UNIDAD DE
VIDA
II. Consecuencias
en el mundo del pecado original. La Redención. Reconducir a Cristo todas las
realidades terrenas.
III. La vida de
piedad y el trabajo. La santidad en medio del mundo.
«En verdad, en verdad os
digo que el que oye mi palabra y cree en el que me envió tiene vida eterna, y
no viene a juicio sino que pasa de la muerte a la vida.
En verdad, en verdad os
digo que llega la hora, y es ésta, en la que los muertos oirán la voz del Hijo
de Dios; y los que la oyeren vivirán, pues como el Padre tiene vida en sí
mismo, así ha dado al Hijo tener vida en sí mismo. Y le dio poder de juzgar; ya
que es el Hijo del Hombre.
No os maravilléis de esto porque viene la hora en la
que todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron el
bien saldrán para la resurrección de la vida; y los que practicaron el mal,
para la resurrección del juicio. Yo no puedo hacer nada por mí mismo: según
oigo, así juzgo; y mi juicio es justo porque no busco mi voluntad sino la
voluntad del que me envió.» (Juan 5,17-30).
I. Jesús vino al mundo
para que los hombres tuvieran luz y dejaran de debatirse en las tinieblas (Juan
8, 12), y, al tener luz, pudieran hacer del mundo un lugar donde todas las
cosas sirvieran para dar gloria a Dios y ayudaran al hombre a conseguir su
último fin. Y la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la recibieron.
Son palabras actuales para muchos, pues fuera de Cristo sólo existen tinieblas.
Durante años las realidades temporales quedaron desvirtuadas al margen de la
luz del Revelación.
Al
faltar esta luz se considera el mundo como un fin en sí mismo, sin ninguna
referencia a Dios, para lo cual se han tergiversado incluso las verdades más
elementales y básicas. El mundo queda en tinieblas si los cristianos, por falta
de unidad de vida, no iluminan y dan sentido a las realidades concretas de la
vida. El cristiano coherente con su fe es luz en medio del mundo, y es sal que
da sabor y preserva de la corrupción.
II. Adán, con su soberbia,
introdujo el pecado en el mundo, rompiendo la armonía de todo lo creado y del
mismo hombre. En adelante, la inteligencia quedó oscurecida y con posibilidad
de caer en error; la voluntad debilitada; la libertad enferma para amar el bien
con prontitud. El hombre quedó profundamente herido, con dificultad para saber
y conseguir su bien verdadero.
Dios,
en su misericordia infinita, se compadeció de este estado en el que había caído
la criatura, y nos redimió en Jesucristo. Nos toca a los cristianos,
principalmente a través de nuestra unidad de vida, hacer que todas las
realidades terrenas se vuelvan medios de salvación, porque sólo así servirán
verdaderamente al hombre.
III. La misión que el Señor
nos ha encomendado es la de infundir un sentido cristiano a la sociedad, porque
sólo entonces las estructuras, las instituciones, el descanso, tendrán un espíritu
cristiano y estarán de verdad al servicio del hombre. Las prácticas personales
de piedad no han de estar aisladas del resto de nuestros quehaceres, sino que,
al buscar la unidad efectiva con el Señor, influyan en todas nuestras
actuaciones.
Procuremos
vivir así, con Cristo y en Cristo, todos y cada uno de los instantes de nuestra
existencia: en el trabajo, en la familia, en la calle, con los amigos... Esto
es unidad de vida. En esta tarea de santificar las realidades terrenas, los
cristianos no estamos solos: es principalmente fruto de la acción del Espíritu
Santo, verdadero Señor de la historia. A Él le pedimos que remueva el alma de
muchas personas para que sean sal y luz en las realidades terrenas.
Textos
basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente:
Almudi.org