La
Conferencia de Obispos Católicos de Inglaterra y Gales ha elegido el domingo 29
de marzo para volver a consagrar a Inglaterra como la dote de María
‘Nuestra
Señora de Walsingham’ (detalle). Pintura bendecida
por el
Papa Francisco en febrero de 2020. Foto: CNS
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Es un hecho que enlaza con las raíces históricas del reino de Inglaterra,
en concreto con toda la riqueza de su cultura medieval, y supone una llamada a
la nueva evangelización de una sociedad en apariencia poscristiana y muy
influenciada por lo políticamente correcto.
La dedicación de Inglaterra como dote de María tuvo
lugar en la abadía de Westminster el día del Corpus Christi de 1381. La efectuó
un monarca de 14 años, Ricardo II, conocido sobre todo porque una de las
tragedias de Shakespeare lleva su nombre.
En la obra este
rey no sale bien parado, porque el gobierno de sus últimos años degenera en una
tiranía y es derrocado por su primo Enrique de Lancaster. Esto me lleva a
pensar que estamos acostumbrados a un tipo de relatos en los que un monarca,
poco menos que santo, hace la consagración de su país a la Virgen.
Sin embargo, el
escenario del 1381 inglés poco tiene de edificante y es muy turbulento: una
guerra civil, iniciada por una revuelta de campesinos encabezada por Wat Tyler,
en la que la ola de violencia se cobra las vidas del arzobispo de Canterbury y
de otros dignatarios de la corte. El caos se extiende por una Inglaterra que no
se ha recuperado todavía de los efectos sociales y económicos de la peste
negra. Pero el joven Ricardo consigue sofocar la revuelta y lo atribuye a la
protección de María.
La consideración de Inglaterra como dote de María
no es de finales del siglo XIV. Se atribuye a un rey santo, Eduardo el Confesor
(1042-1066), el ser el primero en usar dicha expresión. Pero la devoción
mariana también está ligada a Alfredo el Grande, rey de Wessex (871-899). Se
cuenta que este monarca anglosajón obtuvo la ayuda de María para vencer a los
vikingos. Aquí se mezclan historia y leyenda, pero la épica funciona así. Bien
lo sabía Gilbert Keith Chesterton en su poema La balada del
caballo blanco (1911), que cambió el auténtico escenario de la
batalla por otro más sugerente, aunque la presencia de María sigue jugando en
el relato un papel trascendental.
En el elenco de santos ingleses devotos de María,
no podemos olvidar a Thomas Becket (118-1170), el santo arzobispo de Canterbury
defensor de la independencia de la Iglesia frente a Enrique II. Huyendo de la
persecución de este monarca, antiguo amigo suyo, encontró refugio en la abadía
francesa de Pontigny. Allí compuso dos antífonas marianas, Imperatrix gloriosa y Hodierna lux Dei, que se difundirían
por toda Europa durante la Edad Media.
Devoción del
pueblo
Pero no solo los santos eran marianos. La devoción
a María estaba muy arraigada entre el pueblo inglés. Lo demuestran los Cuentos de Canterbury, un conjunto de
24 relatos escritos por Geoffrey Chaucer entre 1387 y 1400. Chaucer, hijo de un
comerciante de vinos, ocupó puestos de responsabilidad en la corte de Ricardo
II. En un cuento, el narrado por un jurista, la joven Constanza salva su vida
en un azaroso viaje por mar tras invocar a María. Además, Chaucer fue el autor
de un poema mariano en el que leemos estas palabras: «Oh, Virgen, luces un
atavío tan noble, que nos guía a la torre más alta del Paraíso». Chesterton
dedicó en 1932 una peculiar biografía a este escritor medieval y hace de él un
alegre burgués católico, muy diferente a esa imagen de anticlerical que
difundió la Reforma. Incluso considera su devoción mariana muy superior a la de
san Bernardo y Dante.
Ricardo II empleó la siguiente fórmula para
dirigirse a la Virgen: «Dos tua pia haec
est, quare leges, Maria. Esta es tu dote, oh, piadosa María, reina en ella». En
2020 se trata, ante todo, de una consagración personal, y supone un abandono
confiado y filial, la manifestación decidida de una espera contra toda
esperanza.
Todo está unido
además a la devoción de nuestra señora de Walsingham, un santuario que se
remonta al siglo XI, y que fue llamado el Nazaret inglés. Arrasado en el siglo
XVI, Walsingham resurgió de sus cenizas cuando los católicos ingleses lograron
su emancipación. Hoy conviven allí el culto católico y el anglicano. María une
siempre a los cristianos. Pueden hacer suyo lo que dijo en 1399 Thomas Arundel,
arzobispo de Canterbury, sobre los católicos ingleses, «siendo los servidores
de su herencia espiritual y de su propia dote, tal y como nos llaman comúnmente,
tenemos que superar a otros en el fervor de nuestras plegarias y devociones».
Descubrir a María tiene el frescor de lo
inesperado. A un joven músico de 17 años, Benjamin Britten, gran compositor del
siglo XX, le premiaron con un libro de poemas escritos en el Oxford medieval.
De entre ellos sacó un poema dedicado a la Virgen María para un coro de ocho
voces que canta en latín y en inglés.
Antonio R. Rubio Plo
Fuente: Alfa y
Omega