HACER EL BIEN Y RESISTIR AL MAL
II. Todas
las realidades, cada una en su orden, deben estar dirigidas a Dios. Unidad de
vida. Ejemplaridad.
III. No se
puede prescindir de la fe a la hora de valorar las realidades terrenas.
Resistencia al mal.
“El que es de
la tierra es terreno y habla como terreno; el que viene del cielo está sobre
todos. Da testimonio de lo que ha visto y oído, pero nadie acepta su
testimonio. El que lo acepta certifica que Dios dice la verdad.
Porque el que Dios ha enviado dice
las palabras de Dios, pues Dios le ha dado su espíritu sin medida. El Padre ama
al hijo y ha puesto en sus manos todas las cosas. El que cree en el hijo tiene
vida eterna; el que no quiere creer en el hijo no verá la vida; la ira de Dios
pesa sobre él” (Juan 3,31-36).
I. A pesar de la
prohibición del sumo sacerdote y del Sanedrín de que no volvieran a predicar y
a enseñar de ningún modo en el nombre de Jesús (Hechos 4, 18), los Apóstoles
predicaban cada día con más libertad y entereza la doctrina de la fe. La
resistencia de los Apóstoles a obedecer los mandatos del Sanedrín no era
orgullo ni desconocimiento de sus deberes sociales con la autoridad legítima.
Se oponen porque les quieren imponer un mandato injusto, que atenta a la ley de
Dios. Recuerdan a sus jueces, con valentía y sencillez, que la obediencia a
Dios es lo primero.
Hoy
también el Señor pide a los suyos la fortaleza y la convicción de aquellos
primeros, cuando, en algunos ambientes existe un ataque frontal, más o menos
velados, a los valores humanos y cristianos, y se promulgan normas a la ley
natural. El Estado no es jurídicamente omnipotente; no es fuente del bien y del
mal, y nuestra pasividad ante asuntos tan importantes sería una claudicación, y
un pecado de omisión, en ocasiones grave, del deber de contribuir al bien
común.
II. En medio de esta
confusión doctrinal que sufrimos, es necesario un criterio claro, firme y
profundo, que nos permita ver todo con la unidad y coherencia de una visión
cristiana de la vida, que sabe que todo procede de Dios y a Dios se ordena. La
fe nos da un criterio estable que orienta, y la firmeza de los Apóstoles para
llevarlo a la práctica. El cristiano no debe prescindir de su fe en ninguna
circunstancia: no podemos dejar de ser católicos al entrar en el trabajo, en el
lugar de diversión o en la Universidad.
La
fe ilumina toda la existencia. Todo se ordena a Dios. Pero esa ordenación ha de
respetar la naturaleza propia de las cosas. No se trata de convertir el mundo y
los hogares en una sacristía, ni la economía en beneficencia, pero sin
simplificaciones ingenuas, la fe debe informar el pensamiento y la acción del
cristiano porque jamás, en ninguna circunstancia, en ningún momento del día se
debe dejar de ser cristiano, y conducirse y de pensar como tal.
III. Un cristiano no debe
prescindir de la luz de la fe a la hora de valorar un programa político o
social, o una obra de arte o cultural. No se puede alabar esa política, esa
ordenación social, una obra cultural, cuando se transforma en instrumento del
mal. Lo poco que cada uno puede hacer, debe hacerlo: especialmente participar
con sentido de responsabilidad en la vida pública. En las manos de todos está
la tarea de hacer de este mundo, que Dios nos ha dado, un lugar más humano y
medio de santificación personal.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org