriba al Sumo Pontífice. Pero el Sr. Obispo me ha mandado que lo
haga. Le pido una bendición especial para esta pobre enferma". A vuelta
del viaje el Sr. Obispo le trajo una bendición especialísima del Papa y un
crucifijo de plata que le enviaba de regalo el Santo Padre.
El 16
de abril de 1879, exclamó emocionada: "Yo vi la Virgen. Sí, la vi, la vi
¡Que hermosa era!" Y después de unos momentos de silencio exclamó
emocionada: "Ruega Señora por esta pobre pecadora", y apretando el
crucifijo sobre su corazón se quedó muerta. Tenía apenas 35 años.
A los
funerales de Bernardita asistió una muchedumbre inmensa. Y ella empezó a
conseguir milagros de Dios en favor de los que le pedían su ayuda. Y el 8 de
diciembre de 1933, el Santo Padre Pío XI la declaró santa.
Fuente: ACI