GENEROSIDAD Y
DESPRENDIMIENTO
II. El Señor nos quiere
felices también aquí en la tierra.
III. Quien es fiel a Cristo
tiene prometido el Cielo para siempre.
«Comenzó Pedro a
decirle: Ya ves que nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido. Jesús
respondió: En verdad os digo que no hay nadie que habiendo dejado casa,
hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o campos por mí y por el
Evangelio, no reciba en esta vida cien veces más en casas, hermanos, hermanas,
madres, hijos y campos, con persecuciones; y, en el siglo venidero, la vida
eterna. Porque muchos primeros serán últimos, y muchos últimos serán primeros.»(Marcos
10, 28-31)
I. Después del encuentro
con el joven rico que considerábamos ayer, Pedro le dice a Jesús: Ya ves que
nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido (Marcos 10, 28-31). Nosotros,
como los Apóstoles, hemos dejado lo que el Señor nos ha ido pidiendo, cada uno
según su vocación, y tenemos el firme empeño de romper cualquier atadura que
nos impida correr tras Cristo y seguirle. Hoy renovamos este deseo considerando
las palabras de San Pablo: Todo lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo
(Filipenses 3, 8).
Ninguna
cosa tiene valor en comparación con Cristo. El Señor exige la virtud de la
pobreza a todos sus discípulos, de cualquier tiempo y en cualquier situación de
la vida. También pide la austeridad real y efectiva en la posesión y uso de los
bienes materiales, y ello incluye “mucha generosidad, innumerables sacrificios
y un esfuerzo sin descanso” (Pablo VI, Populorum progressio). Por lo tanto es
necesario aprender a vivir de modo práctico esta virtud en la vida corriente de
todos los días.
II. Lo hemos dejado todo...
Hemos experimentado que el desprendimiento efectivo de los bienes lleva consigo
la liberación de un peso considerable: como el soldado que se despoja de todo
lo que le estorba al entrar en combate para estar más ágil. Estamos en el mundo
como quienes nada tenemos, pero todo lo poseemos (San Pablo, 2 Corintios 6, 10)
Saboreamos así un señorío sobre las cosas que nos rodean.
Las
palabras de Cristo: recibirán en esta vida cien veces más, y en el siglo
venidero, la vida eterna, nos dan seguridad y rebasan con creces toda la
felicidad que el mundo puede dar. El Señor nos quiere felices también aquí en
la tierra: quienes le siguen con generosidad obtienen, ya en esta vida, un gozo
y una paz que superan con mucho las alegrías y consuelos humanos.
III. Vale la pena seguir al
Señor, serle fieles en todo momento, darlo todo por Él, ser generosos sin
medida: vale la pena, vale la pena, vale la pena. Quien es fiel a Cristo tiene
prometido el Cielo para siempre. Oirá la voz del Señor, a quien ha procurado
servir aquí en la tierra, que le dice: Ven, bendito de mi Padre, al Cielo que
tenía preparado desde la creación del mundo (Mateo 25, 34).
Pidamos
a Nuestra Madre que nos consiga disposiciones firmes de desprendimiento y
generosidad como Ella supo hacerlo para que podamos contagiar alrededor un
clima alegre de amor a la pobreza cristiana.
Textos basados en ideas de Hablar con Dios de F. Fernández Carvajal.
Fuente: Almudi.org