LA MIES ES MUCHA
II. La caridad, fundamento
del apostolado.
III. La alegría que ha de
acompañar al mensaje de Cristo.
“En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y
dos y los mandó por delante, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares
adonde pensaba ir él. Y les decía: "La mies es abundante y los obreros
pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies. ¡Poneos en
camino! Mirad que os mando como corderos en medio de lobos. No llevéis talega,
ni alforja, ni sandalias; y no os detengáis a saludar a nadie por el camino.
Cuando entréis en una casa, decid primero: "Paz a esta casa". Y si allí
hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a
vosotros. Quedaos en la misma casa, comed y bebed lo que tengan, porque el
obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa. Si entráis en un pueblo
y os reciben bien, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya, y
decid: "Está cerca de vosotros el reino de Dios". Cuando entréis en
un pueblo y no os reciban, salid a la plaza y decid: "Hasta el polvo de
vuestro pueblo, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre
vosotros. De todos modos, sabed que está cerca el reino de Dios." Os digo
que aquel día será más llevadero para Sodoma que para ese pueblo” (Lucas
10,1-12).
I. Jesús designó de entre los discípulos que lo
seguían con plena disponibilidad, setenta y dos de ellos para que fueran
delante de Él, preparando las almas para Su llegada. Y les dijo: La mies es
mucha y los obreros pocos (Lucas 10, 1-12).
Hoy también el campo apostólico
es inmenso: países de tradición cristiana que es necesario evangelizar de
nuevo, naciones que han sufrido durante tantos años la persecución a causa de
la fe, nuevos pueblos sedientos de doctrina, en nuestro alrededor, en el
trabajo, en la Universidad, en los medios de comunicación.
Algunos países padecen el
indiferentismo, el secularismo o el ateísmo, en donde el bienestar económico y
el consumismo entremezclados de pobreza y miseria lacerantes, viven “como si no
hubiera Dios”. La fe tiende a ser arrancada de cuajo inclusive en los momentos
más significativos de la existencia, como nacer, sufrir y morir.
Ahora es tiempo de esparcir la semilla divina y también de cosechar. La
mies es mucha, los obreros pocos. Tú, ¿al menos rezas diariamente por esta
intención?
II. El Señor quiere servirse ahora de nosotros como
hizo con sus discípulos. Antes de enviarlos al mundo entero, les hizo vivir
como amigos en su intimidad, les dio a conocer al Padre, les reveló su amor y
sobre todo, se los comunicó.
Con esta caridad hemos de ir a todos los lugares, pues el apostolado
consiste sobre todo en “manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los
hombres y pueblos” (CONCILIO VATICANO II, Ad gentes), esa caridad con la que
nos ama el Señor y con la que quiere que amemos a todos.
Los demás deberán vernos dispuestos siempre a servir, sin rencores, sin
hablar nunca mal de nadie, piadosos, alegres y laboriosos. Cuando nadie quede
excluido de nuestro trato y de nuestra ayuda, estaremos dando testimonio de
Cristo.
III. Junto a la caridad, nuestra alegría es aquella que
el Señor nos prometió en la Última Cena (Juan 16, 22), la que nace del olvido
de nuestros problemas y de la intimidad con Dios. La alegría es esencial en el
apóstol porque es el portador de la Buena Nueva, el mensajero gozoso de Aquel
que trajo la salvación al mundo.
La alegría del cristiano tiene su fundamento en su filiación divina, en
saberse hijo de Dios en cualquier circunstancia. Junto a la caridad y la
alegría, hemos de saber expresar la posesión de la única verdad que puede
salvar a los hombres y hacerlos felices.
Pidamos a la Reina de los Apóstoles que nos ayude a ser un obrero eficaz
en la mies del Señor.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org